Marcelino García Arranz ha convertido todo el pueblo de Moraleja de Cuéllar en una gigantesca pinacoteca con cierto aire costumbrista
Pilar Martínez y Daniel González
Un pueblo es más de lo enseña a primera vista. Esa es la primera ley de quien elige escaparse por la España rural. Y es que para que un pueblo te entre dentro, debes empaparte no solo de lo que se ve, también de sus aromas, sabores, matices y, en especial, de sus gentes. Ellos harán que no te pierdas ningún detalle, te harán ver el pueblo desde su perspectiva.
Y hay una localidad segoviana donde encontrarás un vecino que te hará vivir su pueblo con mucha intensidad. Se trata de Marcelino García Arranz, un pintor que ha convertido buena parte de las paredes desnudas de Moraleja de Cuéllar en lienzos donde plasmar con gran realismo la historia de su vida, la de sus antepasados y, ya puestos, para embelesarnos con algunos de los monumentos y paisajes más emblemáticos.
Una exposición con muchas perspectivas
A sus más de setenta años, Marcelino aún siente la necesidad de seguir dando rienda suelta a su talento. Y lo hace a lo grande. Poco a poco ha ido convirtiendo las calles de su pueblo en una galería de arte con pinturas a gran escala muy realistas que desafían al sol, al viento y al paso del tiempo. Desde el Alcázar de Segovia y el Acueducto, hasta fuentes como las de La Granja o la mismísima Cibeles de Madrid, continuando con escenas rurales y personajes que han influido en la vida del segoviano.
La temática elegida y el colorido de los murales hacen de un simple recorrido por las calles de Moraleja de Cuéllar un verdadero placer. Pero, para comprender con plenitud esta singular exposición, se hace imprescindible que el propio pintor te guie para descubrir todas las perspectivas y sensaciones que ofrecen estos trampantojos acrílicos al aire libre.
A Marcelino, es frecuente encontrarle los fines de semana en su casa. Es fácil dar con ella preguntando a cualquier vecino, y cuando llegas a su casa es inconfundible. Entre dos ventanas, hay un autorretrato de cuándo era más joven, donde al pie reza: “Marcelino García Arranz, el pintor de Moraleja”. Aparece también un número de teléfono para quien quiera contactar con él o quiera hacerle algún encargo. “Tengo una pensión muy justa y pintar me sigue ayudando a vivir en el más amplio sentido de la palabra”, reconoce el artista.
De carácter afable y simpático, el segoviano te invitará a involucrarte en su mundo, a meterte literalmente en su perspectiva de cuanto ha plasmado en esas viejas y, a menudo, maltrechas paredes de Moraleja de Cuéllar. Pues como quien se mete dentro de un cuadro, son varios los murales que ofrecen la posibilidad de interactuar con la realidad plasmada.
Uno de los más impresionante es el del el Acueducto de Segovia. A simple vista ya parece magistral la definición, la envergadura y la profundidad de la pintura, pero existe un truco visual que el propio Marcelino te invita a descubrir. Tienes que ir caminando poco a poco, subiendo la calle, para ir descubriendo con asombro como el Acueducto va adquiriendo otra perspectiva como si se moviera, o más bien fueras tú quien al moverte descubriera una profundidad más amplia en un horizonte.
Así, y de este modo de ver las cosas, las escenas que puedes ver en Moraleja mientras paseas y en las que puedes participar, son tan diversas como bonitas. Las Cataratas del Niágara, un bonito puente sobre un rio que parece nacer a tus pies, personajes como bailaoras y toreros muy presentes en la vida del pintor, o hasta un asador con una bandeja de lechazo donde la tentación de echar mano de una tajada puede darte otro momento divertido.
Estampas de antaño en blanco y negro
Sorprende, después de recorrer los murales de Marcelino por las calles de Moraleja de Cuéllar y de descubrir una calle con su nombre como reconocimiento de un pueblo agradecido, ver unas pinturas en blanco y negro. Todo un contraste de claroscuros que no es casualidad, sino fruto de la evolución del propio pintor y de su retrospectiva a tiempos pasados, a esas estampas de antaño que sin duda su memoria ha guardado celosamente junto a la memoria de sus padres y hermanos.
En uno de los murales aparecen su padre y su hermano, junto a otros personajes de apodos curiosos con azadas y picos en plena faena en el campo. Al preguntarle por ese cambio cromático y por los motivos de esos cuadros monumentales, de nuevo le emana la añoranza, de unos tiempos pretéritos y de su deseo de dejar constancia de aquella España rural y costumbrista, como si fueran fotos antiguas que salen de un baúl.
Y podemos decir que Marcelino lo consigue. Con su gigantesca exposición nos recuerda que, hubo un tiempo, en el que todos esos muros degradados convertidos en lienzos cobijaron vida. Nos recuerda que en el medio rural hay espacio para echar nuevas capas de pintura y, que la edad, son solo cifras en el carné mientras haya pasión corriendo por las venas.