Ricardo Ortega
Los atascos en las salidas en dirección a la playa y las manifestaciones contra el turismo, que se han repetido un año más, son dos estampas contradictorias, aunque complementarias entre sí.
Se respira en el ambiente un aroma de fin de ciclo en relación con el modelo turístico español cuando se han superado los 60 años de un paradigma inaugurado por Manuel Fraga.
Estamos ante una pequeña historia, con sus éxitos y sus rincones oscuros, que comenzó en 1962 con una campaña de fuerte promoción turística. España como el paraíso del sol y playa. La costa mediterránea y andaluza como destino exótico, económico, en el que los europeos del norte podían tostarse a un sol que se les resistía en sus hogares septentrionales. ‘Spain is Different’.
Las grandes cifras siguen siendo apabullantes. Los destinos de playa representaron en 2024 el 64% del PIB turístico español. Ese año el gasto realizado de turistas extranjeros superó los 126 millones de euros, muy por encima de los 85 millones del anterior.
Y sin embargo algo nos dice que el modelo no puede seguir creciendo. Que hay que frenar. Los vecinos se quedan sin calles y sin viviendas que alquilar por la presión que ejercen los pisos turísticos. Hay lugares en España donde la presión del visitante impide acceder a una vivienda digna a los mismos camareros que deben atenderlo en el restaurante o en la terraza del bar. Un ciclo infernal. El turismo como una fiera desatada.
Se impone cambiar la forma de relacionarse con el ocio, con los viajes, con el tiempo libre. Hay que descubrir algo, no importa si ya estaba inventado. Como sucede en la ciudad de Zamora, donde la iglesia de San Cipriano y la Catedral del Salvador acogen una nueva edición de Las Edades del Hombre.
Hay que seguir buscando, mirando debajo de las piedras, husmeando en la biblioteca, por si acabamos descubriendo localidades fronterizas que compartan dos identidades, como la portuguesa y la española. Hablamos por ejemplo de Rihonor de Castilla, al norte de la sierra de la Culebra.
Hablamos también del turismo bélico, que sigue pendiente de actualizarse en España, no sea que se reabran heridas. Y sin embargo sigue atrayendo a miles de personas la recreación de la Quema de Medina del Campo, o nos quedamos embelesados ante las murallas y la catedral de Ciudad Rodrigo, que siguen mostrando las cicatrices de todas las guerras imaginables.
Todo ello mientras los turistas se acercan en número creciente a la oficina de turismo de Miranda de Ebro a interesarse por los restos del campo de concentración.
Hay argumentos de sobra para organizar las vacaciones de otro modo. Solo hay que caminar por el mundo con una mirada diferente.
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Imagen principal: Benidorm como arquetipo del turismo de sol y playa. Autor: Siocaw