Desde la planicie de Tierra de Campos, los vecinos de Sahagún son herederos del principal monasterio benedictino de España. Las cicatrices de su patrimonio testimonian los hitos que han marcado a León y Castilla: desde la llamada Reconquista y la aparición del fenómeno jacobeo hasta la Guerra de la Independencia, las desamortizaciones y el abandono del medio rural
Ricardo Ortega
La vida transcurre tranquila en Sahagún. Puede que demasiado para un pueblo que desde siempre ha ejercido la capitalidad en el sureste de la provincia de León, con un área de influencia que se extiende por buena parte de la Tierra de Campos palentina y vallisoletana.
Quizá recupere algunos signos de vitalidad en periodo vacacional, cuando tantos hijos y nietos de la villa regresan a la casa familiar, y sobre todo los sábados, cuando los puestos del mercado hacen revivir parcialmente el ambiente de comercio, de transeúntes, de hostelería de sabor familiar.
Se echa en falta que una villa emblemática para fenómenos como el románico, el Camino de Santiago, la reforma cluniacense o la propia realidad terracampina no disponga de algún tipo de dotación que le permita erigirse en un verdadero referente, con capacidad para atraer tanto investigadores como turistas.
También es posible que el bullicio y los plásticos y papeles que inundan las calles cuando se levanta el popular mercadillo de los sábados desmerezcan el conjunto de arquitectura mudéjar, el espíritu jacobeo, el recuerdo del monasterio de San Benito, que extendía su influencia hasta Liébana y Segovia. Pero la localidad siempre fue escenario propio de artesanos y comerciantes, y su día de mercado es en realidad tan antiguo como el patrimonio del que tan orgullosos se sienten los facundinos.
Hemos mencionado el monasterio pero no su origen, el santuario dedicado a san Facundo y san Primitivo, decapitados por los romanos y cuyas cabezas fueron a parar al río Cea. Edificante leyenda, y no es la única. También está la que señala a los chopos del río como las lanzas de las tropas de Carlomagno, que en peregrinación dejaron así sus armas, y estas reverdecieron y echaron ramas.
Sahagún, tierra fértil para el mito, es también una villa con historia, con un devenir ligado de forma imperecedera a la figura del rey Alfonso VI. El monarca concedió el fuero a la villa en 1085 y favoreció la consolidación del monasterio, con exenciones a cuantos fueran a poblar la entonces villa de San Facundo.+
El rey Alfonso, cuyos restos descansan en la localidad, hizo de Sahagún cabeza de los benedictinos españoles y motor de la reforma cluniacense; su importancia fue tal que se la ha llamado la Cluny española, en donde convivían personas de diferente religión y origen. La llegada de francos por el Camino de Santiago era notable.
El apogeo de villa y monasterio llegaría en el siglo XIII, cuando acuñó su propia moneda y contó con su propia universidad, en la que se podían cursar estudios de Teología, Derecho canónico y Artes liberales. La Guerra de la Independencia dejaría sus secuelas, pero fueron sobre todo las desamortizaciones las que acabaron con el poder de la abadía.
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