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‘Escupir al cielo’. El espíritu de los hermanos Coen sube al escenario

Un viaje en motocicleta, un cadáver, el humor negro como bisturí para analizar los recovecos del alma humana. Azar Teatro transita la frontera con el séptimo arte y eleva lo absurdo a la cumbre del humor inteligente

Ricardo Ortega

Todo comienza con el insólito viaje nocturno de una pareja sobre una vieja motocicleta, por una carretera solitaria. La precariedad del vehículo les obliga a hacer parada en una pequeña gasolinera apartada. Mal iluminada.

Tras un inexplicable acto de violencia ambos se ven forzados a encerrarse en la estación de servicio y fingir normalidad ante los inoportunos -e inusualmente frecuentes- visitantes del establecimiento. La gasolinera se convierte en una trampa en la que se dan cita el pasado, las razones ocultas y un curioso grupo de personajes del lumpen.

‘Escupir al cielo’ es la nueva propuesta de la compañía Azar Teatro, que vuelve a hurgar en la herida de la lealtad y el amor, la mirada comprensiva hacia el otro, la invisibilidad de determinados grupos sociales. También aborda la desmitificación sentimental y la necesidad que todos tenemos de alcanzar nuestras aspiraciones de vida más básicas.

“Cuando tratas con personajes como los que pueblan las escenas de este montaje, todo eso y mucho más sale a la luz por sí mismo”, apunta Javier Esteban, director artístico de la compañía y autor del libreto.

En este montaje Azar Teatro huye del humor de trazo grueso y propone una comedia de humor inteligente, con constantes guiños al cine negro contemporáneo y con unas gotas de crítica social.

El uso de ese humor permite afilar el perfil de cada uno de los personajes y dar más verosimilitud a sus singularidades. “Son personajes extremos inmersos en una cotidianeidad extrema, pero muy real”, advierte el dramaturgo en su conversación con ‘Más Castilla y León’.

-‘Escupir al cielo’ ya ha iniciado su andadura por algunos teatros.  ¿Cómo la está recibiendo el público?

-Tras nuestro paso por Ciudad Rodrigo y la Sala Guirigai en Badajoz, el espectáculo ha abierto la programación de la Sala Tarambana de Madrid en la celebración de su 20º Aniversario, y ha sido todo un éxito. Estamos muy contentos por ello.

El público, desde el primer momento, hace suyo el humor que destila la obra y el código que proponemos; empatiza con los personajes y entra de lleno en la historia dando la réplica a los actores con sus risas, pero también con la sorpresa y el silencio que a veces la situación demanda.

En algunos momentos los intérpretes interpelan directamente al público y nos encontramos siempre con la mirada atenta de unos espectadores que realmente están disfrutando de nuestro trabajo.

-Si la expresión ‘escupir al cielo’ hace referencia a la imprudencia y la arrogancia, entendemos que hay muchos que se pueden dar por aludidos en este prepotente siglo XXI…

-Normalmente solo nos damos cuenta de lo que supone “escupir al cielo” cuando nos cae encima aquello que previamente hemos escupido; yo quiero entender esto como recibir un imprevisto “baño de humildad”, y sin embargo vivimos rodeados de “escupidores” que lo evitan protegiéndose con un paraguas de egolatría que, no solo les impide ver las cosas como son, sino que además tratan de imponer su falsa visión a todo aquel que se deja salpicar.

Para nosotros, escupir al cielo para que te caiga en la propia cara es la advertencia que una sociedad individualista, egoísta y amoral te hace para que seas consciente del lugar donde coloca a cada cual. Una sociedad que pretende que abandones cualquier aspiración de cambiar el rol que tus circunstancias socioeconómicas te han reservado.

-¿Estamos ante la obra más ‘cinematográfica’ de Azar Teatro?

-Nosotros tenemos una larga y fructífera relación con el cine; obras como ‘La última noche de Giordano Bruno’, ‘Solitos’, ‘Lylia 4-ever’ o ‘El juicio de Dayton’ tienen importantes referentes cinematográficos o son directamente la adaptación teatral de una película ya existente.

Un guion de cine y una obra de teatro tienen muchos puntos en común en cuanto a su escritura y es el medio el que determina su forma final.

Es cierto que existen innumerables adaptaciones al cine de obras teatrales, evidentemente hay una apabullante cantidad de literatura dramática escrita antes de la propia invención del cine, pero también son numerosos los ejemplos de adaptaciones teatrales de grandes éxitos cinematográficos, empezando por muchos de los grandes musicales que todos conocemos.

-¿Cómo se hila la relación existe entre ambas disciplinas?

-Una buena escritura es necesaria en los dos casos. Sobre el papel, ambos formatos son literatura dramática y las historias que cuentan nos interpelan de igual modo desde una pantalla y desde un escenario; en ambos hay actuación y dramaturgia, así que, ¿por qué no hacer que sean vasos comunicantes?

En este caso, además, el texto de la obra se vuelve en varias ocasiones autorreferencial, aludiendo al propio proceso de escritura de la obra y del guion cinematográfico que se pretende representar. Es como si, teatralmente, asistiéramos a la vez al proceso y al resultado de un guion cinematográfico.

Sin embargo, aun siendo un declarado cinéfilo, si tuviera que apostar por un lenguaje concreto, prefiero una experiencia en vivo llena de imaginación y cercanía a un gran espectáculo bidimensional proyectado en una pantalla.

-Disparos en un cristal, fuego… ¿Qué dificultades técnicas han encontrado para trasladar el libreto a la sala?

-No es un espectáculo demasiado complicado en el aspecto técnico, no hemos tenido que inventar nada en ese sentido. Simplemente aprovechamos los recursos que conocemos a partir de la observación de otros trabajos y la experiencia adquirida en nuestra ya larga trayectoria. Son pequeños ‘trucos’ de escenario que al final se resuelven con más imaginación que medios.

También nos permitimos introducir en el texto referencias explícitas a los momentos más complicados o de mayor espectacularidad, que tratan de ‘poetizar’ las carencias materiales para convertirlas en virtud, evidenciando con humor que nuestros medios son limitados, pero muy imaginativos.

-¿Qué papel tienen los personajes que van pasando por la gasolinera?

-Dramatúrgicamente cumplen una función esencial. Por una parte son necesarios para el avance de la acción, y además son el elemento distorsionador de una cotidianeidad que se vuelve cada vez más compleja, potenciando el conflicto en el que ven inmersos los personajes principales de la función.

Los protagonistas de esta historia se encuentran encerrados en un espacio que no les pertenece, una gasolinera, un ‘no lugar’, algo que definió el antropólogo Marc Augé como un “espacio sin alma, cualquier espacio donde el ser humano permanece anónimo” que puede ser un aeropuerto, un lugar fronterizo o un campo de refugiados.

Es una especie de “purgatorio”, un espacio para el tránsito hacia otro lugar donde lo extraño no parece inverosímil.

-Una pareja de monjas, un payaso…

-En el contexto que decimos, que una pareja de monjas o un payaso de cumpleaños en plena jornada laboral aparezcan en la gasolinera, contribuye a señalar el carácter especial de aquel espacio y a despojarlo de la cotidianeidad a la que estamos acostumbrados.

Además, la particularidad de los oficios representados por estos personajes acentúa el tono de comedia y genera imprevisibilidad en torno a su papel en la historia que contamos.

También hacen que sea mucho más fácil el proceso de identificación del público con los dos protagonistas, al ser estos últimos los que, por contraste con los primeros, representan una mayor ‘normalidad’ formal.

-¿Por qué el espectador siente que el espíritu de los hermanos Coen sobrevuela el escenario?

-No me atrevo a decir que es un homenaje, pero digamos que los hermanos Coen son la principal referencia que he tomado a la hora dar forma a la escritura y a la puesta en escena de la obra.

Hay varias cosas que me gustan mucho de ellos: una de ellas es que pueblan su cine de personajes socialmente invisibles, que no son conscientes de la distancia que hay entre sus deseos y sus capacidades reales; suelen ser seres atrapados en situaciones absurdas, sin sentido aparente, que convierten en absurdos a los propios personajes y que hacen que el sinsentido de la situación transite con pasmosa facilidad entre lo terrible y lo hilarante, entre la desesperación y el humor.

Otra de ellas, que creo que es una indudable marca de la casa, es la forma en la que, en sus historias, lo bárbaro, lo terrible, es derrotado naturalmente por la ingenuidad.

Digamos que son estos aspectos los que tenía en mi cabeza a la hora de escribir y configurar el espectáculo; solo puedo decir que espero haber conseguido plasmar, aunque sea en un mínimo grado, alguno de ellos.

Hay muchísimo que aprender de Joel y Ethan Coen.

-¿Puede haber un empleo irónico de la violencia, como defiende Quentin Tarantino?

-Yo creo que sí. Otra cosa es lo explicita, banal o ‘gore’ que esta sea en su exposición. Nuestra relación con el mundo es violenta. De hecho, la violencia está mucho más presente en nuestras vidas de lo que somos capaces de intuir.

Ser capaz de aislarla, descontextualizarla y usarla de forma mordaz e inteligente ayuda a tomar conciencia de cómo agredimos o somos agredidos, y no siempre de un modo físico.

La violencia en Tarantino está siempre muy ligada al lenguaje, a una exposición oral y generalmente no violenta ‘per se’ de una idea que anuncia o explica un acto terrible.

-¿Cómo hace un dramaturgo para que un acto violento dé pie a una comedia?

-Creo que este es territorio ideal para la ironía, el humor negro o la reflexión. Si hay una respuesta impulsiva, emocional, ante la exposición de un acto violento, la irrupción de una idea en un diálogo que trascienda el propio acto provocará un trasvase inmediato de lo emocional a lo intelectual, un conflicto entre el impulso y lo moral que se puede resolver con ironía y humor.

Por otra parte, la forma de ese acto violento, en qué situación, quién, cómo y sobre quién se ejerce, suele ofrecer un certero retrato de determinados aspectos de nuestra sociedad que quizá deberíamos hacernos mirar.

Esa es una de las primordiales funciones del teatro, pero para ello hay que trascender el hecho en sí y conducirlo al terreno de lo artístico; no podemos simplemente quedarnos en ser explícitos o banales.

Si solo se hiciera esto último, caeríamos inevitablemente en el trazo grueso o el chiste más simplista, algo que difícilmente tiene encaje en una dramaturgia que pretenda ir más allá del simple entretenimiento.

-‘Escupir al cielo’ inauguró la Feria de Teatro de Ciudad Rodrigo. ¿Por qué se escogió por parte de la organización?

-Todas las obras que se presentan a la Feria de Teatro han de pasar por un proceso que generalmente incluye el visionado por parte de un comité de selección. En nuestro caso invitamos a sus miembros a una representación para que, además de la calidad de la propuesta, se pudiera valorar la reacción del público.

Una vez confirmada la participación en la Feria, la organización trabaja en la ubicación de los espectáculos en los distintos espacios de los que dispone, siempre en función de sus características y necesidades técnicas. ‘Escupir al cielo’, por su formato de mediano tamaño, encajaba a la perfección en el Teatro Nuevo Fernando Arrabal de Ciudad Rodrigo, escenario principal del evento y sede tradicional de inauguración de la Feria.

Supongo que la originalidad, el enfoque y nuestra veteranía como compañía castellano-leonesa hicieron posible que nuestro espectáculo fuera el elegido para abrir la feria.

El espectáculo fue muy bien acogido con generosos aplausos y buenos comentarios, a pesar de contar entre el público de un teatro, que estaba lleno a rebosar, con numerosos acreditados (compañías, programadores, distribuidores, críticos, opinadores…) y políticos. Aún queda por ver cuánto de ese éxito se traduce en futuras contrataciones…

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