Ricardo Ortega
La representación de la obra ‘Solitos’, de la compañía Azar Teatro, abre de forma oficial la vida de Al Norte a la Izquierda, un espacio escénico que se suma a la red de salas alternativas de Valladolid y Castilla y León.
El evento tendrá lugar el viernes 3 de noviembre en esta sala que está llamada a revolucionar el panorama cultural de la ciudad, y sobre todo del barrio que la acoge desde hace dos décadas, el de La Victoria.
Al Norte a la Izquierda es una sala teatral, un espacio capaz de acoger casi cualquier género o disciplina escénica encuadrado en lo que se ha dado en llamar ‘sala independiente’ o ‘sala alternativa’ y que, teniendo su máximo exponente en ciudades como Madrid o Barcelona, constituye una suerte de circuito ‘off’ dentro de la programación cultural oficial.
Espacios como este están casi siempre ligados a producción de espectáculos de teatro o danza “y son un auténtico faro de la creación escénica contemporánea al margen de los canales oficiales”, apuntan sus responsables.
La sala está impulsada por Azar Teatro, la compañía integrada por la actriz Mercedes Asenjo, los actores Francisco Mateo y Carlos Tapia y el dramaturgo y director escénico Javier Esteban. Cuenta con una trayectoria de 33 años y su propuesta sitúa al espectador ante una compañía joven, dinámica, que nunca ha olvidado las inquietudes de los primeros años, la chispa rebelde de quien no está dispuesto a ceder un ápice ante un mercado que en ocasiones es el más cicatero de los censores.
Javier Esteban plantea como horizonte “propiciar un auténtico acercamiento entre creadores y público, integrar la cultura y hacerla visible en la vida de nuestro barrio, llevar nuestros espectáculos más allá de las mermadas giras que los canales públicos ofrecen y abrir una vía al intercambio con otras salas y sus núcleos de creación”.
-¿Hace falta un proyecto como Al Norte a la Izquierda?
-Valladolid en particular, pero también Castilla y León como comunidad, carece de proyectos de estas características. Las condiciones de nuestra comunidad hacen que la oferta cultural esté excesivamente centrada en aquello que se ve en las grandes ciudades de nuestro país y deja muy al margen la creación propia a pesar de que esta esté, de alguna manera, reconocida a través de las diferentes ayudas a la producción de espectáculos que ofrece el Ejecutivo regional.
Lamentablemente lo mismo ocurre en otras comunidades, y son muchos los proyectos escénicos que solo pueden tener una vida razonablemente larga en salas y circuitos alternativos, como es el caso de Al Norte a la Izquierda.
Esto no quiere decir que sea cultura de “segunda”. Muy al contrario, es cultura de primerísima calidad, pero al margen de lo mediático.
Por cierto, la sala también nos permite ofrecer un espacio de libertad creativa, de reflexión moral y política y de nuevas formas de expresión pública del artista.
-La primera cita es con ‘Solitos’, el 3 de noviembre…
-‘Solitos’ cuenta la historia de un matrimonio de empleados del ferrocarril, que vive su día a día en una relación que ya no necesita más que gestos repetidos.
Los dos viven en silencio una existencia marcada por los horarios del tren. Siempre los mismos trenes a las mismas horas, una rutina repetida hasta la saciedad.
La rígida y costumbrista vida de la pareja se descompone ante cierta novedad que no voy a desvelar, dando lugar a nuevos encuentros y situaciones, al mismo tiempo que todo lo que conforma su existencia se desmorona.
Cuando todo parece preparado para el cambio, este se produce de forma trágica e inesperada.
-La sala trae entre sus primeros platos a un artista brutal como Leo Bassi, acompañado por un verdadero histrión como era Mussolini. ¿Ese arranque es una declaración de intenciones?
-Desde luego que sí. Sabemos de las dificultades que algunos artistas tienen para hacer llegar sus espectáculos al público.
Existe una censura encubierta por la falta de contratos y la cancelación debida a presiones de grupos o personas a los que ‘ofende’ o molesta una determinada propuesta artística.
No somos un cajón de sastre donde se pueda ver todo aquello que se cancela o censura, no se trata de eso.
No somos ni héroes ni adalides de ninguna causa, salvo la artística. Pero entendemos que el arte explica el mundo, que implica pensar, debatir, confrontar ideas y abrirse a otras realidades.
-Y también incomodar.
-Para que cumpla su verdadera función social y educativa el arte no solo ha de complacer, en ocasiones también ha de incomodar.
Lo sabemos muy bien y por eso apostamos por ello. Es el buen uso del criterio que nos da la experiencia, la sensibilidad, la oportunidad y la calidad, lo que guía nuestra propuesta de programación.
-¿Con qué sensibilidad se ha diseñado, entonces, el cartel para estos primeros meses?
-Hemos querido mostrarnos tal cual somos. Primero situando nuestro espacio, una sala que se encuentra al norte de la ciudad y un poco hacia la izquierda porque está en el barrio de La Victoria, y después haciendo ver que somos un núcleo creativo comprometido, abierto y ecléctico.
Queremos que la sala sea un referente en cuanto a diversidad y por supuesto también en la altura y el riesgo artístico de las propuestas.
No podemos ni queremos ser un espacio convencional, pero al mismo tiempo intentamos que todas las personas de esta ciudad sientan que en algún momento alguna de nuestras propuestas de programación les concierne o les interesa.
También hemos intentado crear una programación que sirva de encuentro intergeneracional y genere valor añadido al acto social de asistir a un espectáculo en nuestra sala.
-A pesar de las calamidades que nos rodean, se diría que vivimos en una sociedad hedonista, en la que el ‘ocio’ efímero, hueco, lo invade todo. ¿Puede haber arte comprometido en tiempos de Netflix?
-Sabemos bien lo que es llevar a cabo una programación fuera del circuito comercial, como acabamos de hacer en la última edición del FETALE, un festival con muy escasa infraestructura oficial, que se desarrolla en un ámbito puramente rural y que esta pasada edición batió récords de público con respecto a pasadas ediciones.
El compromiso es una marca inherente a nuestra forma de crear y también, por qué no decirlo, un refugio cuando el acceso a los círculos más comerciales y mejor pagados te están vetados.
-¿Hay que sufrir para ser artista?
-Es muy difícil ser frívolo cuando se está pasando mal. Eso no quiere decir que para ser buen artista sea necesario sufrir. Al contrario, se trata de ser consciente de todo aquello que te rodea y ser capaz de sublimarlo, poetizarlo y devolverlo al público en forma de una experiencia compartida entre el creador y el espectador.
La vivencia de ver un cuadro en un espacio determinado, sentir en el propio cuerpo la potencia de la música en un concierto o compartir una representación que siempre será irrepetible es lo único que nos puede salvar de un ocio estandarizado creado únicamente como un producto de consumo.
-Pero hay quien se levanta poco del sofá…
-Ser tocado, envuelto, redescubrir sensaciones, luchar con la emoción y anclar en la memoria un espacio y un momento son cosas reservadas exclusivamente a un arte comprometido y vivido en directo.
Quien nunca abandona el sillón pierde mucha cultura y mucha vida.
-Se considera a Valladolid una ciudad cinéfila. ¿Es también una ciudad de teatro?
-Al igual que ocurre con el cine, los grandes y multitudinarios eventos en torno al teatro, el TAC sin ir más lejos, contribuyen a crear esa imagen de la ciudad. No sé cuánto hay de cierto en eso.
Sin embargo, el hecho de que exista una oferta importante de cine o teatro contribuye a crear, si no hábito, al menos una cierta afición.
Desde mi punto de vista es la oferta disponible la que inclina la balanza hacia una determinada actividad. Es fácil suponer que, si en una ciudad se pueden ver los escaparates de muchas librerías, habrá mucha más gente dispuesta a comprar o leer un libro.
-¿Dispone la ciudad de suficientes infraestructuras para el desarrollo de este arte, para acercarlo al público y lograr su complicidad?
-Casi todas las infraestructuras están ligadas a una institución pública concreta que además sufre los vaivenes de los cambios de orientación política según el resultado de las elecciones. Eso hace que en general prime siempre el cortoplacismo, una idea de cultura mucho más ceñida al evento, al turismo y a las grandes cifras.
Con estos presupuestos es muy difícil ser un público cómplice en vez de ser un mero consumidor.
El teatro alternativo no cuenta con esa presión y, a sabiendas de que no puede competir con grandes presupuestos, puede preocuparse de ofrecer aquello que otros no pueden.
-¿Por qué?
-La cercanía con el espectador, por el tamaño de las salas y por la facilidad de tratar y conocer al artista, se da casi de forma natural. También la implicación de la pequeña sala con su entorno social, con su vecindad, al ser quienes la rodean los principales destinarios de su actividad.
El entorno condiciona mucho más la actividad de un pequeño teatro y también la hace más democrática, por la necesidad y la facilidad para conocer a su público.
-¿Se puede extrapolar ese análisis a Castilla y León?
-Existen muchas diferencias entre las provincias de esta comunidad (el número de habitantes de cada núcleo, lo cerca o lejos que esté de Madrid, la media de edad de los vecinos, la calidad de sus infraestructuras, la disponibilidad de locales…) y sin embargo, a pesar de los matices, creo que sería una realidad perfectamente extrapolable.
Regresa la ruta teatralizada del Hereje, otra forma de reír, de llorar, de sentir la libertad
-Azar Teatro lleva muchos años volcado en la formación de actores y actrices, algunos de los cuales se han dedicado al teatro de forma profesional. ¿Cómo es el alumno o alumna como espectador después de esa experiencia?
-Yo diría que la experiencia les convierte en consumidores de cultura en general. Intentamos despertar sensibilidad hacia todo tipo de expresiones y disciplinas artísticas.
No creemos en el arte y la cultura como una serie de disciplinas estancas, sino como un cosmos de puntos interconectados donde una puerta conduce a otras y en la que cada cual elige el camino a descubrir en un mar casi infinito de posibilidades.
Tratamos de estimular la imaginación y de inducir a la búsqueda del criterio propio a partir de las pocas armas que somos capaces de proporcionar.
Al fin y al cabo, nosotros señalamos el camino, pero la decisión de andarlo y la dirección al hacerlo son siempre una decisión absolutamente personal.