Ricardo Ortega
Se equivocaron quienes vaticinaban que la autovía León-Burgos acabaría con la vida en los pueblos unidos por la vieja carretera N-120. Treinta kilómetros al oeste de la ciudad del Arlanzón, en medio del inacabable páramo burgalés, junto al río Odra y a un tiro de piedra del Camino de Santiago, la localidad de Sasamón yace tendida en la llanura, pero no está muerta: como mucho, sestea mientras se resiste a crecer a la sombra de la capital porque se niega a convertirse en ciudad dormitorio.
Y porque construir edificios de más de dos alturas sería faltar al respeto a Santa María la Real, el templo gótico, de fábrica imponente, al que los vecinos se refieren desde hace siglos como la Catedral. No anda desencaminada la tradición popular, ya que se trata de una iglesia de porte catedralicio que, además y sobre todo, se empezó a construir en el siglo XII por la presencia en la localidad de una sede episcopal.
Las guías y folletos turísticos callan sobre un detalle nada baladí:
Santa María la Real es un templo mutilado
Parte del templo se destina a museo, algo que solo conocen quienes se acercan hasta Sasamón, ya que las guías y folletos turísticos callan sobre un detalle nada baladí: Santa María la Real es un templo mutilado. Cuenta con cinco naves en la cabecera del templo, pero sólo tres desde el crucero hacia atrás.
Pero la historia de Sasamón se remonta mucho más allá. Como mínimo hasta el periodo celtíbero, cuando la localidad fue bautizada como Segisama -‘el más fuerte’- por los turmódigos. En el emplazamiento se asentó una legión romana (Legio IV Macedonica) al mando de Octavio Augusto, que trataba de someter a los cántabros (desde la localidad se divisa la Peña Amaya, el límite sur de este grupo de pueblos).
Los principales restos romanos son una parte de la calzada que unía Zaragoza (Caesar Augusta) con Astorga (Asturica Augusta), dos puentes y el mosaico de la Cabeza de Neptuno. También estelas funerarias, monedas y objetos privados que se pueden contemplar en el museo de la iglesia. Aunque, como sucede en otros pueblos, buena parte de este patrimonio está bajo tierra: bajo el actual casco urbano hay restos de edificaciones, así como muros aprovechados en construcciones posteriores.
Los vecinos del pueblo dicen que en trasteros y bodegas todavía son visibles muchos de esos restos. En el centro del pueblo, en la plaza de Segisama -presidida por el César Augusto de Salaguti, el artista local-, corren la antigua cloaca magna y parte del acueducto de ladrillo. Es una lástima que no se pueda disfrutar del teatro dejado por los romanos, cuyos restos -apenas parte de la ‘scaena’ y una conducción de aguas- reposan en un montículo al sur de la población.
Lo mismo se puede decir de otros restos, esta vez medievales: los de la iglesia de San Miguel de Mazarreros, en el extremo opuesto de la localidad. De este templo tardorrománico sólo se conserva el pórtico. Tan sorprendente como ver este elemento arquitectónico en medio del campo es comprobar el eco de la voz propia sobre la arquivolta.