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La secta de los lobos hambrientos

Pepe Torices

Parábola para anestesiados

Supo fray Botarate que en el Valle de los Huesos de la Hispanidad estaba  congregada  en asamblea urgente la inmoral Secta de los Lobos Hambrientos. La había convocado el macho Alfa, el jefe de la manada de depredadores sin escrúpulos, pues necesitaba de sus consentimientos para seguir caciqueando despóticamente las majadas del manso, sufrido y dócil ganado lanar, con bochornosos engaños, ateos aullidos y descaros impuros.

Los ovejeros y sus perros lo sabían, pero pactaron con la jauría una serie de prebendas que les permitiera dormitar en su vagancia sin dar un tajo al aire del sudor del ordeño. Inocentes ellos. Algo que jamás cumplió la lobada, rubricando sus compromisos sobre el carámbano de un  charco de orín, con las risotadas sardónicas de los ojos fieros. ¿Cómo iban a renuncia sus voraces estómagos a la carne de las ovejas, chivos y cabras? Eso, ni por Judas el traidor de las águilas bicéfalas.

Para ello, tenían que obligar a las bobinas (aunque fuera  a pellizcos de monje renegado)  a votar en las urnas a su favor, a favor de la secta mafiosa. Y, si lo hacían, palabra fraudulenta de lobada (con juerga de hienas etíopes), nunca las degollarían para absorber su divina sangre y jamás les faltaría en el pesebre, como manjar celestial, las ortigas que manaban del cráter del volcán Sakura-Jima, erupción que hablaba en lengua aramea antigua.

-Sí –juraron los pastores besándose los dedos en cruz.

-Beeee.

-Hala, achuchad a las ovejas para que no abandonen la cañada –ordenó  el ovejero trashumante  a los mastines-. Que si no me obedecieran las mohínas o sus carneros chiflones,  aquí tengo la gayata para desencuadernarles  el pellejo. Porque todo el hatajo se debe a los colmillos de los lobos, nuestros señores. ¿Lo habéis entendido, modorras y modorros? Ahora, desde las últimas elecciones del gobierno del pueblo, pertenecéis al clan de los lobos. A ellos, los votasteis y yo, vuestro pastor, soy su emisario político, que ahora llaman “policía de la moral”. Así que cada una de vosotras y vosotros cargue con sus esquilones para saber, por sus tañidos, a quienes pertenecéis. Desde luego que a mi plural partido en el gobierno desde ahora.

-Beee.

-Pues obedeced y atended a mi lenguaje sayagués.

-Beee.

Por el camino de San Santiago, tropezaron los  pies cenobíticos  de fray Botarate con la presencia de un antaño conocido suyo, a todo nombre Ursicino y de noble apellido, y a toda honra, Vozdetocino. Era tan simple y mermado de entendederas que calzaba como testuz un adobe de pocilga gruñona.  Este personaje se dedicaba al espiritismo y eran sus saberes las doctrinas de un tal Allan Kardec, francés de allá de 1800 y pico de pavo real. Afirmaba saber todos los idiomas del planeta Tierra y extraterrestre gracias a un audífono que llevaba en el oído averiado y que su traductora no era otra que Jaloba Mecachilamar, una deidad que se le aparecía por las noches para ponerle en función el ‘pinganillo’, ya me entienden.

Fray le preguntó:

-¿De qué te alimentas? ¿Dónde abrevan tus tripas?

Ursicino respondió:

-Abrevo en el pilón del hambre. Me sacio con huevos de cigüeña, que ahora anidan en los estercoleros. Desde aquello, el lobo Alfa me persigue con sus aullidos. Para mayor castigo, me ha engullido a Margarito, el gato femenino de mis dulces amores. Sobrevivo en el destierro de esta patria mía. Mi cabeza dormita el sueño sobre un libro que me sirve de almohada; un volumen que encontré en un contenedor de basuras cuando hurgaba en busca de comida trasnochada. El texto histórico, que ojeo todas las noches para ahuyentar al apetito, se titula Marineros, piratas y corsarios catalanes en la Baja Edad Media, de la autora italiana Anna Unali. Sus páginas me arrebatan el sueño.

-¿Qué te pasó, Ursicino, para pernoctar en desgracia?

-Pues verás, fray Botarate.

-Cuenta.

-Atento, fraile –y descosiendo los labios de sus lágrimas, aquel desorbitado  ser, dijo-: Desde siempre me he dedicado a las sesiones de espiritismo. Muchos me consultaban. Si les iban bien, me regalaban cosillas; y, a los que les iba jodido, con perdón, me golpeaban y difamaban. Eso es así. También los lobeznos, que son los leprosos de la necedad, se comportaban de la misma manera. Algunos de ellos, vendedores de pócimas carnívoras, llegan hasta mí con los bolsos repletos de pelos de niños albinos, por considerar que les nevaba la suerte en las urnas electorales. Lo cierto es que cada noche, unas veces rodeado de lobos negros y otras de lobos blancos, se aparecían los espíritus de dos personajes inconfundibles.

-¿Quiénes eran, Ursicino?

-Uno de ellos era Francisco Franco, el alma errante de El Valle de los Caídos.

-¿El otro?

-Un tal Mao Zedong, el creador de la “Revolución Cultural”; el sanguinario déspota que aniquiló a más de 78 millones de chinos, como si lo hubiera hecho con toda la población de España.

-¿Qué pasó?

-No, nada. Los dos se sentaron en el suelo. Mao sacó del bolsillo una tortilla de arroz con cebolla y Franco hizo lo mismo con una tortilla española sin cebolla. Rieron un rato de sus cosas y luego se fueron cantando, en castellano y chino, la consabida tonadilla popular de “Por el Puente de Aranda, se tiró, se tiró, se tiró el tío Juanillo pero no se mató…”.

-¿Y de los muertos? –preguntó el fraile.

Añadió Ursicino encogiéndose de hombros:

-De los muertos no dijeron nada; ni mentarlos, leches. Como estaban difuntos, no podían ni oír ni hablar ni protestar.

-Ya entiendo.

-Así que…, ya lo dice el refrán: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

-Rezo por sus almas.

-No –le rogó el espiritista-.

-¿Por qué?

-Porque, por menos de un estornudo, pueden aparecerse sus espíritus y aquí se arma la de Dios es Cristo. Ni nombrarlos.

-Amén, pues.

Luego, comentó Ursicino que lo peor nevó aquel calamitoso día, cuando el lobo Alfa y todo su séquito de lobeznos palmeros llegó a su casa montado en un trineo empujado por una jauría de lobos serviles; que no lo hiciera con los renos de Papá Noel por habérselos comido él propio, con cuernos y todo el día de su cumpleaños. Ahora quería  saber –muy contrariado  por la aparición de Franco y Mao- por boca de un nuevo espíritu, malo o bueno,  sobre el futuro de su nación, que era él de pies a pelo de testa. Él era la historia de un país destartalado; él, el monte, el mar, el árbol, las ciudades y las casas ajenas; él, la voluntad del prójimo, su bandera, la libertad de los demás y otras posesiones sin catalogar.

Ya en la sesión espiritista, le indicó el lobo Alfa:

-Quisiera saber si alguno de mis correligionarios me va a traicionar, como hicieran Marco Junio Bruto, Cayo Casio, Décimo Junio y un grupo de más de sesenta lobos romanos, los llamados Libertadores, cuando terminaron con la vida de  Julio César, que narra la historia, en los idus de marzo. No me fío y, por eso, desconfío.

Ursicino le respondió:

-Yo no sé qué espectro está de Servicio de Urgencias. Yo invoco, según tus necesidades, y que se presente el más dispuesto. Yo sólo soy un médium, un mediador entre los espíritus encadenados y los seres vivos, en este caso los lobos.

-Genial, brujo. Pues abre el toril y que aparezca la brujería.

-Allá voy, lobo Alfa.

Ursicino imploró la presencia del espíritu. De las llamaradas de una vela, apareció la figura de Apis, el toro sagrado y funerario de los egipcios, siempre asociado con la muerte. Sobre su cabeza, un estornino pinto interpretaba el Dies Irae de Mozart.

El lobo Alfa preguntó a Ursicino:

-¿No dice nada sobre mí el toro de Apis? ¿Ni brama?

-Hay que esperar un rato. Algo dirá a las tres de la madrugada, cuando canten los gallos.

Así esperaron hasta esa hora.

Llegado ese momento, el toro Apis, hijo de Isis y fecundado por un rayo del Sol, se fijó en los ojos del lobo Alfa, clavó en ellos, con sus cornamentas de espadas afiladas su desprecio y sólo dijo estas palabras antes de desaparecer.

 “Democracia, libertad, justicia e igualdad”

El lobo Alfa preguntó al médium:

-¿Qué quiere decir con eso?

Aquel le respondió:

-Tú, lobo feroz, lo sabrás mejor que yo.

Desde aquel entonces, los lobos persiguen a Vozdetocino, tachándole de criminal, desertor, traidor a su patria, agitador de masas, farsante, fabricante de mentiras  y conspirador.

Luego de todo aquello, fray Botarate preguntó a Ursicino, después de impartirle una bendición cristiana para sofocarle el hambre, que le ardía en la tripa:

-¿Qué hacen y discursean los lobos de este territorio nacional, ya amortajado, en el Valle de los Huesos de la  Hispanidad?

El Disfraces, ululando como la lechuza, cual el llanto y el fariseo gemido, respondió:

-Se han juntado a escondidas para aprobar la amnistía y el regreso de los lobeznos prófugos; aquellos mismos que incumplieron las leyes aprobadas, sin respetar el territorio de los rebaños de ovejas, de los gallineros y demás animales supervivientes. Sin su consentimiento, no será proclamado emperador del aprisco o señor del rey presente, al que ningunea con frecuencia. Él sabrá los motivos que esconde en la Caja de Pandora, donde la Esperanza brilla por su ausencia.

-¡Madre del Divino Santísimo! –exclamó el religioso santiguándose siete veces, arrojando su mirada de albahaca a los abismos del cielo.

-Pues sí.

-Pues no.

-Pues voy a protestar –dijo el fraile.

-Pues no.

-Pues sí.

Ante la puerta blindada, que daba acceso al enorme hemiciclo de la asamblea congregada, se presentó fray Botarate. Enarbolaba una cruz sin Cristo hecha con madera de olivo, acarreada del Huerto de Getsemaní donde Jesús sudó lágrimas de sangre y fue arrestado. Grabadas en la piel de la cruz, el fraile había escrito estas y otras palabras como pateras, Tiannamén, Ucrania, campos de refugiados, hambre sin escuela, niños-soldados, Jina Mahsa Amini (la mujer que desafió  a la policía de la moral en Irán, que fue torturada y, a los dos días, murió; proclamaba la libertad). Y grabado en el centro de la vara, figuraban los Hornos Crematorios de Belzec. Estaba dispuesto a sermonear a aquella manada silvestre, como lo hiciera su Padre San Francisco con el lobo de Gubbio, en los “Motivos del lobo”. “A eso nos lleva la discriminación, la de dar “un trato diferente a personas que merecían recibir el mismo trato que otras de su género y que supone beneficiar a unos y perjudicar a otros sin más motivos que la diferencia de raza, sexo, ideas políticas, religión, lengua, etc.”, según el diccionario.

Por fin pudo entrar el frailuco en el anfiteatro, no sin esfuerzo, en aquella  guarida de lobos protegidos. Allí los encontró a todos zampándose cada uno de ellos un cabrito. El jefe del clan, con el hambre de la lujuria, devoraba un buey con la piel coloreada con los colores de la bandera de la nación. Fray Botarate arrojó su mirada por los ojos aturdidos y comprobó que cada cuadrúpedo portada  un pinganillo en los oídos, en forma de colmillo de elefante, para escuchar, se suponía, la traducción simultánea de las lenguas dispares de todo el territorio lobezno. De vez en cuando, eructaban a la vez, de forma grosera, y exclamaban en su idioma universal, para que se les entendiera claro y rotundo la misma de todos sus parientes más lejanos de África, China o Etiopía (allí conocidos como hienas).

-¡Auuuu! ¡Más tortilla sin cebolla!

-¡Auuuu! ¡Más tortilla con cebolla!

Sacando de su mochila una cruz de Caravaca, grito:

-¡Basta ya! Hablad en romano para que todos lo entiendan, so cafres.

Entonces el lobo alfa, considerando que aquello era un insulto, lo mandó detener y encarcelar: se afrentaba a la democracia, alegó el dictador.

-¡No! Soy pueblo, campo, trigo, historia de mis gentes, música, tradición y cultura heredada. Soy testigo de los muertos que lucharon por mi patria. Eso soy. Y también como defensor de las mansas, dóciles e inocentes ovejas, que sólo saben regalar su leche, su carne sacrificada y terminan esquilas al servicio de los colmillos de las alimañas de los tesos y rasos del monte. Eso, eso, eso y más queso. Que al rebaño se le engaña sin dejarlo pensar y no dándole demasiado escuela. Sólo fútbol. Lo que impide “la rebelión de las masas”, según decís José Ortega y Gasset.

-No.

-Sí.

A fray Botarate lo detuvieron tres forzudos lobazos, armados de afilados colmillos. Luego le acusaron de alborotar el orden democrático de los protegidos por la ley del embudo. Que, además, aquel ser terrorista manejaba  una pistola (la cruz) con el afán de exterminar  al club de los depredadores (como así apareció en la prensa escrita en las hojas de los árboles y repetida la falsa mentira por las ondas de las emisoras de radio y en los telediarios afines a los interinos regentes).

-¡Mentira, mentira! –repetía el bueno de fray Botarate.

Muchos se reían y mofaban del frailuco.

Como el Tribunal General de los Lobos tardara en redactar la sentencia del detenido, los pastores, sus perros y otros animales de corral y granja, incluso el canto de los pájaros y los quebrantahuesos, decidieron manifestarse contra el despotismo anti democrático de los lobos, usurpadores  de la voluntad del  voto del rebaño.

-¡Voto del rebaño!

De este modo, exigían la libertad de fray Botarate, la conciencia del cabañal anestesiado.  Que el fraile no  era desleal como el alfa de la manada hambrienta.

-Excarcelar al inocente –voceaban las calles de todas las gargantas pensantes.

Como tardaban en soltar al fraile, todos los animales de la Hispania desfigurada se manifestaban ocupando los montes, las selvas, los desiertos, las bibliotecas, los mares, el viento  y los despachos de los medios de comunicación. Sobre sus pieles, llevaban esculpidas aquellas palabras que tanto malherían a los alevosos. Todos aquellos vocablos airados los repetían con fuerza sus ladridos, gruñidos, maullidos, bramidos, zumbidos, relinchos, cacareos, rebuznos y más. Eran:

“Democracia, libertad, justicia e igualdad”

Aunque aquellos acentos les resbalaban desde la cigüeña a los pies. Además se reían como hienas, mostrando sus dientes al sol.

Entonces la loba de la canción popular “Romance de la loba parda”, propuso a sus correligionarios:

-¿Por qué no nos lanzamos sobre los rebeldes y los trituramos? Así terminamos con todos ellos y nos dejan holgarnos   a nuestro capricho.

El alfa le respondió:

-No.

Toda la lobada:

-Sí.

El alfa:

-Si lo hacemos, nos quedamos sin su leche, sin su carne y sin su lana, en el caso las ovejas. También los porcinos tienen mucho para aliviarnos los estómagos. No, digo.

-Sí, decimos.

Y fue cuando un lobo viejo, con mucha letra, dijo:

-Matar ya no se lleva. Su sangre inundaría nuestras guaridas y ensuciaría nuestros dedos. No y no.

-¿Entonces…?

-Mejor anularles la mente, su capacidad de pensar, convertirlos en borregos, distraerlos con algo insulso, entretenerlos con nuestros bulos y mentiras. Y nunca descubrirles nuestras perversas intenciones. ¿A qué si no encuestarlos si les place más las hierbas resecas con o sin cebolla?

-Tienes razón, viejo, astuto y sabio lobo.

Y así se hizo durante largo tiempo, hasta que soltaron de la prisión al fraile Botarate, convenciendo al ganado de que era un rebelde y un traidor a su patria, a su lengua y a su gloriosa historia. Hasta alguna vaca loca lo intentó cornear.

-Amén.

Como la vida en el Valle de los Huesos de la Hispanidad resultaba difícil de alimentar con amenazas de lobos y caprichos de colmillos hambrientos, decidieron abandonar sus felices trabajos. Ante tal situación tercermundista, todos los dueños de los ganados acordaron  exiliarse de esta tierra tan corrupta y sumida a la pillería y a la humillación. De ahí que las pateras y cayucos que abandonaban los inmigrantes huidos y muchos fallecidos en el mar, las usasen los ovejeros para transportar el ovino hasta el desierto africano de Kalahari. Allí, por lo menos, la leche de sus ovejas y cabras regarían las tórridas arenas, haciendo germinar buenos pastos, trigo en abundancia, árboles frutales y vino de Noé. Pronto llegarían los cantos de los pájaros; donde no se podía distinguir  por sus singulares trinos  si procedían de alguna región del planeta Tierra. Porque, en el pensar del rebaño y sus cuidadores, en aquel Kalahari, desierto de la Sed, se podía vivir en paz, sin que nadie intentara aullar para amedrentar la libertad, la democracia, la justicia y la igualdad.

Fray Botarate se quedó con ellos y, con sus propias manos, utilizando la lana de las ovejas, edificó la escuela feliz, a la que bautizó como “Democracia, Igualdad, Justicia, Bienestar y Libertad”.  

Quien no cumpliera con estos principios fundamentales de respeto y convivencia, sería  deportado al Valle de los Huesos de Hispania. ¡Horrible!

Fray Botarate, ahora, se pasa los ratos leyendo la vida de Heliogábalo, uno de los emperadores más odiados del impero romano. ¿Por qué será? ¡Qué sé yo! Lo que sí sé es que el ministro de Exteriores de China fue despedido por infidelidad. ¡Vaya con los chinos, qué cuajo!, exclamaría fray Botarate. Lo mismo que en este valle de pacientes y ácidas lágrimas. Lo mismo: entre lobos nadie dimite; hay demasiada carne en juego. ¿Por qué será?

-Y amén.

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