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San Antón, una historia del Ebro

La cofradía de esta ermita de La Nave (Miranda de Ebro) agita la camisa ensangrentada como último recurso para llamar la atención sobre un bien que, digan lo que digan los registros de la propiedad, pertenece a las generaciones que están por nacer

Rafael Varón. ArkeoClío

Aunque usted no lo sepa voy a contar una historia que sí conoce. La ermita de San Antón de La Nave (de Albura) está en ese mismo barrio de Miranda de Ebro, en el hombro sobre la orilla castellana de este río, abriendo su paisaje al lado que lleva a Álava, al Cantábrico, a La Rioja, al ancho mundo en definitiva.

Rafael Varón
Rafael Varón

No crea que es una exageración. Este punto concreto de la geografía de la entonces Hispania, probablemente a principios del siglo I de nuestra era, veía el cruce del río por una calzada de singular interés. Será la vía romana que aparece en la documentación clásica cubriendo el recorrido entre Astvrica Avgvsta y Burdigalam. Vamos, que cruzaba el norte de Hispania y llegaba hasta Aquitania, en la vieja Galia.

La Vía Aquitana disponía aquí un cruce de caminos que permitía conectar la meseta norte con los puertos del mar Cantábrico, con el paso de los Pirineos y discurrir por el corredor del Ebro hacia el Mediterráneo. Así que no exageraba cuando les decía que este lugar singular estaba conectado con la globalidad.

Acceso a la actual ermita.
Acceso a la actual ermita de San Antón.

Quizá esta posición y la pertenencia a una infraestructura viaria que ha cruzado océanos de tiempo favoreció que, una vez desarticulado el Imperio -pero no su legado-, las personas que vivían en su entorno mantuvieran el paso del Ebro activo. Antaño pudo haber un puente, pero en el tránsito hacia el Medievo se mantuvo un “vado carrero”, apoyado en un “portu” (puerto), de la que el lugar tomó el nombre: Nave de Albura.

Esta historia que les he contado muy someramente la documentaron, a finales del cambio de la década de 2010, Isaac Moreno y un equipo de medievalistas de la Universidad de Burgos, con J.J. García, D. Peterson, I. García y L García.

Mascarones borrados por el paso del tiempo.
Mascarones borrados por el paso del tiempo.

En el año 1012 -que mil años no son nada- tenemos constancia de que Nave de Albura gozaba de su propio fuero, lo que hacía que sus habitantes gozasen de un estatus de privilegio que no tenían otras localidades de su entorno.

No será hasta fines del siglo XI o principios de XII que la puesta en funcionamiento de un puente en Miranda, y la concesión de un fuero de villazgo a esta población, cuando el paso decaiga y las comunicaciones sean atraídas por la nueva villa. La Nave, como hoy la llamamos, se incorpora al territorio administrado por Miranda.

Hoy, La Nave es un pequeño agrupamiento de casas en las que viven pocas personas. De aquel viejo pasado queda, a la vista, un vestigio material todavía en actividad, y uno que pasa desapercibido. Este segundo es un lavadero. Es de un tipo que yo, en una clasificación muy personal, denomino “de sangre”.

Ventana del ábside.

Sin hacer dramas: piense usted en agua corriente, fría, rodillas en tierra, espaldas dobladas, frota que te frota. Sí, también un espacio de sororidad, de relatos, noticias, etcétera, que servirán de alivio a la dureza de un trabajo ingrato. Que me hubiera gustado poner una foto, pero está oculto por ortigas y malas hierbas, y lo lamento.

El registro físico más evidente de aquella época pasada es la actual ermita. En origen fue iglesia parroquial, románica, discreta, que mantiene una cofradía dedicada a san Antón, patrono de los animales. Esta, antaño formada por los agricultores de los alrededores, hoy tiene entre sus cofrades a personas de otros gremios.

Posible material reutilizado -cabecera de sarcófago- en la pared norte del templo.

Son los depositarios de dos bienes, uno inmaterial y nutritivo que se concentra en el frío febrero cuando la celebración del santo impone la bendición a los animales domésticos, que se la ganan junto con sus dueños y dueñas dando vueltas a la ermita, y se reparten bollos preñados y vino con los que superar la climatología de la jornada.

Pero también son depositarios del mantenimiento del bien. De ese edificio que la bibliografía incluye entre el románico rural, que sorprende por su factura teniendo edificios de esa cronología muy canónicos en las cercanas poblaciones de Montañana o Santa Gadea del Cid. Uno siempre ha pensado que quizá haya que añadir un pre- al románico, y quizá comprenderíamos mejor la historia de este templo.

Decía que la Cofradía de San Antón dedica desvelos para conservar la ahora ermita. Que es de propietarios privados, de esos que viven de las gracias y que tienen tantas propiedades y cada vez menos afectos económicos -dicen- por lo que no pueden acometer programas de mantenimiento; y el recurso a su jefe etéreo dejó de funcionar hace tiempo porque se desentendió de la parte terrenal del negocio.

Espadaña situada en los pies de la ermita.

La Administración -esas personas que nos representan a usted y a mí- tiene problemas para soltar los chines necesarios para ayudar en los arreglos: ¿por qué vamos a ayudar a una institución privada? ¿no es mucho gasto y poco retorno de resultados económicos? Da igual el color de nuestros administradores a la hora de apostar por nuestro Patrimonio.

Y desespera la Cofradía, claro. Eso se traduce en que, en ocasiones, agiten la camisa ensangrentada como único recurso para llamar la atención sobre un bien que, más que a los registros de la propiedad, pertenece a las generaciones que están por nacer, aunque su ruina solo preocupe a unas pocas personas.

NOTA: Recuerden, si deciden la rehabilitación del edificio, que la aplicación de herramientas arqueológicas para mejorar la historia que les he contado es preceptiva. Por si acaso, y de nada.

Cruz inscrita en las piezas del ábside.
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