Yago Costoya
El embalse de Ricobayo, situado a menos de 1 kilómetro de Ricobayo de Alba, en la provincia de Zamora, comenzó a regular las aguas del río Esla y a aprovechar su energía eléctrica en 1935, acaparando todos los focos de Europa por tratarse de la primera gran central hidroeléctrica del continente.
Con una superficie máxima de casi 6.000 hectáreas inundadas, su puesta en funcionamiento se vio marcada por la expropiación de una larga lista de terrenos entre los que se incluyen pueblos enteros que tuvieron que ser desalojados ante la irrupción de sus aguas.
A la historia del embalse se vincula Villaflor, una pequeña localidad ribereña situada en la comarca de Alba. Su proximidad a estas aguas la llevó a mantenerse aislada ante la ejecución de Ricobayo. Hasta ese entonces, la villa pertenecía a San Pedro de la Nave, que, junto a La Pueblica, tuvieron que quedar inmersas en las profundidades del Esla.

San Pedro de la Nave y La Pueblica
Sus vecinos se vieron forzados a abandonar sus hogares, a sabiendas de que cada una de las historias que guardaban sus paredes quedarían sumergidas para siempre, dejando un sinfín de recuerdos a flote. Lo entenderemos a ‘fondo’ a lo largo de este escrito.
La empresa hidroeléctrica de Iberduero construyó en 1932, sobre la comarca de Sayago, La Pueblica de Campeán, un municipio que albergó a las antiguas familias de La Pueblica.
Los habitantes de San Pedro de la Nave quedaron repartidos entre las localidades colindantes. La Iglesia de San Pedro de la Nave fue la única construcción que se salvó de naufragar el Esla, pues se trata de uno de los mejores ejemplos de arquitectura visigótica de la Península Ibérica, construida entre los años 680 y 711. El templo se trasladó piedra por piedra hasta El Campillo en 1930. Su reconstrucción, además, permitió conocer nuevas características sobre su estructura y arte.

Cuando el nivel del agua del pantano se encuentra bajo mínimos, emergen los muros que difícilmente resisten la erosión y el paso de sus corrientes. Las calles de La Pueblica y San Pedro de la Nave brotan de nuevo, ilustrando una pesarosa y perecedera estampa incapaz de reflejar sus mejores días.
«Mi abuela tuvo que dejar atrás La Pueblica con 7 años, recordaba que fue muy duro, les costó mucho dejar sus hogares… Siempre nos decía que había unas ‘vegas’ muy buenas, le llamaban así a las orillas del río, cogían cangrejos y almejas para comer», añade Miguel Ángel Torre, vecino de la zona.
Antes de la construcción del embalse, Villaflor, El Campillo, Villanueva de los Corchos, La Pueblica y Valdeperdices formaban parte del señorío de San Pedro de la Nave. En 1933, ante el anegamiento de las dos localidades y la pérdida de comunicación entre alguno de estos núcleos de población, se propuso una nueva reorganización. Villaflor comenzó a depender de Cerezal de Aliste hasta que ambos se anexionaron a Muelas del Pan en 1969, y Villanueva de los Corchos se unió a Videmala. El Campillo y Valdeperdices se mantuvieron en San Pedro de la Nave-Almendra.
Villaflor y Villanueva de los Corchos
Las localidades ribereñas Villaflor y Villanueva de los Corchos quedaron separadas ante la entrada del río de por medio, distanciando a familiares y compañeros de tierras. Para remediarlo, Iberduero puso a disposición en 1935, un servicio de barcaza que permitiese desplazar y transportar animales y enseres a sus vecinos.
Surgió una nueva profesión en la zona: el barquero, oficio desempeñado por personas de grandes cualidades físicas, pues la barcaza se desplazaba a través de unos cables que se situaban sobre el pantano y se debía hacer gran fuerza para moverla.
El servicio era gratuito y funcionaba las 24 horas del día, habiendo una caseta en cada orilla. Estuvo vigente durante 64 años, hasta que en 1998 se construyó un puente que permitió la comunicación entre ambas localidades. Actualmente, la barcaza reposa en Villaflor junto a la campana que vibraba en solicitud de su dirigente.

El embalse no sólo separó a Villaflor de Villanueva de los Corchos, también lo hizo de su parroquia y cementerio, pues todas las ceremonias religiosas se celebraban hasta entonces en la Iglesia de San Pedro de la Nave. La pedanía no gozó de su propio templo hasta siete décadas después, cuando en 2006 se construyó una nueva iglesia dedicada a San Boal.
También hay constancia de que en Villaflor existieron unas herrerías tiempo antes de que se procediera a embalsar. «Hemos visto fotos de los años 20 en las que ya habían desaparecido. Cuando baje el nivel del agua veremos las ruinas, las cuatro paredes que quedan de ellas…», añade Bienvenido Lorenzo, vecino de la localidad.
Desde 2017, Villaflor se ha empeñado en lucir decenas de murales que reivindican las tradiciones y sus épocas pasadas. No obstante, tan solo son 14 personas quienes los atestiguan. La pedanía se ha convertido en un remanso de paz donde no se escucha más que el ruido de las aspas de los molinos girando frente el aire.
Un lugar que reflorece durante el periodo estival, «con el río ahí a la vera, este privilegio no lo tenemos en todos lados, sales ya de casa con el bikini puesto…», asegura Francisco José Cuesta, vecino de Villaflor, acompañado de unas carcajadas.

Playa de Ricobayo
La construcción del embalse también resultó en el nacimiento de nuevos lugares de interés como la playa de Ricobayo, un arenal artificial situado en el recodo del río, en el que los visitantes pueden disfrutar del sol zamorano y un refrescante baño en unas aguas llenas de historia.
En los alrededores de la playa, se ha acondicionado un espacio verde con un embarcadero, merenderos y columpios para complementar el entorno. Además, hay un chiringuito abierto durante el verano, y restaurantes cercanos disponibles todo el año.
