Situada desde siempre en la línea de la frontera, los conflictos bélicos han moldeado la forma y el espíritu de esta localidad apacible que guarda incontables joyas
Todas las localidades fronterizas, sobre todo cuando se encuentran en grandes vías de comunicación, hacen méritos para figurar en los libros de historia. Es el caso de La Puebla de Arganzón, cuyo casco urbano se extiende en forma de barco junto al río Zadorra, en plena Llanada Alavesa y apenas a 17 kilómetros de la ciudad de Vitoria. Estamos en el enclave de Treviño, en un pueblo “modelado por la historia; un lugar de paso en el que cada acontecimiento ha dejado su impronta, como las Guerras Carlistas o la de la Independencia, o como los peregrinos que pasaban por aquí y que en algunos casos aquí fallecían”.
Así lo destaca Vicente Renedo, estudioso y responsable de los archivos municipal y parroquial, con un inapelable acento del norte que se solapa sobre sus orígenes leoneses.
El nombre del municipio es el eco mismo de acontecimientos que se remontan en el tiempo. Arganzón era el antiguo poblado, que aparece nombrado en fuentes escritas en torno al año 800 con motivo de una batalla entre musulmanes y cristianos. “Más adelante, por razones de capacidad o de necesidad, la población se desplaza varios centros de metros hasta un vado del río Zadorra, en tierras más ricas para la agricultura”, señala Renedo.
La ‘puebla’ de ese nuevo espacio también quedó reflejada en la toponimia. Este punto del mapa será después un cruce de caminos y una fuente de disputas entre los reinos de Navarra y de Castilla. De hecho, el fuero real se otorga en 1191 pero los historiadores no se ponen de acuerdo sobre qué rey es el que lo dicta: el castellano Alfonso VIII o el navarro Sancho el Sabio.
De pocos años después data una de las joyas patrimoniales de La Puebla, su puente románico, construido en torno a 1255 para salvar las dos orillas del Zadorra; dos lados situados a diferente altura, de ahí el desnivel de este puente, que le otorga un carácter singular. Otro tesoro de primer orden es la iglesia tardogótica de la Asunción, con un retablo renacentista fechado hacia 1535 y que cabe incluir entre los mejores del norte de España. Cuenta con dos pórticos de gran interés: el de la plaza, del siglo XV, y el situado a los pies, más moderno. La única nave está construida para albergar entre 250 y 300 personas.
La otra joya la forman los archivos del municipio, con numerosos documentos anteriores a 1500. Incluso el pueblo cuenta con las actas de bautismo completas desde 1510, una documentación que ya quisieran para sí tantas ciudades que los perdieron en todo tipo de estropicios.
También hay que mencionar el viejo molino, en la ribera del río, o el hospital de peregrinos, adosado a la ermita de Nuestra Señora de la Antigua y que nos recuerda que estamos en plena vía de Bayona del Camino de Santiago. Sus paredes conservan aún grafitis de soldados napoleónicos, y es que La Puebla fue lugar de paso de esos ejércitos, tanto en la invasión como en la retirada: aquí dio comienzo la muy recordada Batalla de Vitoria, como se encarga de recordar el propio Pérez Galdós en los ‘Episodios Nacionales’. Es otra de las sorpresas que depara al visitante esta localidad histórica, con tantas huellas como desencuentros tuvieron los héroes y villanos que pusieron su pie en ella.