José Manuel Campos Carrión
Nace en Toledo en 1479 una infanta, hija de los todopoderosos Reyes Católicos, que en apariencia no estaba llamada a reinar y que el azar, tan caprichoso en aquellos tiempos de fulgurante cambio político, convirtió en heredera de un trono que iba a ser determinante en el orden europeo y mundial.
Fue una figura secundaria en el tablero de la monarquía hispánica, pero la piedra clave del poderoso imperio español que se estaba conformando. Tras la muerte de su madre, la idolatrada Isabel la Católica en 1504, Juana se convirtió en heredera tras la muerte de sus hermanos. Pero ese destino le iba a deparar no un reino, sino una cárcel.
Juana fue víctima del mayor confinamiento político de la historia de España. La ambición política de los hombres más cercanos a ella -su padre, su marido y posteriormente su hijo- los decidió a ocultarla, confinarla e inhabilitarla. ¿Bajo qué argumento? Que estaba loca. Y de este modo, durante 46 años, fue recluida en Tordesillas hasta su muerte en 1555.
En aquellos años, la ciencia médica poco tenía que aportar, y ante un diagnóstico que tiene que ver más con creencias telúricas, la locura de Juana era un argumento invalidante de peso en los oscuros tejemanejes de la política castellana.
Se ha sugerido por algunos autores modernos que su locura se podía asemejar a una esquizofrenia leve, pero también que su deterioro fue consecuencia del encierro, del abandono afectivo y de la presión política.
Desde el siglo XIX, el Romanticismo literario empezó a esbozar una figura alternativa: la reina no estaba loca, sino dominada por un amor absoluto y no correspondido. Locura de amor. La versión más reciente de su situación, y la más poderosa simbólicamente, la presenta como víctima de un sistema patriarcal que no toleraba a una mujer con poder y voluntad propia.
Juana. Imagen y realidad. Del amor loco a la conciencia crítica
Ya desde temprana edad, Juana empezó a demostrar que la heterodoxia era un buen lugar que explorar. Indiferente a cualquier tipo de manifestación o estudio religioso, actitud que su madre trató de ocultar, fue educada en un entorno propio de una infanta de manera exquisita, con una educación de alto nivel, como sus hermanos varones, y no se escatimó una educación humanista y multilingüe.
Debido a esta selecta educación, fue una mujer culta, reflexiva. Formada para ejercer el poder, de aguda inteligencia como manifestó un contemporáneo suyo, Pedro Mártir de Anglería. Esta educación no solo desmonta el mito de la “loca irracional”, sino que muestra una reina pensante, lúcida, y peligrosamente autónoma para un mundo que no concebía una mujer al mando.

Pilar López de Ayala fue ‘Juana la Loca’ en la película dirigida por Vicente Aranda en 2001.
La mirada artística. De la literatura al cine, pasando por el arte y el teatro
Todas las artes plásticas han encontrado en la figura de Juana, un motivo fundamental para recoger la tragedia y la desdicha de un personaje que el malditismo y la leyenda negra convirtieron en fascinante.
Todas han contribuido a fijar un imaginario visual que enfatiza el drama del encierro, el duelo y el aislamiento que la “reina loca” padeció en Tordesillas.
Desde la impactante imagen de Juana en la obra de Francisco Pradilla, que revela todo el romanticismo y el drama del personaje, hasta la última versión cinematografía de Vicente Aranda, que nos ofrece una Juana resistente y compleja.
El primer salto artístico de Juana a este imaginario colectivo vino de la mano del teatro. En 1855, Manuel Tamayo Baus estreno su drama ‘La locura de amor’, que fue un gran éxito. Juana aparece como una mujer desbordada por los celos, pero también como víctima de una pasión incontenible, de esas pasiones que el Romanticismo adoraba y temía a partes iguales.
Este drama fue la base de numerosas adaptaciones cinematográficas más adelante, como ‘Locura de Amor’ de Juan de Orduña en 1948, película emblemática del franquismo que convierte a Juana en mártir del deber femenino. La actriz vallisoletana Aurora Bautista dio vida a una Juana exaltada, emocionalmente desbordada. La película enfatiza la traición de los extranjeros, el orden divino y la necesidad de obediencia. La imagen de una reina que enloquece porque no se somete.
En 2001, Vicente Aranda retoma la idea de la obra de Tamayo, pero con un giro radical. La película, con Pilar López de Ayala de protagonista, presenta a una Juana compleja, llena de emociones contradictorias.
La obra de Aranda planteaba algunas preguntas incómodas. ¿Quién define la locura? ¿Por qué se temía tanto a una mujer que ama y gobierna? La influencia evidente de los postulados feministas que empezaban a asomar a comienzos del siglo XXI ofrece una visión que mezcla ternura, rabia y lucidez.
Entre las últimas adaptaciones cinematográficas con Juana como protagonista podemos incluir la obra de Jordi Frades de 2016, ‘La corona partida’. Producción que retrata a Juana como una mujer instrumentalizada por los intereses del Estado. Sugiere una figura dañada, pero digna.
En el teatro, las representaciones que han tenido como protagonista a Juana han sido más abundantes y son más recurrentes. Desde la clásica de Tamayo, en el 2018, ‘Juana, la reina que no quiso reinar’, de Irma Correa, es una obra clave del teatro feminista actual. Una Juana ya mayor reflexiona sobre su encierro. El monólogo es una llamada a todas las mujeres que han sido apartadas por pensar, por sentir, por vivir a su manera.
‘Juana’, la obra de Gerardo Vera, con Aitana Sánchez Gijón, del año 2020. Teatro contemporáneo de fusión con música en directo, en el que el personaje de Juana no pide perdón y exige justicia.

Por último, del año 2022, ‘Yo, la loca’, de Laia Ripoll, versión underground y feminista radical. Una Juana posmoderna, harta de ser víctima, toma el micrófono y se apropia de su propio relato. La locura como performance de libertad.
Epílogo. Abierto y en movimiento
Juana no solo fue ‘la loca’. Hay una evidencia consensuada de que fue una mujer apasionada, culta, inteligente, que desafió los límites de su tiempo. Y esa osadía provocaba miedo. Y por eso fue el motivo por lo que la silenciaron.
Hoy, sus representaciones en el cine, el teatro y la literatura son mucho más que entretenimiento; son maneras de reparar simbólicamente un daño que no se pudo reparar en siglos. Son una manera de expresar que hubo una reina que no quiso callar.
Curiosamente, en este siglo XXI desbordante, la figura de Juana como mujer poderosa está más que nunca puesta en reivindicación. Juana se ha convertido en un emblema de mujeres “demasiado intensas” para ser aceptadas. En un mundo que castiga la tristeza femenina y medicaliza el dolor emocional, su figura resuena con fuerza. Es el paradigma de la mujer que no obedeció. Que no escondió su llanto. Que el encierro no logró silenciar.
La crítica feminista ha sabido leer en Juana una historia de control institucional. Como escribe Juanjo Bermúdez de Castro en ‘Ni loca ni celosa’, la locura de Juana fue el discurso construido para justificar su exclusión. El cine, como señala, no refleja esa historia de forma neutral. La reescribe según los valores dominantes. Por eso Juana fue sumisa en el franquismo, y es disidente en el siglo XXI.
Hoy, en tiempos del #MeToo, de revisión de los discursos históricos y de rescate de voces femeninas silenciadas, Juana es recuperada como un símbolo político. Su silencio no es olvido: es memoria encerrada. Su historia, más que un drama romántico, es una advertencia: cuando una mujer no encaja, la llaman loca.
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Imagen principal: ‘Doña Juana la Loca’, óleo sobre lienzo de Francisco Pradilla (1877). Se encuentra expuesto en el Museo del Prado.