Allí soñé la voz del cancionero
las noches de mis lágrimas en vela;
allí mi salmo con el grito vuela
pidiendo a Dios por este jornalero.
Ya las iglesias, templos del arriero,
no lloran el dolor que las desvela.
El viento las humilla y las flagela.
¡Es el viento el mejor sepulturero!
Quizá se fuera Dios del monasterio
dejando solo al monje con su guerra,
arando cada surco con su vida.
Quizá se fuera Dios, todo un misterio.
Y aquí estamos sin cielos y sin tierra…
(…y el lobo una vez más en nuestra herida)