Durante quince siglos la ciudad de Deobriga ha dormido a un palmo bajo tierra en Miranda de Ebro, aunque sin dejar de dar pistas sobre su existencia, como en un cuento fantástico donde un cuerpo mal enterrado emite señales para ser descubierto. El conjunto urbano cobijaba a 6.500 personas, una población que Miranda no volvería a alcanzar hasta el siglo XIX. Deobriga ya forma parte del mapa de la Hispania romana gracias a las excavaciones dirigidas por Rafael Varón, responsable de ArkeoClio
Ricardo Ortega
Apenas a un palmo bajo el suelo, arropada por una delgada capa de tierra agrícola, la ciudad autrigona y romana de Deobriga ha despertado de un largo sueño de quince siglos. Su nombre figuraba en las crónicas latinas y era repetido popularmente por los vecinos de Miranda, pero desde el mundo académico era imposible localizar sus restos con la certeza que exige la ciencia. Eran muchos los lugares que deseaban apropiarse del nombre de Deobriga, en una pugna centenaria en la que se fundían los argumentos técnicos con el deseo de identificarse con un nombre casi mítico.
Ajena a la polémica, la ciudad nunca dejó de dar pistas sobre su existencia en el barrio mirandés de Arce-Mirapérez, como en un cuento fantástico donde un cadáver mal enterrado emite señales para que los vivos lo descubran. Desde hace al menos mil años interrumpió las labores agrícolas enervando a los agricultores locales con la aparición de sillares, monedas, estatuas y mosaicos. Son incontables los elementos metálicos vendidos a chatarreros, las piedras repartidas por las fincas, los restos de molinos de piedra que descansan en casas particulares.
El yacimiento ya fue objeto de prospecciones en el siglo XVIII a cargo de Lorenzo de Prestamero, mientras que en el XIX Remigio Salomón apuntaba que en la zona “debió de existir un pueblo numeroso en la época de los romanos, porque las tierras próximas se encuentran llenas de sepulcros, de fragmentos infinitos de barro saguntino, de grandes ladrillos redondos y cuadrados, de utensilios de hierro y de cobre y de otras antiguallas curiosas”.
Los colonos del barrio se veían “disgustadísimos, porque en una extensión de cerca de media legua apenas pueden introducir sus arados, los cuales se embotan en las piedras labradas con que tropiezan, y en los largos y espesos cimientos que se hallan casi en la superficie, cuyos terrenos, impregnados de partículas de cal, agostan y marchitan los frutos a poco que no acudan las lluvias en la primavera”.
Es necesario dar un salto hasta el siglo XXI para el descubrimiento definitivo de Deobriga, con las excavaciones iniciadas en 2004 por un equipo dirigido por el arqueólogo Rafael Varón, de la compañía ArkeoClio. La campaña, que tuvo un segundo y más profundo asalto en 2010, certificó lo que el equipo de historiadores ya barruntaba.
Herencia autrigona
Hoy se puede contar buena parte de la historia de Deobriga, en la que hunde sus raíces la ciudad de Miranda. Fue en origen un pequeño poblado en el cerro del Infierno, situado entre el río Ebro y la carretera que une Miranda con la capital riojana. Sus habitantes formaban parte de los autrigones, el pueblo celta que abarcaba desde Briviesca hasta Castro Urdiales y el entorno de Bilbao.
El asentamiento, de unas seis hectáreas, tenía capacidad para cobijar a 60 familias. En el siglo III antes de nuestra era los habitantes de ese núcleo deciden bajar al llano y construyen un recinto amurallado de dos metros de alto, con 18 hectáreas en su interior, y dos siglos después derriban el muro y construyen uno mucho mayor, de unos cinco metros de altura y que alberga una superficie de 26 hectáreas fuertemente urbanizadas. Es la etapa de mayor esplendor del conjunto, que cobijaba a unas 6.500 personas.
La cifra es importante, pero posee un valor muy significativo si tenemos en cuenta que Miranda no alcanzó ese volumen de población hasta la llegada del ferrocarril, en el siglo XIX.
En cuanto al ‘oppidum’ o muralla, llama la atención que no se trata de una infraestructura defensiva, ya que en el 70 antes de nuestra “los autrigones son un pueblo con fuertes vínculos con Roma; incluso participan en las guerras civiles, respaldando a Pompeyo contra Sertorio”. Por eso los romanos permiten a los habitantes de Deobriga realizar acciones que no permitían a otros pueblos, como levantar ese tipo de muro, que para el arqueólogo “obedece más a una cuestión de prestigio, de esfuerzo colectivo de la comunidad humana que vive en esa ciudad”.
De hecho, elementos como esa construcción abren no pocos interrogantes en la lectura de los yacimientos de la Edad del Hierro II y la romanización, tanto en la provincia de Burgos como en el norte peninsular. El caso del muro “es verdaderamente singular; no permite comparación técnica con otras murallas de la época, ni con los castros de la zona norte”.
En la actualidad se pueden contemplar apenas 3.800 metros cuadrados del yacimiento, parte del cual es sobrevolado por el vial que enlaza la carretera de Logroño con el polígono industrial construido en otro núcleo del municipio, el de Ircio. Es la parte de la ciudad romana que se excavó en 2010, correspondiente a viviendas y otros edificios que se abandonaron en torno al siglo II de nuestra era.
En algún lugar esperan a ser descubiertos los edificios públicos y las viviendas más lujosas. Como señala el arqueólogo, “con motivo de la crisis del Imperio y el traslado de gran parte de la población al campo la ciudad pervive, aunque lógicamente tiene unas dimensiones más reducidas”.
Esa investigación a fondo de los restos debe realizarse sin que los técnicos sientan la presión de la construcción; las últimas excavaciones debieron acometerse ante la inminente obra del vial, que supuso una destrucción parcial. Emergerán entonces los restos de una ciudad relevante del norte peninsular, con importantes edificios públicos, desde el foro hasta las termas. “Estamos ante una ciudad romana, que por lo tanto se levanta siguiendo el modelo de Roma”, apunta Varón.