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La famosa piedra

Hemos hecho bueno, todavía hoy, el relato de ‘El Tesoro’ de Miguel Delibes

Rafael Varón. ArkeoClio

Antes de que crezcan los postes de los aerogeneradores y de que las placas solares conviertan las tierras de labor, antes imprescindibles, en la superficie metálica de Coruscant -el planeta sede del Senado Galáctico y del Templo Jedi-, en la que las plantas brillan por su ausencia, hay que hacer múltiples estudios.

Rafael Varón. ArkeoClio
Rafael Varón. ArkeoClio

En algunos de ellos intervenimos profesionales de la Arqueología. Recopilamos datos arqueológicos procedentes de operaciones anteriores, miramos mapas antiguos y modernos, revisamos toponimia, dejamos los ojos examinando fotografías aéreas y, últimamente, pasamos ratos procesando datos LiDAR. Y con todos esos conocimientos previos nos vamos al campo a buscar vestigios del pasado -y del presente- para comprobar que “condicionantes”, “problemas” u otras desgracias le puede proporcionar el Patrimonio, nuestro legado, al progreso.

Curiosamente, y hasta donde uno sabe, no salimos a buscar oportunidades. No obstante, en ocasiones, eso pasa y provoca una muy disimulada alegría de los promotores de nuestro mejor porvenir, sean estos privados o públicos.

En una de estas salidas de campo, en el margen de un histórico cruce de caminos, en el que se aúnan rutas y términos municipales, que los mapas más antiguos llaman “La Cruz” o, un poco más allá, “Alto de la Cruz”, la jefa de quien esto firma encontró el elemento material que ha dado nombre al lugar.

Arrumbada en un morcuero crecido, quizá, en honor al viejo dios Mercurio, como señala el Diccionario de la Real Academia de la Lengua en la etimología del término, estaba la cruz.

Los años de estudio y experiencia de la jefa, esos que nos conformamos con resumir injustamente como intuición, localizaron la pieza.

No es que estética o monumentalmente esta sea la octava maravilla. Es una estela, que apenas levanta un metro, con una pequeña cubeta en su parte superior y una cruz griega toscamente grabada en una de sus caras, que da forma física y tangible a todo eso que estaban contando los mapas redundando en la importancia que había tenido este sitio en el Paisaje Cultural de la zona antes de las autovías, los navegadores en el teléfono móvil y nuestra vida urbanita.

El hallazgo se registra, fotografía, describe, se recogen coordenadas y en el informe -siempre hay un informe- se propone que la pieza sea protegida en fase de obra con un balizamiento que la haga visible, y que se incluya en uno de los documentos más importantes del momento de construcción: la Declaración de Impacto Ambiental. En este se cifra que la pieza, y su entorno inmediato, no se pueden alterar por los agentes que van a participar en mejorar nuestro futuro gracias a la implantación de renovables.

En esa segunda fase de trabajos debe haber, además, control arqueológico sistemático para comprobar que la estela sigue gozando de buena salud durante los movimientos de tierras y maquinaria.

Este marco ideal de protección choca con la realidad. A veces por movimientos incontrolados de la propia obra: una máquina despistada, personal poco informado, accidentes… que llevan a posibles daños con la consiguiente redacción de nuevos informes, papeleo extra, bronca, búsqueda de responsables que se hagan cargo del arreglo -si es que es posible-, valoración de daños, etcétera. Cruzo los dedos y me encomiendo a Mercurio, que todavía queda un poco de obra y, de momento, vamos librando.

Sin embargo, hay aspectos que escapan al control arqueológico y las previsiones de la Declaración de Impacto que sujeta la querencia explanadora de todo proceso constructivo. Durante nuestro seguimiento hemos podido constatar agresiones que no vienen de este.

La fiebre renovable tiene muchos detractores locales y hay que hilar muy fino para evitar enfrentamientos con personas que se sienten agraviadas por estos nuevos usos del término “planta” o del significado de “parque”, en que el vidrio y el metal sustituyen a la naturaleza o a la tradición agrícola.

Así nos hemos encontrado, haciendo bueno todavía hoy el relato de ‘El Tesoro’ de Miguel Delibes, se ataca a sí mismo actuando contra su propio Patrimonio y Legado solo porque es fácil acceder a este y porque han decidido ignorar la importancia que tuvo en su pasado, tiene en nuestro presente y debería tener en el de nuestras hijas.

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