El hijo de Carlos V salió por una ventana para su bautizo en la vecina iglesia de San Pablo, en Valladolid. ¿En serio? De acuerdo, puede que esta historia no se sostenga, pero no seamos aguafiestas y dejemos que el mito perdure
Ricardo Ortega
Una cadena de hierro cierra la celosía de una ventana abierta a la calle Cadenas de San Gregorio, en el espacio más emblemático, más noble y quizá más novelesco de la ciudad de Valladolid.
Parece una medida antirrobo adoptada tras caducar la suscripción a una empresa de seguridad, de las que se anuncian en la radio para meternos miedo, o quizá un remedio provisional ante el deterioro de la reja metálica, que a la vista del curioso parece serrada a mano.
Nadie sabe en realidad quién colocó la cadena, o quién serró el enrejado, pero fueron sin duda actos bienintencionados, orientados a alimentar una hermosa leyenda que ya dura siglos.
Corría el año 1527 y nacía en el Palacio de Pimentel el futuro Felipe II, llamado a ser rey de España, de Nápoles y Sicilia, y también de Portugal y los Algarbes. Fue hijo y heredero de Carlos I de España e Isabel de Portugal, y durante su reinado la Monarquía Hispánica alcanzó su máxima expansión territorial.
Pero volvamos a la ventana. El miércoles 5 de junio, 15 días después de su nacimiento, fue el día elegido para el bautizo del príncipe. ¿Dónde se celebraría tan feliz acontecimiento?
Aquí entra en juego la leyenda, según la cual a Felipe le correspondía la iglesia de San Martín, joya entre las joyas del románico vallisoletano, mientras que su padre se inclinaba por la vecina San Pablo.
Algún integrante de la Corte, según este relato fantástico, pensó en la solución de sacar al príncipe por la ventana, de modo que el templo competente sería el dominico, el de San Pablo.
La comitiva bautismal salió del palacio por un pasadizo elevado, este sí real, hasta la iglesia. Pero este puente partía de la puerta principal, situada en la actual calle de las Angustias, y no de la ventana de marras.
¿Por qué un recorrido tan aparatoso? A decir del historiador José Fernando de Abajo, la razón de erigir esta infraestructura podría estar en el deseo de evitar el barrizal que se había organizado en una lluviosa primavera.
Así las cosas, resulta coherente que alguien idease una fábula para dar consistencia a semejante operación de logística regia. Una fábula convertida en mito con los años. Un mito erigido en seña de identidad de la plaza de San Pablo y de toda la ciudad del Pisuerga.
Solo faltaba que alguien serrase el enrejado de verdad, porque no hay que dejar pistas a quienes enredan y se cuestionan las grandes verdades del mundo.
La cadena que cierra la cancela es el broche final que necesitaba esta hermosa historia, que ya lleva siglos entre nosotros porque siempre se defiende mejor el mito que la verdad empírica. ¿A quién le importa?