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Un revolucionario de la educación que militó contra la esclavitud

Se cumplen 150 años del fallecimiento de Fernando de Castro, nacido en Sahagún (León). Impulsó la enseñanza universitaria de los pobres, la educación de la mujer y la abolición de la trata de personas

Ricardo Ortega

El mapa de Sahagún, en la provincia de León, se entiende un poco mejor desde este año. Su instituto ha pasado a denominarse IES Fernando de Castro y trae a la memoria la figura de este hombre ilustrado, que transitó desde el oscurantismo hasta las ideas liberales, cuando se cumplen 210 años desde su nacimiento y 150 desde que falleció.

Las conquistas sociales que nos brindó, sus numerosas publicaciones y los cargos públicos que ocupó exceden las posibilidades de un artículo periodístico. Pero baste decir que su mente fue una de aquellas que soñaron el país democrático en el que hoy trabajamos, vivimos y -cuando toca- sufrimos.

Fernando de Castro.

Fernando de Castro Pajares era hijo de Manuel de Castro (oriundo de Valduvieco, León) y Alfonsa Pajares (de Sahagún), aunque el matrimonio residía en Grajal de Campos.

Quedó huérfano con doce años. Ingresó como novicio en 1829. Fue profesor de Filosofía, presbítero, vocal de la Comisión Artística de la ciudad de León, fundador de la Biblioteca Provincial, secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País de León y profesor de Teología Moral.

La sucesión de cargos y destinos profesionales que siguió acumulando es inabarcable. Consignemos aquí que fue capellán de honor de la reina Isabel II, miembro de la Real Academia de la Historia, senador por León, rector en la Universidad Central de Madrid…

Aunque llevaba dos años en contacto con círculos krausistas, la corriente de pensamiento tan ligada a la Institución Libre de Enseñanza, en 1855 se descolgó con una frase para la historia: «El protestantismo conduce, vía recta, al socialismo; el catolicismo, a la civilización».

Se conocen pocos detalles de su evolución posterior, pero en 1867 era separado de su cátedra junto a varios pensadores de actitud aperturista, como Lázaro Bardón o Nicolás Salmerón. Regresó a su puesto tras la Gloriosa revolución de 1868. Al año siguiente pronunciaba su último discurso como sacerdote «que ha perdido la virginidad de la fe, pero que ha ganado en cambio la maternidad de la razón», dicho en sus propias palabras.

De Castro fue presidente de la Sociedad Abolicionista Española entre 1869-1874, el año de su fallecimiento. Fue enterrado en el Cementerio Civil de Madrid.

IES Fernando de Castro, en Sahagún.

Una educación en libertad

Fernando de Castro fue partidario de la libertad de cátedra, de desreglamentar los programas de estudios, de poner fin a la institución de la censura.

Abogó por sustraer la enseñanza del fanatismo de los partidos, despolitizar la educación y respetar todas las opiniones.

Defendió y mantener alejada la Universidad de las contiendas políticas, relacionar a las universidades españolas con las europeas, evitar el aislamiento.

De espíritu científico, mostró amor a la verdad “sin preocupación ni interés ajeno contrario a ella” y el respeto hacia la opinión de doctrina ajena, “buscando sobre ella el juicio de la razón”.

Una vez alejado de la tradición oscurantista española, siempre destacó “la íntima relación de la ciencia con los progresos de la civilización, su enlace con el desarrollo social, su utilidad, aplicaciones posibles y el grado en que estas se infiltran en la vida general del pueblo”.

Fomentó la creación de asociaciones que fundiesen la enseñanza en las clases obreras y completaran la educación de la mujer.

La Sociedad Abolicionista Española

La Sociedad Abolicionista Española fue creada en 1864. Estuvo integrada por significativos políticos liberales, progresistas y radicales, cuyo objetivo fue la completa abolición de la esclavitud en las Antillas españolas: Puerto Rico y Cuba.

La entidad sufrió los altibajos de la política española de la segunda mitad del siglo XIX (reinado de Isabel II, Sexenio Democrático, restauración borbónica…), con tensiones entre lo que después se llamaron las dos Españas. De un lado, progresistas isabelinos, demócratas, demócratas radicales, liberales de la Restauración, republicanos radicales, posibilistas de Emilio Castelar… de otro, los moderados isabelinos, los carlistas y los conservadores canovistas.

Entre sus primeras tareas se acometió interrumpir el tráfico de esclavos, ya que en el pleno jurídico España no traficaba con nuevos esclavos, mientras en el ámbito comercial compañías españolas seguían invirtiendo y traficando con esclavos.

El gobierno de O’Donnell asumió la propuesta y en julio de 1866 se estableció que la trata de esclavos se consideraría un acto de piratería. Sin embargo, con la caída de O’Donnell y la llegada al poder de Narváez se prohibieron las actividades de la asociación y persiguió a muchos de sus miembros.

Sería con la revolución de 1868, que dio término al gobierno Narváez y al propio reinado de Isabel II, la que permitió a la entidad retomar sus actividades.

Cae la I República y se restaura la monarquía con Alfonso XII, con la presidencia del consejo de ministros de Cánovas del Castillo: un paso atrás en las aspiraciones abolicionistas.

Hubo de esperarse a 1883 y al gobierno del liberal Sagasta para que se abolieran el cepo y el grillete, se decretase la libertad de más de cuarenta mil esclavos y se obligara a los patronos a pagar los salarios debidos.

El regreso de Cánovas en 1884 paralizó las reformas, pero en 1888, muerto Alfonso XII, Sagasta derogó todos los decretos restrictivos a la abolición de la esclavitud. A finales de ese mismo año, la asociación se disolvió, al considerar alcanzados todos sus objetivos.

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