Una buena amistad es un tesoro, especialmente cuando se está en un mal momento. El monasterio de la Armedilla lo estuvo, pero salieron muy buenos amigos en su rescate
Daniel González
La historia del monasterio de Nuestra Señora de la Armedilla podría ser la de una persona. Nace como un milagro, crece, piedra a piedra se hace robusta y más grande, cambia su aspecto, le salen arrugas, envejece y muere. Claro que este cenobio, ubicado a tres kilómetros de la localidad de Cogeces del Monte, tiene cientos de años y su muerte no significa su final. Ni mucho menos.
Porque para el patrimonio no existe un final. O al menos no mientras haya personas que lo sientan como suyo. Personas que no olvidan y que no se conforman con poner flores en la tumba, sino que van más allá y luchan por un nuevo principio.
Las ruinas del monasterio de la Armedilla no fueron olvidadas. Su relato en el último lustro podría considerarse como una segunda parte que muestra las cicatrices de la anterior en su magullado cuerpo, pero con ambición de curar su alma.
La espadaña como símbolo
Emplazado en uno de esos valles entre páramos que quiebran la monotonía llana de la provincia vallisoletana, los restos del conjunto monacal se muestran de repente al tomar una curva en la carretera que une Cogeces con Quintanilla de Onésimo. Asomará primero la espadaña, su elemento arquitectónico más desafiante.
No extraña que haya sido esta misma espadaña la elegida para identificar a la asociación que salió en su rescate, Amigos de la Armedilla, constituida en el año 2017. El logotipo del colectivo muestra así su espíritu combativo pese a las circunstancias.
Porque sus circunstancias no eran las óptimas para conseguir rescatar un monasterio de tales magnitudes. “Los inicios no son fáciles, pero también es cierto que no partíamos de la nada”, apuntan desde la asociación.
Del desastre al rescate
Pongámonos en contexto. Desde la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX, el cuerpo mayoritariamente gótico de la Armedilla no hizo más que acelerar su descomposición. Sirvió como cantera y sus bienes muebles e inmuebles fueron expoliados y trasladados a diferentes puntos dentro y fuera del país.
Su tragedia continuó con la llegada del presente siglo, sus piedras se seguían cayendo y en 2008 la pérdida total del conjunto, debido a la falta de mantenimiento, llevó a que se incluyese en la Lista Roja del Patrimonio de la organización Hispania Nostra. Todo, pese a que un año antes fue declarado Bien de Interés Cultural.
Su alarmante situación provocó una reorganización del movimiento vecinal. Se creó la asociación Amigos de la Armedilla para “dar un nuevo empuje y, sobre todo, un nuevo sesgo y orientación basándose en el voluntariado, el empuje social y en la colaboración con el Ayuntamiento de Cogeces del Monte”, explican.
Todo ello dio sus frutos. Consiguieron que las administraciones públicas advirtieran de que se trataba de un proyecto serio de ciudadanos responsables. También, la experiencia profesional con la salvaguarda del patrimonio de algunos de los socios fundadores de la asociación y la planificación por fases del proyecto, fueron las claves de su éxito. “Nos hemos sentido, hasta ahora, entendidos y arropados por la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y león, la Diputación de Valladolid y el Ayuntamiento”, reconocen desde la asociación.
Escribiendo…
Unas instituciones que, junto con las cuotas de los socios y el mecenazgo privado, han sido los benefactores en las sucesivas restauraciones que se han llevado a cabo en el conjunto. Aunque todavía queda mucho por remendar. Un ejemplo está en la ermita-cueva original en la que empezó el culto durante la Edad Media. “Es tal vez la zona más expuesta a un colapso por su deterioro”.
No obstante, el objetivo de la asociación no solo se centra en consolidar los muros supervivientes. “Tenemos muchos frentes abiertos”, alegan. Uno de ellos es convertir a las ruinas en un referente turístico y de desarrollo rural. Para ello, llevan varios años organizando diversas actividades, mayoritariamente en periodo estival, como visitas guiadas y teatralizadas, jornadas de limpieza, conferencias o conciertos.
Actualmente la organización la conforman 160 socios de número, 6 socios protectores y 4 socios de honor. Su perfil es variado pero todos comparten una misma meta. “Hay agricultores, asalariados, amas de casa, arqueólogos, arquitectos, aparejadores, artistas, diseñadores gráficos, informáticos, vinateros, empresarios, autónomos, opositores, estudiantes y jubilados. De todo”.
Cientos de “Amigos” de un monasterio dispuestos a escribir juntos la secuela de una historia en su mayoría trágica. Pero su desenlace todavía no está escrito. Nunca lo estará mientras haya piedras por salvar y personas que las adopten como su propio legado. Porque el ser humano muere, pero la huella que deja en el mundo perdura.
¿Cómo visitar la Armedilla?
El monasterio es de acceso libre, pero debes tener en cuenta que muchas zonas se encuentran cerradas al visitante por razones de seguridad. Las visitas completas al conjunto se realizan bajo demanda de grupo a lo largo de todo el año a través del correo electrónico amigosarmedilla@gmail.com, por teléfono al 698 91 64 33, o por sus redes sociales. Siempre avisando con tiempo suficiente y que se trate de un grupo.
Las visitas las acompañan voluntarios de la asociación y suelen tener una duración estimada de 60 minutos. A cambio, se le indica al visitante que pueden colaborar con un donativo que íntegramente revierte en la actividad que se desarrolla en la Armedilla.
Nacimiento, esplendor y muerte del monasterio
La primera referencia al monasterio se hace en el siglo XII, cuando es cedido a los monjes cistercienses. En esa época solo existía la ermita-cueva que custodiaba la talla de una virgen románica con fama de milagrera.
Pronto se convierte en un lugar de peregrinaje y comienza a ampliarse. Con la llegada de los monjes jerónimos en 1402 se inicia un ambicioso proyecto arquitectónico en dos fases constructivas que remodela la ermita, levanta un claustro y una gran iglesia gótico-renacentista, además de la ampliación de las dependencias monásticas.
Con la desamortización de la primera mitad del siglo XIX llega la exclaustración y comienza su degradación. Casi dos siglos de abandono que la han dejado en los huesos. La portada renacentista de su iglesia fue arrancada y divididos sus restos entre Arkansas y la Casa Cervantes de Valladolid. El retablo mayor fue a parar a Riaza, parte de su sillería está en París y varios de los cuadros terminaron en el Museo del Prado.