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¿Cuántos Reales Sitios hay en Castilla y León? Así se siente el peso de la historia

Castilla y León cuenta con cuatro de las joyas arquitectónicas levantadas para disfrute de la familia real. Es un pequeño recordatorio de la densidad que tiene por estos lares el poso de la monarquía hispánica. Una fórmula para vincular historia y turismo a lo largo de todo el año

Ricardo Ortega

El peso de la historia se siente, se respira, incluso abruma en determinados lugares, aquellos escogidos en su día por un monarca para exhibir su poder y para disponer de un palacio en el que alojarse.

Esos ‘sitios’ no son hoy de la monarquía, sino que son de todos: Patrimonio Nacional es la entidad que gestiona y administra los palacios, jardines y monasterios que formaron parte del patrimonio de la Corona española

Las puertas de esos espacios están abiertas al turista, que encontrará auténticas joyas situadas en emplazamientos privilegiados.

Riofrío, el más romano de los palacios españoles

Palacio construido en el siglo XVIII, ha estado ligado a las casas reales desde su construcción. Se encuentra a 15 kilómetros del Palacio de La Granja, con el que conforma los Reales Sitios segovianos. Mandado construir por Isabel de Farnesio, fue utilizado por los Borbones como pabellón de caza y lugar de descanso.

Se construyó con sillares grises de mampostería enlucida de rosa y hoy mantiene el ambiente romántico del siglo XIX. Las dependencias se sitúan en torno al patio interior central y una monumental escalera, con grandes salones decorados con mobiliario de época.

El edificio destaca por su unidad de estilo y por su aspecto lineal, ordenado y armonioso, que resuena con el eco clásico de los palacios romanos. A pesar de su singularidad y la belleza de su entorno, fue un palacio sin huéspedes durante más de cien años, lo que hace que sea uno de los Reales Sitios menos conocidos por el gran público.

El origen de este conjunto palaciego se encuentra en los terrenos del bosque y Dehesa de Riofrío que el Rey Felipe V compró en 1724. Cuando este murió, su viuda, Isabel de Farnesio, impulsó la construcción de su propio señorío y así poder ofrecerle a su hijo, el infante don Luis, un palacio en el campo para retirarse.

Con esta voluntad amplió el conjunto adquiriendo terrenos colindantes, y siendo ella de origen italiano, encargó el diseño del palacio al arquitecto Virgilio Ravaglio. Sin embargo, la temprana muerte de este artista en 1753 obligó a confiar en otros arquitectos. El resultado: un edificio de líneas sencillas y elegantes con una arquitectura deudora del gusto italiano que le convierten en el más romano de todos los palacios españoles.

Siguiendo una idea paralela a la que Felipe V e Isabel de Farnesio impulsaron en el cercano Palacio Real de La Granja, estaba previsto crear todo un conjunto levantando, además, edificios auxiliares como casas de oficios, caballerizas, una iglesia, un teatro.

Sin embargo, el acceso al trono del hijo primogénito de Isabel de Farnesio, Carlos III, hizo que su madre volviera a representar un papel destacado en la corte y que no llegara a habitar este palacio.

El palacio está rodeado por más de 600 hectáreas de bosque en el que campan libremente los ciervos, gamos, conejos y zorros. Es el Bosque de Riofrío, un espacio natural de extraordinario valor ecológico. Está situado a nueve kilómetros de Segovia y a quince de San Ildefonso.

La Granja de San Ildefonso

Residencia estival de los Borbones durante los siglos XVIII y XIX. En 1720, Felipe V compró los terrenos a los frailes de la comunidad del Parral. El arquitecto Teodoro Ardemans convirtió el edificio conventual en un palacio adosado a un templo y flanqueado por cuatro torres con chapiteles de pizarra.

Tiene plazas con nombres de uso y costumbres: la del palacio, la del mercado, la plaza de canónigos, la de la cebada, y otra, para los soñadores, llamada plaza de la melancolía. Es un urbanismo neoclasicista.

La obra de jardinería se encargó a un equipo de Versalles. Los Reales Jardines componen una barroca y elegante escenografía, donde destaca la riqueza botánica y el agua.

Se trata de una de las mejores muestras del esplendor monárquico del siglo XVIII. Felipe V, el primer Borbón que reinó en España, se enamoró de este lugar allá por 1717. Tal fue el flechazo que decidió levantar allí un palacio y unos jardines adornados con esculturas y fuentes que le recordaran su infancia en la corte de su abuelo Luis XIV de Francia. La creación de este Real Sitio fue su gran obra personal, había encontrado el lugar ideal para retirarse del mundo.

No hay que olvidar que ya en la Edad Media los reyes de Castilla, que con frecuencia residían en Segovia, utilizaban como lugares de caza los bosques situados al pie de las montañas de Guadarrama, y en especial el paraje de Valsaín. Los sucesivos reyes continuaron utilizando los pinares de Segovia como zonas de recreo y fue así como, en 1717, Felipe V se enamoró de la belleza y riqueza cinegética del lugar.

En 1720 compró a los jerónimos su granja de San Ildefonso para hacer de ella un nuevo Real Sitio en el que poder retirarse. En 1724, Felipe anunció en San Ildefonso que abdicaba en su hijo Luis I, pero su prematura muerte en agosto de aquel mismo año obligó a volver al trono al ‘Rey padre’.

El Real Sitio hubo de adaptarse también a este cambio, pues de ser la residencia de un ex soberano se convertía en el Real Sitio favorito del monarca reinante. El palacio, inicialmente de dimensiones modestas, hubo de ser ampliado, y también lo fue el jardín a costa del parque, añadiéndose nuevas y más espectaculares fuentes.

Las salas del palacio abiertas al público corresponden a los antiguos apartamentos reales, situados en las dos plantas que abren a la fachada oriental. Aunque el palacio sufrió un devastador incendio en 1918 conserva aún casi todas las decoraciones al fresco de la época de Felipe V.

En la planta principal se encuentran las habitaciones privadas de los Reyes entre las que destacan la Galería de Retratos, el Dormitorio de Sus Majestades, el Salón de Lacas o el Gabinete de Espejos.

A diferencia de la planta alta, más íntima, las estancias de la planta baja del palacio te llamarán la atención por su decoración más representativa y fastuosa. Cada una de ellas recibe el nombre de la pintura al fresco que decora su bóveda. Tenemos la Sala de Hércules, la de la Justicia, la Fuente de la Galatea o la espectacular Sala de Mármoles o de Europa.

Además de recorrer las dependencias reales, no podemos dejar de visitar el Museo de Tapices y la capilla real o Colegiata, construida por Ardemans y redecorada por Francisco Sabatini bajo Carlos III.

Por cierto, tan relevantes como el palacio eran para Felipe V los jardines, en los que puso grandísimo empeño. Los jardines del Real Sitio de La Granja son el mejor ejemplo en España de jardín a la formal a la francesa, una modalidad que empezó a difundirse por toda Europa a finales del XVII, a raíz de la popularidad de las creaciones de André Le Nôtre, jardinero de Luis XIV, el famoso ‘Rey Sol’.

Real Monasterio de Santa Clara

En Tordesillas y a orillas del Duero se alza el monasterio de Santa Clara, uno de los mejores ejemplos de arte mudéjar de Castilla y León. Una muestra de la admiración de los reyes cristianos por el lujo y sofisticación de la cultura andalusí. Su mezcla de románico y gótico, con los emblemas reales siempre presentes, provoca un impacto difícil de olvidar.

La infanta doña Beatriz, hija del Rey Pedro I de Castilla, fundó en este palacio un convento de clarisas en 1363. A pesar de las evidencias históricas, la reina Juana, injustamente conocida como ‘la Loca’, nunca residió aquí.

Santa Clara es un conglomerado de estilos comprendidos entre los siglos XII y XVIII.

El antiguo edificio, construido por Alfonso XI, tenía la estructura clásica de los palacios árabes, y sobre sus restos se construyó el palacio mudéjar donde nació Pedro I y vivió tras la superación de los conflictos dinásticos con su amante, María Padilla.

El rey Pedro en su testamento mandará a su hija Beatriz transformar el palacio en una morada de monjas clarisas, y en 1363, se fundará el convento de Santa Clara cumpliendo el deseo del rey.

Del palacio se conservan la portada, el vestíbulo, la capilla dorada y el patio de entrada. En la fachada están las dos llaves del paraíso en cerámica verde, símbolo árabe que se identificaba con la potestad de abrir y cerrar las puertas del cielo.

Junto a las llaves, hay dos lápidas con letras monacales en las que se describe la batalla del Salado; victoria por la cual se propició su construcción como homenaje. Hay que recordar que esta batalla supuso un triunfo muy importante para la Corona de Castilla, ya que le permitió tener bajo su control el Estrecho de Gibraltar y evitar así las invasiones procedentes de África.

Al visitar su patio árabe es posible imaginar a Alfonso XI planificando la conquista de Algeciras y otras cruzadas por tierras de Andalucía mientras paseaba entre sus arcos lobulados y de herradura.

Valladolid y su provincia fueron decisivas en la vida de Isabel la Católica. Allí se casó con Fernando II de Aragón. Posteriormente, los reyes fijaron su residencia en Tordesillas y su muerte tuvo lugar a escasos kilómetros, en Medina del Campo.

En el lecho de muerte dictó testamento nombrando heredera a su hija Juana, aunque ya se había establecido que, si no pudiera gobernar, heredaría el trono su esposo Fernando hasta que su nieto, el futuro Carlos V, fuera mayor de edad.

Nos sumergimos en la capilla dorada del convento, que nos recibe con sus arquerías ciegas sobre columnas con capiteles corintios y su cúpula almohade semiesférica, típica de las mezquitas, donde se hallaba el lugar reservado para las oraciones del califa.

Su coro largo, con sillería de nogal, fue la iglesia provisional hasta que se consagró el templo definitivo del convento.

La distribución de los baños árabes es la misma que en la Almudaina, y marcaba el orden de uso: cuarto templado, cálido y frío. Las bóvedas de cañón sustentadas por columnas y arcos de herradura, están iluminadas por tragaluces con forma de estrellas de ocho puntas que servían de respiraderos para evacuar los vapores.

La iglesia gótica del convento de Santa Clara de Tordesillas se construyó de nueva planta a mediados del siglo XV adosada al antiguo palacio. Su retablo del altar de la capilla mayor es de alabastro y se hizo en los últimos años de vida de Juana la Loca, presentando una representación gótica del Calvario.

La capilla de los Saldaña alberga uno de los conjuntos escultóricos góticos más importantes de su época, y en el presbiterio, el espacio que rodea el altar de la capilla mayor, se puede contemplar la espléndida cubierta de madera de cinco paños con el fondo ochavado, con riquísima lacería, dorados, policromías y cuatro piñas centrales. Se trata de una auténtica obra maestra del mudéjar castellano.

Santa María La Real de Las Huelgas

Una iglesia, claustros, capillas y jardines forman un excepcional ejemplo del arte mudéjar en este conjunto monástico románico. Entre batalla y batalla contra los almohades, en Burgos, en el Real Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas, se nombraba caballeros a futuros reyes, se les coronaba y también se les enterraba.

El conjunto burgalés es el principal monasterio cisterciense femenino en España y cabeza de todos los que se implantaron en la corona de Castilla. Se emplaza en un lugar de paso ineludible en el Camino de Santiago.

La primera abadesa de las Huelgas fue un claro ejemplo de la riqueza y privilegios concedidos a este monasterio; tenía jurisdicción eclesiástica, civil y criminal sobre más de 50 villas cercanas y solo obedecía al papa. Su elevada jerarquía se evidenciaba en un tocado especial parecido a una mitra; ésta y el báculo la asemejaban a un obispo femenino.

Los reyes fundadores levantaron un monasterio con iglesia mudéjar, parcialmente conservada en la actual capilla de la Asunción, de estilo almohade, junto al cual contrasta el claustro románico conocido como ‘las Claustrillas’. Consta de 12 arcos por lado apoyados en columnas dobles, típicas de este estilo, con capiteles con motivos vegetales y castilletes.

Fue en el primer tercio del siglo XIII cuando se llevó a cabo la construcción del monasterio gótico definitivo, en la sobria arquitectura característica de la orden cisterciense con gran iglesia de muros reforzados, claustro y dependencias entorno a éste, entre las que destaca la sala capitular.

Uno de los grandes atractivos de este monasterio lo podemos encontrar en la cilla o granero monacal. Se trata del Museo de Telas Medievales, que nos permite retroceder en el tiempo y revivir momentos épicos con joyas tan valiosas como los preciosos textiles medievales, exhumados y estudiados en el siglo XX o el auténtico pendón de las Navas de Tolosa, la batalla que en 1212 supuso el declive del dominio musulmán en la península ibérica, significando sin lugar a duda la victoria más importante de la llamada Reconquista.

El silencio de los patios se rompe cada año con la fiesta del Curpillos, un Corpus Christi menor, en cuya procesión se lleva una copia del pendón que acompañaba a las tropas cristianas en las Navas de Tolosa.

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