El castillo medieval de San Felices de los Gallegos se salvó de ser demolido y más tarde de ser traslado a Norteamérica gracias a su sólida estructura y a la mano salvadora de uno de los vecinos del pueblo
Daniel González.
Situado en la “Raya”, como se conoce a la frontera hispano-lusa, y en pleno Parque Natural de las Arribes del Duero, el histórico castillo salmantino de San Felices de los Gallegos se ha ganado el apelativo de fortaleza, pues fue el grosor de sus muros y la fuerte convicción de uno de sus vecinos lo que le ha salvado de desaparecer.
Su historia comienza por un rey portugués, Dionisio I, quien mandó construir el castillo en el año 1296 tras apoderarse de la villa de San Felices. De hecho, el pueblo y su bastión cambiaron varias veces de dueños en esta época volviendo a formar parte de tierras castellanas en el año 1326.
Su situación fronteriza le ha dotado de diferentes fases constructivas según las necesidades de la época. Por un lado, tenemos la Cerca Vieja, una muralla de fábrica de sillarejo con torres cuadradas adosadas, que encierra una gran plaza de armas compuesta por varios cubos cuadrangulares de los siglos XII y XIII y unas torres albarranas que se añadieron un siglo más tarde.
Durante el reinado de los Reyes Católicos, en el año 1476, se edifica la actual torre del homenaje, que reforma y amplia la más antigua, construida por los portugueses, para adaptar sus dependencias a un uso palaciego. Más tarde, en el siglo XVII, se dota al conjunto de una fortificación abalaustrada más moderna para defenderse durante la guerra contra Portugal.
Todo este conjunto perteneció desde el año 1476 a los Duques de Alba, y luego a los militares en la Guerra de la Independencia contra la invasión francesa, hasta que en el año 1920 tres señores de San Felices lo compran para usarlo como cantera y aprovechar su piedra en la construcción de las casas del pueblo. Aquí comienza la verdadera lucha de supervivencia del castillo.
Para obtener su piedra, hacen primero los derribos en la plaza de armas, para meterse más tarde con la estructura del castillo. Deciden poner dinamita en las esquinas y lo hacen estallar, pero fracasan en el intento gracias al grosos de los muros de 4 metros de ancho.
Antes de que se volviera a intentar una segunda demolición, un vecino de la localidad, Ángel de Dios, decide comprar el castillo en el año 1924 con el dinero prestado por un familiar que tenía en Puerto Rico. Tres décadas más tarde unos norteamericanos proponen comprárselo por 14 millones de pesetas, para desmontarlo piedra a piedra y llevárselo a su país como piezas de un puzle.
Ángel rechazó la oferta de los americanos, y les propuso vendérselo por la mitad si lo restauraban y lo dejaban en el pueblo, lo cual estos declinaron. Finalmente, en el año 2013, uno de los hijos de Ángel, Francisco, donó el castillo al pueblo, cumpliendo el sueño de su padre: que el castillo sea tratado como se merece y destinado siempre para el bien del pueblo.
Ahora, el castillo de San Felices se erige como el edificio más destacado de un pueblo salmantino declarado Conjunto Histórico-Artístico. Su torre del homenaje ha sido habilitada para la instalación del Aula de Interpretación del Castillo, donde puedes profundizar en la historia de este tipo de fortificaciones fronterizas a través de una exposición que recorre sus sinuosos pasillos, escaleras y salas interiores.
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