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10 películas (rodadas en Castilla y León) que estremecieron al mundo

Ofrecemos una breve selección del cine grabado en la comunidad; una lista confeccionada desde una mirada tan libre y subjetiva como la de aquellos que decidieron contar sus historias para seducir a la humanidad

Ricardo Ortega

Los amplios horizontes, el patrimonio, el imposible punto de fuga servido en bandeja por la topografía de la meseta. Son muchos los argumentos que convencen al turista para visitar alguno de los territorios que forman Castilla y León, los mismos que a productores, directores y responsables de fotografía en busca de las mejores localizaciones.

Decenas de veces el paisaje de la comunidad se ha convertido en protagonista de una gran producción de Hollywood o de una cinta de factura doméstica.

Por eso nos atrevemos a ofrecer una selección parcial, radicalmente subjetiva, de películas rodadas muy cerca de casa y que tienen algo que aportar en relación con la historia, con la compleja condición humana, con todo lo relacionado con esa fábrica de sueños que es el séptimo arte.

La esfinge maragata (Antonio de Obregón, 1950)

Castrillo de los Polvazares debe su fama al cocido maragato, pero también a ser protagonista de la novela de Concha Espina convertida en película en 1950. La acción se desarrolla en una hacienda maragata que se hunde en la miseria, y cuya situación únicamente puede solucionarse mediante un matrimonio de conveniencia.

Quien debe sacrificarse es Florinda Salvadores, la chica casadera que, durante un viaje en tren, se enamora de un joven poeta. La familia se opone a esa relación, puesto que la han prometido en matrimonio con un hombre de buena posición.

La película fue rodada principalmente en la localidad, sobre todo en la zona de Valdecruces. La obra capta a la perfección el espíritu de una España en blanco y negro, pero también la belleza de esta localidad edificada en piedra.

Mister Arkadin (Orson Welles, 1955)

Un marinero encuentra a un hombre moribundo que antes de expirar dice un nombre: mister Arkadin. Ese es el punto de partida de una nueva película rodada por Orson Welles en tierras de Castilla y León.

Después de una serie de pesquisas, el marinero da con el misterioso personaje: un millonario, dueño de un imperio industrial y financiero, que vive encerrado con su hija en una mansión de la Costa Azul. Pero el propio Arkadin, que padece amnesia, pide que se haga una investigación sobre su pasado.

La película fue rodada principalmente en España, sobre todo en la provincia de Segovia, con escenarios inolvidables como el Alcázar, la Puerta de San Andrés, la plaza del Azoguejo, la Fuencisla, Pedraza o los pinares de Valsaín.

Un baile un tanto loco se celebra en el patio del Colegio de San Gregorio, sede principal del Museo Nacional de Escultura, en Valladolid. Magnífica columnata retorcida, ejemplo de arquitectura hispanoflamenca.

Las localizaciones de esta película poco recordada de Wells también incluyen Barcelona, la Riviera Francesa, París, Ciudad de México, Acapulco y Tánger, nada menos.

Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956)

Juan Antonio Bardem había dicho que el cine español era “políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico”. Poco después se ponía a los mandos de una película terrible, que muestra la crueldad de la que son capaces los señoritos con exceso de tiempo libre.

Isabel, una mujer soltera de 35 años, se siente fracasada por no haberse casado. Juan y su grupo de amigos, que combaten el aburrimiento imaginando bromas pesadas, idean una bien macabra…

La historia del rodaje podría ser en sí misma el guion de una gran película, un retrato de cómo se las gastaba la dictadura.

Comenzó en los Estudios Chamartín, en Madrid, y después se trasladó a Palencia para rodar los exteriores. Pero hubo bronca en la capital de España, con un falangista fallecido y dos ministros cesados.

En ese contexto, Bardem fue arrestado en Palencia y trasladado a las dependencias de la Dirección General de Seguridad. Hubo presiones para nombrar a un nuevo director de la película, pero la actriz estadounidense Betsy Blair se negó tajantemente a continuar el rodaje si no era a las órdenes del madrileño.

La película continuó, pero había mal ambiente en la ciudad del Carrión y los productores optaron por rematar la filmación en Logroño. Una lástima.

Orgullo y pasión (Stanley Kramer, 1957)

Cary Grant, Sophia Loren y Frank Sinatra recorrieron la geografía patria para rodar esta historia inverosímil sobre la Guerra de la Independencia. Durante la Francesada (1808-1813), un grupo de guerrilleros se encarga de llevar un enorme cañón junto con sus aliados británicos para hacer caer Ávila, donde el filme sitúa el cuartel general de las tropas napoleónicas.

Entre las localizaciones se encuentran Segovia, El Escorial, Ávila y el puerto del Pico, en la misma provincia.

Carlos Larrañaga, a la izquierda, en un momento del rodaje.

Al final de la película, después de la lista del reparto, se agradece su labor a los extras españoles, que actuaron en la película por decenas de miles. Uno de ellos se llamaba Adolfo Suárez, futuro director general de RTVE, ministro secretario general del Movimiento, presidente del Gobierno y protagonista en el proceso para devolver la democracia a nuestro país.

El Cid (Anthony Mann, 1961)

Muchos tópicos sobre el Cid asentados en la memoria colectiva son culpa de esta película considerada grandiosa, aunque se puede ver como un filme de aventuras, elemental, que imita numerosas coordenadas del western.

Entre otros lugares, el equipo de Anthony Mann rodó en León, Ávila, Ampudia (Palencia), Burgos, Gormaz (Soria), Torrelobatón (Valladolid) y Segovia. Una de las actrices más asiduas a esta ciudad fue la italiana Sophia Loren, que en menos de diez años rodó en ella ‘Orgullo y pasión’, ‘La caída del imperio romano’ y ‘El Cid’.

Una escena rodada en el castillo de Torrelobatón.

En la película de Anthony Mann, Rodrigo es acusado de traición. Mata en duelo al padre de Jimena, que lo rechaza y se encierra en un convento. Es el punto de partida de numerosas peripecias: las intrigas del conde García Ordóñez, el desafío del rey Ramiro de Aragón y el enfrentamiento con Alfonso VI en la inventada Jura de Santa Gadea.

Una historia rodada desde la óptica norteamericana con un punto infantiloide, que sirve más bien poco como clase de historia.

Doctor Zhivago (David Lean, 1965)

El 80% del metraje de Doctor Zhivago se rodó en la provincia de Soria. Paradoja: se toman escenarios naturales de un país sometido a una férrea censura (España) para narrar el trauma vivido en 1917 por Rusia, cuyos horizontes infinitos no sirven como localización, precisamente, por la afición que tienen los dictadores de meter la tijera en las obras de arte. Cosas de la Guerra Fría.

Por cierto, el guion se basa en la novela que le valió el Nobel a Boris Pasternak, prohibida durante décadas en la Unión Soviética.

Son algunas de las curiosidades de este relato sobre la revolución bolchevique, en el que se narra la lucha de un hombre por sobrevivir. Se trata de Zhivago (Omar Sharif), poeta y cirujano, marido y amante, cuya vida trastornada por la guerra afecta a las vidas de otros, incluida Lara (Julie Christie), la mujer de la que se enamora apasionadamente.

La presa de Aldeadávila, en Salamanca, se convirtió en el escenario de una construcción bolchevique, y casi todos los exteriores se rodaron en la provincia de Soria. Allí, entre los pinares de la Cuerda del Pozo, se rodaron numerosas secuencias; la estación de Soria-Cañuelo acogió tres locomotoras de vapor, de las que destaca la Mikado 141.2239, disfrazada de tren militar ruso; Ólvega, con el Moncayo de fondo, se transformó en los Urales y el pueblo de Candilichera albergó el palacio de hielo de Barykino.

Y un largo etcétera.

Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965)

El siempre excesivo Orson Welles retoma la obra de Shakespeare en esta producción española, que se desplaza por varios puntos de Castilla y León para dar forma a una fábula sobre la ambición humana.

En plena Guerra de los Cien Años (siglos XIV y XV), Enrique IV arrebata el trono a su primo Ricardo II. Falstaff (encarnado por el propio Welles) entabla una relación paternofilial con el príncipe Hal, que debe elegir entre su lealtad a Falstaff o a su padre, el rey Enrique IV.

La producción viajó al alcázar de Segovia y a Pedraza para algunas escenas de calle, y luego a Soria, al puerto de Piqueras, que fue el escenario inicial (si bien fue cambiado en el montaje por las rodadas en la sierra de Aralar, en Navarra).

En el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta (Soria) tuvo lugar la escena de coronación de Enrique V y su repudio de Falstaff, con diversas escenas rodadas en el castillo de Calatañazor y la catedral de Soria.

El bueno, el feo y el malo (Sergio Leone, 1966)

El valle del Arlanza podía ser igual de adecuado que el desierto de Oklahoma para poner el broche final a la Trilogía del dólar, el ambicioso proyecto del italiano Sergio Leone.

Era la cumbre del ‘spaghetti western’, una mirada irónica sobre todo un género cinematográfico que en EEUU parecía agotado.

Durante la guerra civil norteamericana (1861-1865), tres cazadores de recompensas buscan un tesoro que ninguno de ellos puede encontrar sin la ayuda de los otros dos. Un argumento enrevesado que cobra sentido cuando se despliega bajo la música de Ennio Morricone.

‘El bueno, el feo y el malo’ es considerada por Quentin Tarantino “la película mejor dirigida de todos los tiempos” y sus escenarios permanecieron ocultos, olvidados, hasta 2015. Ese año comenzaron los trabajos de recuperación del cementerio a manos de voluntarios de la Asociación Cultural Sad Hill.

Era la génesis de una ruta turística por diferentes puntos de la comarca que ya se ha convertido en imprescindible. En Sad Hill se encuentra la Meca de todos los aficionados al cine del oeste, pero sobre todo de todos aquellos ‘freaks’ (y son legión) que adoran aquellos primeros pasos de la trayectoria de Clint Eastwood.

Robin y Marian (Richard Lester, 1976)

Es curiosa la costumbre de rodar películas crepusculares cuando los protagonistas se encuentran en plenas facultades, quizá en lo más alto de sus carreras.

Sean Connery tenía 46 años y Audrey Hepburn 47 en este firme que quisieron titular ‘La muerte de Robin Hood’, que además de resultar poco comercial suponía un monumental ‘spoiler’.

La película se rodó en España, tanto en Zamora (castillo de Villalonso) como en Navarra. Fue el retorno de la actriz Audrey Hepburn tras ocho años de ausencia, y atención también a un enorme Richard Harris.

Robin Hood (un espléndido Sean Connery) vuelve de luchar en las Cruzadas junto a Ricardo Corazón de León para comprobar que el mundo que ha dejado atrás está completamente corrompido.

Lo mejor es que se nos ofrece un fuerte contraste respecto a las producciones tradicionales sobre los mismos personajes y, de hecho, se agradece horrores que se trate de un filme británico y no norteamericano.

En la película, Lady Marian (Audrey Hepburn) ha ingresado en un convento y Robin Hood la sacará de allí en un relato esperpéntico. Sin haberse quitado el hábito -es un decir-, ella le dice que le ama más que a Dios. Eran los años 70.

El milagro de P. Tinto (Javier Fesser, 1998)

A la sierra de la Demanda se desplazó el equipo dirigido por Javier Fesser para rodar una obra de humor absurdo, convertida de forma inmediata en película de culto.

En su más tierna infancia, el niño P. Tinto tiene una revelación: su propósito en la vida debe ser la procreación de una abundante descendencia. Sueña con un montón de hijos que crezcan a su alrededor sanos y fuertes.

Quince años después forma con Olivia, una mujer ciega y tacaña, un hogar en un aislado valle por el que solo pasa, cada veinticinco años, el Expreso Pendular del Norte.

La pareja desea tener hijos, pero pasan los años y no llegan. Cincuenta años después, dos marcianitos, a los que se les ha averiado el platillo volante, llegan al lugar. Los P. Tinto piensan que se trata de sus hijos. Los marcianitos deciden quedarse en la casa, donde tienen la comida y el techo asegurado.

Poco más se debe contar de una cinta que merece un visionado inmediato.

El séptimo arte, en fin, como propuesta provocadora, como fábrica de sueños, como espejo deformado del alma humana.

Ilustración principal: Lorena Martín

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