Ricardo Ortega
Uno recuerda como una pesadilla llegar tarde a la Parte Vieja de Miranda. Eran los años 80, puede que los primeros 90, y muchos de los que hoy cargan con 50 o 60 primaveras evitaban llegar con retraso a la cita semanal con los cachis y con el marianito, con el cubata, con el tumulto, porque un aterrizaje a destiempo los obligaba a enfrentarse al espejo: aquellos ojos de yonqui que exhibían sus amigos, aquellas maneras poco edificantes, eran uno mismo cuando ya circulaba por sus venas una ración desmedida de cerveza o calimocho, que allí y entonces se escribía kalimotxo.
Ser adolescente y pasar el sábado por la calle San Juan, por la calle de la Fuente o por la calle de los Hornos era una forma de socializar tan salvaje, tan extrema, que las juergas vividas más adelante, en otras latitudes y otros momentos vitales, se quedaban irremediablemente pequeñas.
Estamos hablando de un barrio de escasas dimensiones, en realidad lo que sería un pueblo pequeño, y sin embargo la energía gastada en el ocio nocturno por los jóvenes mirandeses podría haber iluminado el planeta entero.
Era tan achicado el espacio de la Parte Vieja que discutías con tu novio en el Patri y te reconciliabas en el Zarras. Te dejaba tu novia en el Tertulia y te la encontrabas en el Trujal a los cinco minutos, y qué apuro el tener que tomar una decisión sobre si apartar la mirada o saludarte como si nada.
Por eso nos parecía normal la canción de The Police en la que un hombre abandonado dice a su chica que la estará observando cada vez que respire, en cada paso que dé o cada movimiento que haga. ¡En Miranda se entendía perfectamente!
Más adelante nos enteramos de que la canción refleja una personalidad obsesiva, manipuladora. De que era una canción escrita por un acosador. Como tantas cosas que hemos ido comprendiendo con el tiempo, cuando se han ido cayendo todos los velos que nos mostraban un mundo amable y bonito.
Andados los años uno se acuerda de aquello con algo de nostalgia por la juventud perdida, no tanto por el sabor de kalimotxo, y agradece iniciativas como las de ese puñado de chicas entusiastas que puso en marcha en 2013 la Quedada del mes de octubre. Es una cita ‘revival’ con música en cada esquina y con conciertos en la plaza de España. Una fiesta en la que vuelven a abrir sus puertas muchos locales que llevaban cerrados lustros o décadas.
Bien mirado, la Quedada es una cita con las señas de identidad de Miranda, una ciudad que cuenta con numerosos estandartes, desde el puente y el río hasta el fútbol o las fiestas de San Juan del Monte, pasando por un yacimiento autrigón y un campo de concentración.
Pero la Parte Vieja es un elemento totémico porque permanece en buena medida inalterada. Porque los mayores del lugar recuerdan, en la orilla de enfrente, el puente Ocaña, la vía del tren cuyo trazado sigue hoy la ronda del Ferrocarril, la calle de la Estación llena de coches o los gallineros que separaban la ‘Campa’ de ‘las Pistas’.
Por eso es tan importante no llegar tarde a los proyectos puestos en marcha para recuperar y reivindicar el barrio, que es patrimonio de todos los mirandeses aunque sobre todo pertenezca, sí, a sus habitantes.
Porque si en los 80 llegar tarde a Aquende era el infierno, el purgatorio ha sido para muchos salir de Miranda y tener una vida, cumplir años (nunca madurar) lejos del abrazo cálido e indulgente que siempre nos ofreció la Parte Vieja.



