Castilla y León cuenta con un extenso viñedo, de unas 74.000 hectáreas, que supone casi el 20% de la superficie vitícola española
Ricardo Ortega
Ha querido la casualidad que el último número de nuestra revista coincidiera con la tercera edición del ‘Duero Wine Fest’, un encuentro que ha sabido dirigirse tanto al profesional especializado como al público más deseoso de aprender, de familiarizarse con las elaboraciones, de poner nombre a los aromas y los sabores, a las texturas de lo que encuentra en la copa.
Ha sido una ocasión para recordar que Castilla y León cuenta con un extenso viñedo, de unas 74.000 hectáreas. Esta cifra supone casi el 20% de la superficie vitícola de España, lo que nos recuerda que la comunidad es una de las principales zonas productoras de vino del país.
De hecho, la producción de vino en la región es significativa a nivel nacional e internacional. Según datos ofrecidos por los consejos reguladores, en 2020 (el año de la pandemia) se produjeron más de 2,5 millones de hectolitros de vino, donde se abarca una amplia variedad de tipos, de estilos, de variedades.
Esa paleta de color, tan rica como la propia geografía de la cuenca del Duero, se traslada a los mercados exteriores. El vino de Castilla y León tiene una importante presencia en el plano internacional. Las exportaciones han experimentado un crecimiento constante en los últimos años, superando los 300 millones de euros, algo que blinda a las economías locales frente a los cambios en los hábitos de consumo.
En el ‘Duero Wine Fest’ se ha hablado mucho de sabor y de manejo del cultivo, pero también de economía. Y esta pasa por la diversificación. Es ahí donde desempeña un papel destacado el enoturismo, que atrae visitantes al mismo tiempo que ensancha los horizontes del público consumidor. Una fórmula para hacer marca y fidelizar clientes, y sobre todo para profundizar en lo que llamamos la cultura del vino, esa disciplina marcada por el trabajo, por el conocimiento y por amor al terruño.