Ricardo Ortega
El acueducto de Segovia es uno de los reclamos turísticos más visitados, más fotografiados y más reproducidos de toda España. Ayudan la cercanía a Madrid y un magnífico estado de conservación, que da actualidad, y hasta modernidad, a este coloso de granito del siglo I de nuestra era.
Sin embargo, es poco sabido que el acueducto es mucho más que los 900 metros de arquería que recorren la ciudad hasta llegar al alcázar. La obra supera los 15 kilómetros de longitud y, en gran parte de forma subterránea, lleva el agua de la sierra de Guadarrama hasta la fortificación que se erige sobre la desembocadura del río Clamores en el Eresma.
Un azud sirve para tomar el agua de un riachuelo en el paraje denominado la Acebeda y la canaliza hasta la ciudad. El recorrido entre esta toma de agua y el embalse de Puente Alta, en Revenga (ya una entidad local menor de Segovia), es un paseo agradable, sin pendientes empinadas, que al mismo tiempo es una lección de historia.
Allí aprenderemos el proceso seguido por los romanos para tomar agua potable y llevarla en perfectas condiciones hasta la ciudad.
Es una forma diferente de acercarse a la joya histórica del acueducto, más estimulante y que nos evitará las aglomeraciones de la plaza del Azoguejo.