Los López Cristóbal se han hecho un hueco en el mercado del vino gracias a unas elaboraciones que encarnan el espíritu de la familia: mimo al viñedo, uvas de pagos concretos y juego de barricas. Su viña crece todos los años, pero hay un umbral que la compañía nunca rebasará para no sacrificar su vocación: la de disfrutar de su trabajo
Ricardo Ortega
Pocas firmas del vino representan de forma tan precisa el modelo de bodega familiar creada a partir de cero, regada con el sudor de la frente y embarcada en un continuo proceso de crecimiento y reinvención. En apenas dos décadas Lola, Santiago, Francisco y Galo han sumado 60 hectáreas de viñedo a este proyecto empresarial basado en el terruño, en un viñedo mimado hasta rozar el concepto de ecológico, situado íntegramente en el municipio de Roa. Lo que quizá sorprenda más es que la bodega se ha hecho un hueco en el mercado basándose estrictamente en la personalidad de sus vinos, dejando de lado la tentación de hacerse millonarios a base de explotar la marca. Carácter frente a volumen.
Quien visite la bodega puede escuchar a Santiago, el fundador, defender que una compañía como la suya tiene un límite de 400.000 botellas, más allá del cual “se pierde el control del vino y se pasa a depender de terceras personas”, lo que colisionaría con la visión del mudo que late detrás de esta compañía. Y es que los vinos elaborados por los López Cristóbal son, digámoslo ya, tintos de enorme calidad. Tanto su sorprendente tinto roble como su crianza y su reserva, por no mencionar sus dos vinos señeros: Bagús y Selección. Pero la forma de disfrutarlos plenamente es conocer los suelos calcáreos y arcilloso-limosos de esta bodega orgullosamente raudense, donde reina la tempranillo, si bien acompañada por las variedades merlot y cabernet-sauvignon.
En la visita a la bodega no solo se pueden conocer los estresijos de la elaboración, sino sobre todo el trabajo en el viñedo; cada uno de los vinos se elabora a partir de parcelas específicas, de ahí su fuerte personalidad y complejidad.
Las instalaciones de la bodega se encuentran en la finca La Linde, de donde sale la uva para elaborar el tinto roble. De la finca La Colorada llegan las bayas para el crianza, aunque de su parte más alta se reserva la uva -procedente de viñedos de más de 75 años- para ese tinto señero que es el Bagús.
El tinto reserva tiene sus raíces en la Finca Valera, mientras que el Selección es el único en el que se escogen frutos de las diferentes parcelas: las mejores de cada una para obtener un gran tinto de corte clásico, llamado a consolidar el nombre de López Cristóbal.
Durante la visita conviene estar atento a la figura de Santiago, al que cabe definir como un trabajador tenaz, defensor de la calidad a toda costa y un apóstol del primer mandamiento de la vinicultura: que el vino se hace en el viñedo.
El carácter de este bodeguero se ha forjado pisando el barro y su biografía es la que permite comprender la personalidad de la empresa. El padre de Santiago, cántabro, venía a Roa a comprar “paja de legumbre”, es decir, forraje, para sus vacas. Aquí terminó poniendo en marcha una explotación agropecuaria, de la que más tarde se haría cargo Santiago. ¿Cómo se convierte una finca agraria en una bodega reconocida? No le duelen prendas en decir que se enfocó hacia el vino porque la agricultura, y sobre todo la ganadería, suponía mucho trabajo para ganar muy poco dinero. Llegó a tener 80 vacas de leche y sembró remolacha durante muchos años, con unos rendimientos de 80 toneladas por hectárea, una producción muy notable para la época.
Quizá la visión más empresarial la aportaba Lola, que estaba en el mundo de los negocios locales y veía que se ganaba dinero, mientras que Santiago se deslomaba a cambio de muy poco. Eran años de mucho trabajo, y no solo en la finca, puesto que la familia dirigía dos videoclubs, una tienda de muebles y antigüedades en Roa… Los hijos, Galo y Francisco, regresaban de la universidad en vacaciones y debían ponerse a trabajar.
Las primeras viñas se plantaron en la primera mitad de la década de los 80, con unas uvas que se vendían a bodegas de la zona. La idea de poner en marcha una bodega propia llegó por la dificultad para vender la uva… y sobre todo para cobrarla.
Los primeros pasos
Bodegas López Cristóbal echa a andar en 1994. Los problemas que se planteaban no eran solo económicos, aunque también. Recuerda Santiago que debió hacer cursillos y hacerse con cuantos libros pudo sobre elaboración. La bodega contrató a un enólogo y el primer año hizo 40.000 litros, aunque debió vender la mitad a granel para pagar los depósitos de acero inoxidable. El resultado fue tan bueno que ganaron un premio Zarcillo, “en aquellos años es que solo había un premio por categoría”.
Ironías de la vida, hoy es Galo quien se encuentra al frente de la bodega, pese a que se formó como ingeniero industrial. Cuando se incorpora a la bodega solo tenía 35 hectáreas, de ellas 25 en producción. Hoy la bodega está en pleno crecimiento y cada año compra nuevas fincas, planta viñedo, realiza extracciones. Este mismo año ha plantado cinco hectáreas y media.
¿Producir o vender?
Como en toda empresa familiar, los puntos de vista no siempre son unánimes, aunque sí hay un punto que pone de acuerdo a todos sus miembros: ese ‘techo de cristal’ de las 400.000 botellas más allá del cual se va en detrimento de la calidad, se pierde el espíritu doméstico, el disfrutar de la viña y la bodega.
Por eso hasta ahora se han permitido ser más productores que vendedores, esperar a que los compradores se dirigieran a ellos. “Somos hijos de nuestros padres y disfrutamos más en el campo que elaborando el vino, y más en la bodega que acudiendo a ferias”, resume Galo. El padre, por su parte, apuntala la idea: “Mi planteamiento ha sido siempre hacer un gran vino, que se vendería solo siempre que tuviera un precio razonable”. Y es que, puestos a hablar de dinero, Santiago lamenta los precios que en ocasiones ve de sus vinos y señala que “en este país no se premia al que produce, sino al que vende, sobre todo al que vende al cliente final, el consumidor”.
De ahí la importancia de potenciar la venta ‘on line’ y la tienda propia, situada en la bodega e integrada en el recorrido que realizan las visitas. La responsable del enoturismo es Cristina, con el respaldo de Galo y Lola; entre los tres ofrecen “una visita técnica pero didáctica”. De hecho, “nos preocupa que los visitantes salgan sabiendo de vino algo más de lo que sabían al entrar”, subraya Santiago. El recorrido cuesta diez euros por persona y comienza en el viñedo, pasa por la zona de elaboración, incluye una cata de diferentes vinos con embutidos ibéricos y finaliza en la tienda, donde son muy pocos los que se resisten a comprar.
Un vino ‘sexy’ y actual
La cata de vinos es esencial en la visita, ya que permite comprobar el resultado de todo lo anterior. Uno de los protagonistas es el Bagús, que para Galo es un vino “con personalidad, potente, explosivo, sexy, actual. Es el vino con más éxito en las catas y tiene un público muy fiel”.
La bodega recomienda un precio de 30 euros para este tinto de color rojo picota, bien cubierto con notas violáceas. En nariz es complejo y elegante, a la vez que potente, con aromas a fruta madura, especiados y chocolate. En boca es sabroso y equilibrado, con mucha concentración y carnosidad.
Por su parte, el Selección tiene un precio de unos 36 euros, muy ajustado para un tinto de uvas escogidas, vendimiadas a mano y cuyo mosto ha descansado quince meses en tres tipos diferentes de barricas nuevas.
Bagús y Selección, dos estrellas con luz propia
La apuesta de Bodegas López Cristóbal por trabajar a partir de pagos diferenciados le permite contar con dos vinos singulares, de los hoy calificados como ‘top’.
De la comparación entre ambos se extraen algunas diferencias sustanciales. El Bagús es un ‘vino de pago’ elaborado a partir de uvas de un viñedo de más de 75 años, considerado de mayor entidad. La elaboración no se diferencia en exceso del resto de los vinos de la bodega y son las uvas las que marcan la diferencia. Eso sí, la totalidad de la crianza es realizada en barricas nuevas (50% roble americano, 50% roble francés).
En el López Cristóbal Selección las uvas representan la mejor calidad de los viñedos, pero la elaboración marca la diferencia: es cuidada al detalle y el juego de barricas (todas nuevas y de roble francés) es crucial.
Como consecuencia, Bagús tiene tal entidad por sí mismo que muchos consumidores no lo asocian a los vinos López Cristóbal. El Selección pretende, por el contrario, consolidar el nombre la bodega y sus vinos. Por supuesto, “esto solo puede ser de una manera: alcanzando una calidad excepcional”, como subraya Galo López.
Bodegas López Cristóbal
Carretera BU-122, km 1.5
Roa de Duero, Burgos
947 56 11 39
www.lopezcristobal.com