Ricardo Ortega
«Adonde sea que vaya la multitud, ve en dirección contraria». El mandato lo dejó establecido un escritor maldito llamado Charles Bukowski, que de este modo nos legaba una brújula estética que también es ética, una pauta de comportamiento que cobra cada día más sentido en un mundo que parece perder la cordura por momentos.
Si como ciudadanos y consumidores disponemos de una larga ristra de personajes a quienes denostar, a quienes echar la culpa de todo, en la actual reedición de los locos años 20 nos vamos dando cuenta de que somos nosotros, precisamente ciudadanos y consumidores, quienes con nuestras decisiones nos definimos de forma individual, mientras vamos contribuyendo al diseño del mundo.
Con cada decisión de consumo, con cada euro invertido en alimentación, en ocio, en cultura, incluso en vestido, podremos contribuir a la explotación laboral, a la contaminación, al aumento de la intolerancia, a arrasar lo que el mundo tiene de bello y hermoso.
También, por el contrario, podemos defender aquello que es “bueno, limpio y justo”, como de forma platónica defienden los partidarios del movimiento Slow Food, del que tenemos mucho que aprender. Porque resultaba espléndido el concepto de desarrollo sostenible (que era ambiental, pero también económico y social) antes de que fuera manoseado y devaluado por los apóstoles del marketing y el discurso prefabricado.
Mucho de ello se analiza en las diferentes secciones de ‘Más Castilla y León’, con enormes ejemplos de compromiso, de personas que se buscan la vida mientras nos ayudan un poco a todos. Volvemos a ofrecer una mirada sobre la cultura, sobre la antropología, sobre la gastronomía, sobre cómo será el vino en un mundo en plena transformación.
Para ello contamos con el respaldo impagable de personas que habitaron este territorio y que ya no están; si no creemos en fantasmas, al menos debemos vestir las lentes que nos permitan leer sus huellas, su impronta. Porque algo queda del alma del burgalés Félix Rodríguez de la Fuente, del escritor y político Manuel Azaña, cuyo recuerdo se escapa por entre las grietas del castillo de Villalba de los Alcores.
También nos queda el recuerdo de personajes menos recordados, incluso diremos que injustamente olvidados. Como el leonés Fernando de Castro, un ilustrado que peleó por impulsar la educación y por que España se sacudiera la indecente losa de la esclavitud.
Muchos ejemplos en los que mirarse, aunque para ello debamos caminar en dirección contraria a la multitud, enganchada a la pantalla de la televisión o el teléfono. Siempre Bukowski.