Ricardo Ortega
Los vecinos de Valladolid atraviesan a diario la plaza de San Pablo sin reparar en el valor de aquello que los rodea. Es algo que sucede en otras ciudades, es cierto, pero si los hitos presentes en este espacio de apenas una hectárea emitieran una señal proporcional a su importancia histórica, no habría aplicación tecnológica que lo soportara.
Se agotan los adjetivos para describir esta explanada, labor para la que basta limitarse a los hechos. Fue construida en el siglo X, extramuros de la cerca que delimitaba el casco urbano de la pequeña ciudad levantada junto al Pisuerga (y atravesada por el Esgueva).
Han pasado mil años y la plaza nunca ha dejado de ser uno de los centros vitales de Valladolid, por mucho que las decisiones administrativas situaran las sedes oficiales en otros emplazamientos.
Clerical durante la Edad Media, palaciega durante el Renacimiento, la plaza se ha transformado en un espacio cultural en el siglo XXI y solo el tráfico rodado impide que el grueso de la vida se traslade hasta aquí. Argumentos no faltarían para ello, como la iglesia de San Pablo, el Palacio Real, el palacio de Pimentel, el instituto Zorrilla, el palacio de Villena o el Colegio de San Gregorio. En el centro, como un director de orquesta, Felipe II observa desde su pedestal.
UN TEMPLO PARA PRESIDIR UNA POSTAL
En el debate político de la ciudad se plantea de tiempo en tiempo si Valladolid no merecería contar con un edificio emblemático. Es posible que quien plantea esto nunca haya reparado en la iglesia conventual de San Pablo, escenario de numerosas ceremonias reales y que preside el espacio con la imaginería, esculpida en piedra, de su fachada.
Fue el cardenal Juan de Torquemada, en el siglo XV, quien sufragó las obras para la construcción de la iglesia actual.
En 1601, con el traslado de la capital del reino a Valladolid, el duque de Lerma (valido de Felipe III) costeó la reforma de su fachada y dotó al convento de numerosas obras de arte. Entre 1613 y 1616 se efectuaron reformas en estilo herreriano, bajo la dirección de Diego de Praves.
Aquí fueron bautizados los reyes Felipe II y Felipe IV, en un templo que formaba parte de un conjunto mayor, un convento saqueado por las tropas napoleónicas y afectado por las sucesivas desamortizaciones.
Tras un periodo transformado en presidio, en la actualidad el Convento de San Pablo y San Gregorio acoge el Instituto Superior de Filosofía de Valladolid, adscrito a la Universidad Pontificia de Salamanca.
UNA VENTANA Y UNAS CADENAS
Hubo un día en que una pasarela de madera unió la iglesia de San Pablo con el vecino palacio de Pimentel.
Fue la infraestructura por la que se trajo al futuro rey Felipe II para su bautizo. El palacio acoge en la actualidad la sede principal de la Diputación de Valladolid.
Originario del siglo XV, destaca por su conocida ventana plateresca, de comienzos del XVI. Dice la leyenda que Felipe II, de haber salido por la puerta principal, tendría que haber sido bautizado en la iglesia de San Martín. Para evitarlo, y que pudiera recibir el bautismo en San Pablo, se serraron los barrotes de una de las ventanas laterales, que dan a la actual calle de Cadenas de San Gregorio.
Aunque los historiadores ironicen con esta versión, debemos ser justos y agradecer el detalle de quien colocó una cadena en la supuesta ventana por la que, en su día, fue sacado el pequeño Felipe. Si el relato no se ajusta a los hechos, modifiquemos los hechos.
DE REYES Y DICTADORES
El Palacio Real fue la residencia oficial de los reyes en Valladolid. En especial cuando fue la capital del reino entre 1601 y 1606. A partir de ese año la capitalidad regresó a Madrid para siempre, lo que libró a la ciudad de los atascos brutales, de la elevada contaminación y de los domingos de fútbol en el Santiago Bernabéu.
El palacio fue habitado, dicen, por los monarcas Carlos I, Felipe II y Felipe III. En él nació además, en 1605, el futuro rey Felipe IV. Concluido en torno a 1528, ha llegado hasta nuestros días con numerosas alteraciones.
Felipe II aún príncipe vivió aquí durante su primer matrimonio con María Manuela de Portugal y santa Teresa de Jesús habitó aquí invitada por la marquesa de Camarasa, cuando la religiosa llegó a Valladolid para fundar en 1568 el primer convento de la reforma de la Orden del Carmen.
También aporta caché al palacio el que Napoleón Bonaparte se alojara en él en 1809; desde sus salones preparó diversos planes bélicos y partió a sus guerras centroeuropeas después de perseguirse con los ingleses y arrasar, entre ambos, media península.
Desde el siglo XIX acoge la Capitanía General de la VII Región Militar, actual IV Subinspección General del Ejército de Tierra, por lo que en la ciudad se sigue hablando del complejo como ‘Capitanía’.
EL DESCANSO DE UN EMPERADOR
El Palacio de Villena forma parte del Museo Nacional de Escultura e incluye biblioteca, sala de conferencias, talleres de restauración, depósito y un imprescindible belén napolitano visitable a lo largo de todo el año.
En sus más de cuatro siglos de historia ha sido propiedad de diferentes familias. El emperador Carlos V pernoctó en numerosas ocasiones en él.
MONUMENTO DE LA ESPAÑA ILUSTRADA
En un ángulo del conjunto, y ya con un significado alejado de supuestas glorias pasadas, se levanta en ladrillo rojo el instituto Zorrilla. Es un icono de la educación y la cultura en la ciudad, un monumento de la España ilustrada. Inaugurado en septiembre de 1907, se construyó en cuatro años sobre un solar (el Corralón de San Pablo) cedido por la Diputación de Valladolid. En el espacio que un día ocupaba el convento.
El edificio ha compartido desde entonces la suerte de su ciudad. Numerosas autoridades y académicos han formado parte tanto de su alumnado como de su plantel de profesores: Macías Picavea, Narciso Alonso Cortés, Hoyos, Lacôme, Martín Santos, María Gómez Laso… Todos ellos, nombres vinculados a la docencia pero también a la vida política y cultural desarrollada a orillas del Pisuerga.
El Zorrilla es una pieza fundamental para comprender la ciudad, igual que no se entendería sin un vistazo atento a las piedras, a los muros, que acogen un conocimiento y una grandeza como la de la plaza de San Pablo.