Yago Costoya
El plan urbanístico de Valladolid no se entiende hoy sin conocer cómo era el de ayer, pues en la antigua ciudad, un tímido río serpenteaba entre sus viviendas y símbolos arquitectónicos. Una villa desarrollada y marcada por el pulso del Pisuerga, pero más todavía, por uno de sus afluentes, el Esgueva, cuya presencia se ha ido difuminando del mapa urbano con el devenir del tiempo, perdiendo fuelle y dando zancadas cada vez más cortas.
El Esgueva, nacido en Peña Cervera, en la provincia de Burgos, alcanzaba Valladolid junto a otros canalillos laterales que modificaban su caudal. Su trazado dejó rastro de una de las teorías que existen en torno a la palabra ‘pucela‘, empleada para denominar a la ciudad. Esta señala que el término hace referencia al mal olor que provocaba el río durante el siglo XVI debido a la falta de un saneamiento adecuado.
«¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
Lleva, sin tener su orilla
árbol ni verde ni fresco,
fruta que es toda de cuesco,
y, de madura, amarilla;
hácese della en Castilla
conserva en cualquiera casa,
y tanta ciruela pasa,
que no hay quien sin ella beba.»(…)
Luis de Góngora. 1603
¿Qué lleva el señor Esgueva? se planteaba Luis de Góngora, uno de los grandes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, cuyos versos resultaron, supuestamente, en el comienzo de su rivalidad literaria frente a otro de los literatos más notables de la época, Francisco de Quevedo.


Lo cierto es que el Esgueva sirvió, durante cientos de años, de aliviadero a cielo abierto, recibiendo inmundicias que teñían su caudal de un aspecto pestilente y que resultaban en la propagación de enfermedades cuando éste se desbordaba.
En ese entonces se hablaba de las Esguevas, pues contenía dos ramales que abrazaban a la Valladolid pasada. Orillas que sirvieron para abastecer huertas y para la instalación de molinos y otros artefactos, que aprovechaban y, al mismo tiempo, contaminaban, sus bajas profundidades.
Los dos brazos del Esgueva
Jesús Misiego y José Ignacio Díaz publicaron en ‘Valladolid y el río Esgueva. Una historia de encuentros y desencuentros‘, una aproximación histórica y arqueológica al paso del cauce fluvial por la ciudad.

Según la publicación escrita, la plaza de las Batallas y la de los Vadillos daban la bienvenida a la entrada del ramal sur en la ciudad, que continuaba su curso por la actual calle del Doctor Montero, donde se ensanchaba el cauce y se encontraba un salto de agua que aportaba fuerza motriz en el siglo XVIII a la antigua tejería de La Cerámica. El recorrido proseguía por la calle Pérez Galdós y por la plaza Circular, también llamada de las Puertas de Tudela, en honor al vado que allí existía sobre el cauce.

A continuación, el conducto se ampliaba y aumentaba su profundidad, siguiendo por la calle Nicolás Salmerón, la plaza del Caño Argales, la calle Dos de Mayo, la plaza de Madrid y la calle Miguel Íscar, cruzando la calle Santiago, la calle María de Molina y trascurriendo por debajo de la parte trasera de la Academia de Caballería, hasta desembocar en el río Pisuerga, en las inmediaciones del actual puente de Isabel La Católica. Su trayectoria traspuesta al plano actual de la ciudad es de 2,42 km.
El ramal norte se introducía en Valladolid por el Prado de la Magdalena y continuaba por las actuales calles Sanz y Forés, Paraíso, Marqués del Duero, Solanilla, Magaña, plaza de Portugalete, calle Bajada de la Libertad, plaza de Cantarranas, calle Platería, plaza del Val, calle Sandoval, calle San Benito y plaza del Poniente, atravesaba el paseo de Isabel La Católica y desaguaba en el río Pisuerga bajo el puente del Poniente, tras un recorrido de aproximadamente 2,5 km. Contó con un afluente, conocido como arroyo de la Cárcava, que dejó su toponimia en la calle Núñez de Arce, antiguamente nombrada de esta manera.

Modificaciones
Las intensidad de las lluvias en el invierno del 1788 provocó la crecida del río y la consecuente inundación de una gran parte del caserío de Valladolid, especialmente la que estaba rodeada por el brazo norte, el centro de la ciudad. En este momento, se tomaron algunas medidas para paliar los peligros de las epidemias, surgiendo los primeros planteamientos de suprimir el Esgueva interior.
Para solventar los problemas se decantaron por el soterramiento o «cubrimiento», un proyecto que inició en 1848 y que transformó el paisaje urbano, ganándole terreno al río y levantando nuevos espacios como el mercado del Val o la plaza de Poniente.
De esta manera, numerosos puentes que conectaban lo que los dos brazos del Esgueva trataban de separar, hoy en día permanecen ocultos bajo el pavimentado de numerosas calles del casco urbano. La mayoría de los que pueden observarse actualmente han sido construidos de forma posterior. El puente de la Reina, en el Parque de Los Viveros, es uno de los pocos vestigios que nos transportan al antiguo cauce.

Los vallisoletanos caminan y hacen sus vidas sobre un episodio casi olvidado de la historia de su ciudad, lo que el ayuntamiento ha planteado remediar mediante el acondicionamiento de un paseo subterráneo que indague en las entrañas del Esgueva. Desde la sala de exposiciones de San Benito, puede contemplarse a través de un ventanal, durante su horario de apertura, el puente de San Benito, situado bajo parte de su complejo.
Sin embargo, lo cierto es que las obras que se propusieron a mediados del siglo XIX fueron incapaces de contrarrestar la insalubridad del Esgueva, pues la verdadera necesidad radicaba en gestionar las aguas residuales.

En 1890, tras un minucioso estudio del estado de los dos ramales, el ingeniero Uhagón hizo realidad el ansiado plan de saneamiento, que se focalizaba en la construcción de alcantarillado con un plan de reciclaje que trasportase las aguas sucias una vez depuradas al pinar de Antequera, el desvío de ambos brazos y el drenaje del Prado de la Magdalena. A esto añadía lo que él denominaba como «saneamiento de la habitación«, en el que proponía al Ayuntamiento que obligase a los propietarios de las viviendas a disponer de desagües que siguieran las normas de higiene pública.
Las obras sobre la propuesta del desvío que pretendían reducir los dos ramales a uno solo se llevaron a cabo durante los primeros años del siglo XX. Sin embargo, esto no quedó aquí, pues la intención era alejar esta desviación de la población. No obstante, el crecimiento demográfico que experimentó la ciudad fruto del éxodo rural dio pie a la construcción de nuevas viviendas que terminaron por rodear el nuevo cauce, conociendo nuevas inundaciones en 1924 y 1936.

El río alcanzó su propuesta final en 1995, cuando se integró adecuadamente en la ciudad. El Esgueva que baña nuestros días es un canal artificial y domesticado que parte del cauce natural del río antes de su entrada en la ciudad, donde los brazos sur y norte se unieron en las inmediaciones del Prado de la Magdalena.
Actualmente, sus orillas están acompañadas por paseos arbolados, mobiliario urbano y puentes peatonales que las cruzan. También es el escenario de una particular carrera solidaria en la que los protagonistas son los patitos de goma, celebrada cada año durante la Semana Cultural de Pajarillos.