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Palencia, un museo al aire libre dedicado a Victorio Macho

La España de hace 90 años permanecía sumida en el eterno pulso entre lo antiguo y lo nuevo, y en el cerro del Otero, en la ciudad de Palencia, la historia paría un icono cultural y religioso: el tercer Sagrado Corazón más grande del mundo. Que sea tan poco conocido es una de esas injusticias difíciles de explicar, un desenfoque que afecta a quienes se atreven a existir más allá de la gran ciudad

 

Ricardo Ortega

El gusto por desplazarse a miles de kilómetros y compartir una instantánea con un daikiri en la mano, en una playa paradisiaca, ha supuesto un suculento negocio para turoperadores y compañías aéreas, pero ha hecho que muchos olvidemos los tesoros que tenemos al lado de casa.

Es lo que sucede con el Cristo del Otero, que con 21 metros es la tercera reproducción de Jesucristo más grande del mundo. La ciudad de Palencia alberga esta mole de piedra y granito erigida en solo tres meses por el escultor Victorio Macho, un palentino universal que formó parte de la elite cultural española del siglo XX, de esa que en un momento dado tuvo que poner los pies en polvorosa.

Aunque una parte importante de su legado se conserva en Toledo, numerosos ejemplos de su obra se desparraman por el casco urbano palentino. Los restos del artista descansan en la cripta situada a los pies del coloso.

La figura de Macho es la de un intelectual y artista que consiguió ser profeta en su tierra. La condición de creador maldito, adscrito al bando de los perdedores de la Guerra Civil, no impidió que la ciudad del Carrión le rindiera numerosos homenajes en vida y hoy le recuerde hasta el punto de haberse convertido en un museo al aire libre dedicado a su figura.

Macho nació en 1887, lo que le hizo vivir a caballo entre dos siglos y entre dos concepciones del arte casi irreconciliables: el realismo plástico y los latidos neocubistas y surrealistas que ponían en cuestión una tradición creadora de cinco siglos.

Para el historiador Emilio García Lozano, el mérito “genuinamente machoniano” residió precisamente en “hacer de correa transmisora entre dos formas de ser, vivir y pensar casi antagónicas; dos gustos estéticos tan distintos como bellos”.

Cultivó el trabajo manual en el taller de ebanistería de su padre y con diez años se desplazó con su familia a Santander, donde ingresó en la Escuela de Artes y Oficios y en el taller del escultor José Quintana.

Más adelante, y pensionado por la Diputación de Palencia, se trasladó a Madrid para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Resulta revelador de su carácter rebelde e inconformista el que fuera conocido por sus compañeros por el mote de ‘El Selvático’.

Con los años, se integró en un conjunto de escultores que propugnaba la renovación de la escultura frente al academicismo imperante. Participó en la vida cultural del Madrid del primer tercio de siglo, con memorables veladas en su estudio y en los cafés Levante y Pombo, durante las que entabló amistad con Valle-Inclán, los hermanos Machado, Ricardo Baroja y Gregorio Marañón, quien le hizo su primer gran encargo: el sepulcro del doctor Llorente. También esculpió a Miguel de Unamuno y a Ramón y Cajal.

Símbolo de esa relación con la elite cultural llamada a traer la modernidad a España, el genio palentino contrajo matrimonio con una cuñada de Pilar Valderrama, Guiomar, amor platónico de Antonio Machado y que acabaría sus días en Paredes de Nava.

De entre las obras realizadas en esos primeros años destaca la dedicada a su hermano Marcelo, fallecido entonces. Realizada en granito y mármol, se trata de “la más hermosa escultura yacente de nuestro siglo”, en palabras de José Marín Medina.

El espíritu de Macho también tuvo su reflejo en la política: de ideología liberal, se exilió en 1923, tras el golpe de Estado de Primo de Rivera. De nuevo en España, el obispo de Palencia Agustín Parrado le encarga -en 1927- la que sería la mayor de sus obras, el Cristo del Otero, adaptación terracampina del sentimiento religioso imperante por aquellas fechas: la devoción al Sagrado Corazón.

El mayor obstáculo que debió salvar fue el económico. Con un presupuesto inicial de 187.000 pesetas, se vio obligado a prescindir de materiales como el bronce, los mosaicos dorados o las incrustaciones de marfil en los ojos, hasta llegar a un coste de 100.000 pesetas, más asumible para un proyecto sufragado por suscripción popular.

Los trabajos se ejecutaron en un plazo sorprendentemente breve, entre junio y octubre de 1930, pero diferentes circunstancias hicieron posponer la inauguración hasta un año después. Paradojas de la historia, la presentación de esta escultura religiosa se hizo sin excesivo boato, en armonía con el espíritu laico que trajo la II República. 1936 debía haber sido un año alegre para Victorio Macho, ya que fue nombrado académico de Bellas Artes de San Fernando.

Pero estalló la Guerra Civil y debió trasladarse a Valencia, junto al Gobierno, para pasar a Barcelona y después abandonar España camino de París y, posteriormente, Bogotá. En 1940 se trasladó a Lima y contrajo matrimonio con Zoila Barrón, 35 años más joven que él y musa de su creación hasta el final de sus días. Con ella regresó a España en 1952, junto a 15 toneladas de esculturas realizadas durante su estancia americana.

Instalado en Toledo, el matrimonio visitaría la ciudad de Palencia para recibir diferentes homenajes, así como para realizar algún encargo del Ayuntamiento, como el homenaje a Berruguete -el genio de Paredes de Nava- que hoy preside la Plaza Mayor. A su muerte, en 1966, donó toda su obra al Estado español.

Gran parte de su trabajo quedó en la Casa Museo de Victorio Macho en Toledo, pero este artista irrepetible quiso que sus restos descansaran a los pies del Cristo del Otero, la gran escultura por la que pasó a la historia.

El Cristo del Otero es la más representativa, pero no la única obra de Victorio Macho con la que se puede topar el turista en su visita a Palencia. La mole de cuatro metros y medio del Campesino ibérico, en el primer tramo de la avenida de Asturias, saluda a quienes acceden a la ciudad desde Tierra de Campos. Se trata de una realización de Luis Alonso a partir del boceto que dejó Macho, al igual que la escultura de la Aguadora, junto al Ayuntamiento.

Al otro lado del edificio, en la Plaza Mayor, se encuentra el monumento a Berruguete erigido por el propio Macho en 1963. Las reproducciones del monumento al almirante Grau -realizado en Lima-, situadas en el parque de los Derechos Humanos y en las Huertas del Obispo, completan el recorrido por este museo al aire libre.

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