Valladolid bullía por el cuarto centenario de Felipe II cuando el escritor recuperó para la opinión pública los autos de fe y ejecuciones del tiempo de los Austrias. La novela es una magnífica guía para conocer la historia de la ciudad y para recordar lo que suponía salirse de la cuadrícula en tiempos de la Inquisición
Ricardo Ortega
Para muchos parece que fue ayer, pero han pasado 25 años desde que Miguel Delibes escribió ‘El hereje’, un verdadero testamento moral que además supuso el mejor regalo para su ciudad, Valladolid, a la que dedicó la obra.
La novela recibió el Premio Nacional de Literatura y permitió que los ciudadanos conocieran mejor su propia historia. En primer lugar porque, a través de la evolución de su protagonista, Cipriano Salcedo, la novela traza con mano maestra un vivo retrato del Valladolid de la época de Carlos V, de sus gentes, sus costumbres y sus rincones.
Pero también, y sobre todo, porque recuerda la presencia a orillas del Pisuerga de diferentes grupos de librepensadores: aquellos que rechazan todo conocimiento que solo esté basado en la tradición, la autoridad o el dogma.
En mayo y octubre de 1559, dos autos de fe celebrados en la Plaza Mayor cortaron de raíz el germen del luteranismo en España. Un centenar de protestantes, erasmistas y ‘alumbrados’ (pertenecientes a una secta mística) fueron juzgados por herejía. 27 de ellos fueron llevados a la muerte: por garrote si se arrepentían, en las llamas si persistían en su fe.
Se trata de un pasaje de la historia de la ciudad prácticamente olvidado hasta que Miguel Delibes lo rescató en esta novela terrible, convertida en un canto a la tolerancia que, además, se escribió a contracorriente: en plena efervescencia por el cuarto centenario del fallecimiento de Felipe II.
Su protagonista nace en 1517, el año en que Martín Lutero fija sus 95 tesis contra las indulgencias papales en la iglesia de Wittenberg. Una coincidencia que marcará su destino de forma fatal.
Huérfano de madre desde su nacimiento y falto del amor del padre, la novela cuenta cómo Cipriano contaba, sin embargo, con el afecto de su nodriza, Minervina, una relación que le sería arrebatada y que le perseguiría el resto de su vida.
Convertido en próspero comerciante, se puso en contacto con las corrientes protestantes que, de manera clandestina, empezaban a introducirse en la península. Pero la difusión de ese movimiento fue progresivamente censurada por el Santo Oficio.
La apuesta vital de Salcedo por emplear ante todo la razón y la lógica llevó a su apresamiento, tortura y humillación en uno de esos autos de fe. En las últimas páginas de la novela se describe su muerte en la hoguera.
Cipriano es un personaje de ficción, pero no así el doctor Cazalla, protagonista a su pesar de esta historia demoledora. Descendiente de dos familias judeoconversas, estudió en la Universidad de Valladolid con Bartolomé de Carranza (también procesado por la Inquisición) y en la Universidad de Alcalá, donde su tío Juan, antiguo capellán del cardenal Cisneros, mantenía fama de reputado humanista y erasmista.
Cazalla fue canónigo en la catedral de Salamanca y capellán del emperador Carlos V. En Valladolid, se fue reuniendo en torno a su figura lo que se denominó un «conventículo», integrado por miembros de la élite local y cuyas opiniones fueron consideradas heréticas.
Detenido y encarcelado, tras obtener su confesión fue condenado a morir en la hoguera, en un solemne auto de fe el 20 de mayo de 1559. Al abjurar de sus ‘errores’, se le concedió la gracia de ser estrangulado antes de quemado en la hoguera.
Sus hermanos Francisco, Beatriz y Pedro también fueron procesados y condenados a la hoguera. Otros dos hermanos, Constanza y Juan, fueron condenados a sambenito y cárcel perpetua. El cadáver de su madre fue desenterrado y arrojado a la hoguera.
Su casa fue derruida y en su solar se colocó un padrón de ignominia, “porque los hereges Luteranos se juntaban en ellas a hacer conventículos contra nra Stª fe católica”.
Tras volver a construirse en el solar, la calle se denominó ‘calle del rótulo de Cazalla’, y en 1820, con la llegada del régimen liberal, que revalorizó su figura como opuesta a la Inquisición, pasó a llamarse calle del Doctor Cazalla. Como en la actualidad.
La lápida fue retirada y no se conserva.
Imagen principal: Minervina Capa escucha la lectura de las condenas a muerte, durante la representación de la ruta del Hereje que ofrece Azar Teatro. Fotografía: Ricardo Ortega
https://www.mascastillayleon.com/castilla-y-leon/rutas/rutasculturales/regresa-la-ruta-teatralizada-del-hereje-otra-forma-de-reir-de-llorar-de-sentir-la-libertad/