Han pasado cinco siglos de una derrota que se celebra como cien victorias, pero la epopeya de los comuneros nos sigue sirviendo de guía para comprender la historia de España
Ricardo Ortega
Por muchas banderas que ondeen en la campa de Villalar cada 23 de abril, siempre se quedarán cortas a la hora de representar las voces que reivindican la revuelta comunera, el último de los conflictos medievales y también el primero de cuantos tuvieron lugar durante la Edad Moderna.
Hay tantas interpretaciones sobre la rebelión como movimientos políticos pugnan por reivindicarla. Tantas como corrientes a las que se adhieren los historiadores que colocan su lupa sobre esta rebelión fiscal convertida en un laberinto sin salida, que puso en jaque a un imperio.
Los ciudadanos del siglo XXI siguen empeñados en analizar aquel conflicto desde la perspectiva de su propia experiencia, y esa visión nunca libre de prejuicios puede deparar un relato conservador, liberal, progresista o incluso nacionalista sin que estas categorías permitan siquiera acercarse de forma remota al fenómeno.
EEUU ha sido capaz de transmitirnos que una revuelta contra nuevos impuestos fue el detonante de la revolución que llevó a su independencia como país. Pero los territorios de la antigua Corona de Castilla no disponen de un Hollywood que cante sus hazañas, por mucho que tengan de su lado al poeta Luis López Álvarez (autor del poema ‘Los Comuneros’) y al Nuevo Mester de Juglaría.
La Guerra de las Comunidades fue una revuelta fiscal, decimos, que abrió los cielos y amenazó con poner patas arriba el mundo de su tiempo. Su complejidad deriva de las múltiples fases por las que pasó la revolución, del papel asumido por las diferentes ciudades en función de sus intereses y, sobre todo, de las traiciones y cambios de bando que se sucedieron a lo largo de dos años de guerra.
¿QUIÉN ES CARLOS I?
El rey Carlos nace en Gante (actual Bélgica) en el año 1500, hijo de Juana I de Castilla (para algunos ‘la Loca’) y de Felipe el Hermoso. Hereda de sus abuelos la Borgoña, el Archiducado de Austria -con derecho al trono imperial-, la Corona de Castilla -incluidas Navarra y América- y la Corona de Aragón, que abarca Cerdeña, Nápoles, Sicilia… Su abuelo Fernando el Católico lo declara en su testamento gobernador de los reinos de León y Castilla en nombre de su madre, considerada incapaz.
A partir de ahí, Carlos comete dos ‘pecados’ que deberá purgar después: titularse rey por encima de la figura de su madre y desembarcar en la península rodeado de su camarilla flamenca, a la que irá entregando el poder local y las prebendas que lo acompañan.
Fernando el Católico no ‘montaba’ tanto como Isabel, ni viceversa
Fallecido en 1519 su abuelo Maximiliano I de Habsburgo, Carlos es nombrado rey de Romanos, lo que lo habilita como soberano del Sacro Imperio Romano Germánico.
Convoca Cortes en Santiago y envía a Adriano de Utrecht para que a través de él le juren como rey y se comprometan a entregar las cantidades que requiere para defender su candidatura imperial.
El pago se aprueba en Cortes merced a las fuertes presiones ejercidas sobre los representantes de las ciudades, alguno de los cuales no sobrevivirá cuando deba rendir cuentas ante sus representados. La mecha se ha encendido.
COMIENZA LA REVUELTA
En Segovia son ajusticiados dos funcionarios y el procurador Rodrigo de Tordesillas; sucesos muy similares se producen en ciudades como Burgos o Guadalajara, también con altercados en León, Zamora y Ávila. Ya antes Toledo se había negado a acatar el poder real.
Con Carlos I en Alemania, la revuelta se extiende por la zona interior de la Corona de Castilla, y obtiene réplicas en lugares como Murcia, pero no prende en Andalucía, Galicia o el País Vasco.
Toledo tiene un papel preponderante a lo largo del conflicto y reclama una Junta con todas las ciudades con derecho a voto. Solo cuatro acuden a la primera convocatoria (Segovia, Salamanca y Toro, además de Toledo), donde elaboran un documento, la ‘la Ley Perpetua’, que muchos consideran la primera constitución del mundo. No llegaría a entrar en vigor.
¿QUÉ PASA CON LA REINA JUANA?
Ríos de tinta se han vertido sobre la supuesta incapacidad de la reina Juana. Para algunas voces, su supuesta falta de cordura solo fue un trampantojo desplegado por su marido y su hijo para apartarla del trono. Dado el cruce de testimonios sobre su actitud, solo cabe aferrarse a un dato cierto: Juana nunca se puso al frente del bando rebelde, que era uno de los grandes objetivos comuneros para deslegitimar a Carlos.
El papel de esta reina es de tal importancia que Tordesillas, donde permanece encerrada, será un objetivo prioritario de los comuneros. También de los realistas, que aprovecharán la primera oportunidad para tomar la plaza y volver a encerrar a Juana.
¿QUIÉN APOYA LA REVUELTA?
En un primer momento, se enfrentan al futuro emperador la nobleza desplazada y la incipiente burguesía de las ciudades, que es quien debe soportar la mayor parte de los impuestos. En una segunda fase estallan por doquier las revueltas antiseñoriales del campesinado. Al tomar los comuneros partido por los oprimidos la nobleza interpretará que se la invita a cambiar de bando, como así hará.
Al mismo tiempo se debe considerar el factor geográfico: las principales ciudades rebeldes se encuentran en el interior de la meseta, desde Toledo hasta León y desde Salamanca hasta Cuenca. Era el área peninsular más castigada por la sequía y las enfermedades, y la que estaba en peor situación para afrontar unos impuestos desorbitados.
GUERRA DE MOVIMIENTOS
Una serie de batallas y escaramuzas van jalonando la historia de los comuneros. Como el enfrentamiento ocurrido a las puertas de la ciudad de Segovia, la denominada batalla de Tordesillas, la toma de Burgos por parte de las tropas realistas o el hostigamiento a Tierra de Campos.
Esta última estrategia obedece al objetivo de despertar la rebelión en la zona de Palencia. Antonio de Acuña dirige diferentes operaciones que dejan devastadas las posesiones de los nobles locales. Esta ofensiva es la que da carácter antiseñorial a la segunda fase de la Guerra de las Comunidades, igual que sucede con la toma de Torrelobatón.
LA BATALLA DE VILLALAR
En 1521 grandes cambios sacuden al mundo. Martín Lutero es excomulgado y Hernán Cortés conquista México. La humanidad empieza a parecerse a la que hoy conocemos. En abril, entre los montes Torozos y Tierra de Campos las tropas fieles a Carlos I han reunido un ejército formidable.
Enfrente, con epicentro en Torrelobatón, los comuneros poseen un ejército que no atraviesa su mejor momento. Las tropas dirigidas por Padilla abandonan la fortaleza en dirección a Toro, donde deben reforzarse.
Perseguido por los realistas, intenta atrincherarse en Vega de Valdetronco, pero finalmente debe presentar batalla en Villalar. Es el 23 de abril.
¿De verdad alguien serró una reja para sacar a Felipe II por la ventana?
Es un día de lluvia, el menos propicio para desplazarse. Mucho menos para celebrar una batalla. Acosado, el ejército comunero intenta que la batalla se produzca dentro del pueblo. Para ello, instala en las calles sus piezas de artillería. Diezmado por las deserciones, ni siquiera tiene la oportunidad de desplegar sus fuerzas. La caballería realista se lanza al ataque de forma fulminante, sin esperar la llegada de la infantería.
Padilla, Bravo y Maldonado luchan hasta ser capturados. Al día siguiente, los jueces los encuentran culpables como “traidores”. Después de confesarse con un fraile franciscano, son trasladados a la plaza del pueblo, donde se encuentra la picota. Allí son decapitados por un verdugo, pertrechado con una espada de grandes dimensiones.
UN MUNDO DIFERENTE
Nadie sabe con certeza cómo habría sido el mundo después de una victoria comunera. Pero después de su derrota se puede constatar la pérdida de poder por parte de las ciudades. La existencia de una burguesía desarbolada. El impuesto especial -solo sobre las ciudades rebeldes- para pagar las indemnizaciones de guerra que lastró las economías locales durante al menos dos décadas. La anulación del impulso competitivo de la industria textil castellana.
Por la parte realista, la nobleza quedó definitivamente neutralizada frente a la triunfante monarquía. En 1538 se convocan las últimas Cortes con la aristocracia como estamento, y allí se sanciona la supeditación al rey. Estamos ante una pieza clave en la evolución hacia la monarquía autoritaria. Será la Monarquía Hispánica de los Habsburgo, antecedente remoto del país que hoy conocemos.
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