Ninguna ciudad medieval creció sobre la colonia romana de Clunia, entre la Ribera burgalesa y la Demanda, lo que nos ha legado los restos casi intactos de una de las mayores poblaciones erigidas en la península por los hijos de Rómulo y Remo. Un hilo conductor enlaza el pasado clásico con el siglo XXI: el magnífico teatro de la ciudad, que tuvo capacidad para 9.000 espectadores y que todavía acoge numerosas actuaciones gracias a una acústica envidiable
Ricardo Ortega
El sur de la provincia de Burgos acoge uno de los mayores tesoros de la presencia romana en Hispania. Sin la fama que otorgan la verticalidad granítica del acueducto de Segovia o el halo legendario de Numancia, la ciudad de Clunia Sulpicia es, con mucho, la mayor población construida en la actual Castilla y León durante aquel periodo. Sus restos abarcan un cerro de 130 hectáreas y se extienden casi intactos ante científicos y visitantes; a diferencia de otras ciudades romanas, sobre el cerro no se erigió una población medieval y las tierras de cultivo ampararon las ruinas durante más de mil años.
El Alto del Cerro, donde nos encontramos, constituye un verdadero museo al aire libre, dedicado a conocer la ciudad del mundo latino y al día a día de sus habitantes. Y es que la importancia política alcanzada por Clunia se vio reflejada en su imponente urbanismo, como comprueban miles de turistas todos los años.
Se puede acceder en coche al Alto del Cerro, pero la mejor manera de hacerlo es a pie, con un paseo a medio camino entre el senderismo y el turismo cultural. El primer ascenso requiere un pequeño esfuerzo, que será pronto recompensado con un vistazo a la izquierda del camino, donde podemos contemplar el magnífico teatro de la ciudad; construido en forma de media luna aprovechando una ladera natural, sus instalaciones se han remozado en los últimos años para facilitar el acceso del público y hacerlo más cómodo.
Ya no estamos ante una grada con capacidad para albergar a más de 9.000 personas, una de las más importantes de Hispania. Su mérito es más bien otro: el de seguir acogiendo conciertos y representaciones teatrales, de obras clásicas y contemporáneas, 2.000 años después de su construcción. La principal cita del año es el Festival de Verano de Clunia, organizado por la Diputación de Burgos y que devuelve al teatro su antiguo esplendor.
Las termas y la distinción social
Al finalizar el ascenso cobramos conciencia de las dimensiones de este cerro en forma de muela, una planicie casi perfecta que nos lleva a admirarnos de la capacidad de los romanos para escoger sus emplazamientos. Quizá también para transformarlos.
A la derecha de nuestra marcha se extiende una gran construcción que parece dibujada sobre el suelo. Es la base, apenas desenterrada, del conjunto termal de Los Arcos I, cuyas dimensiones -95 metros por 55, con una distribución simétrica que posibilitaba su utilización por ambos sexos en espacios semejantes- demuestran la relevancia que estas instalaciones poseían para las clases acomodadas. La actividad desarrollada en este espacio público era un signo de distinción social y también un símbolo de civilización frente a la barbarie; allí no solo se bañaban, sino que recibían masajes, leían y realizaban una importante vida social.
El ciclo del baño comenzaba en el vestuario (‘apodyterium’), desde donde se accedía a una sala de agua fría (‘frigidarium’) con su propia bañera recubierta de mármol. Posteriormente se pasaba al baño caliente, que se iniciaba en un primer espacio caldeado (‘tepidarium’) y finalizaba en la habitación de más temperatura, el ‘caldarium’, con sus bañeras de agua calentada en hornos. El ciclo se cerraba retornando hacia el vestuario, con un itinerario frío-calor-frío que responde a la misma cultura del SPA tan extendida hoy en día.
Unos pocos metros más adelante alcanzamos el centro de la ciudad, el foro, en torno al cual giraba -como en toda ciudad romana- la vida política, administrativa, religiosa y comercial. El foro era una gran plaza soportalada, rodeada de edificios públicos de grandes dimensiones. Con 160 metros de largo por 115 de ancho, en el conjunto podemos admirar los restos del templo, las tiendas (o ‘tabernae’) y la basílica para la administración de justicia, que ocupaba uno de los lados de la plaza.
Uno de los elementos que más dañó al antiguo foro fue la construcción de la ermita dedicada a la Virgen del Castro, levantada con motivo de las romerías celebradas por los vecinos de los alrededores desde tiempo inmemorial. Apuntan los historiadores que esa romería quizá milenaria es la mejor demostración de que los lugareños poseían cierta conciencia de la importancia del cerro incluso cuando la ciudad llevaba sepultada desde hacía varias generaciones.
La visita a Clunia puede llevar varias horas y en ella no cabe perderse las numerosas viviendas excavadas, el Aedes Augusti (templo destinado al culto imperial), el mercado (‘macellum’) o la rica colección de mosaicos, más elementales en los edificios públicos y más ricamente iluminados en las grandes mansiones.
El complemento a todo ello se encuentra en el aula de interpretación, con una impresionante colección de piezas y objetos desenterrados entre las ruinas, de forma singular en el teatro. También cuenta con paneles explicativos y audiovisuales, que permiten contextualizar la visita en un paisaje y un periodo histórico, que abarca desde la llegada de los romanos a la península hasta la caída del Imperio y la entrada de los pueblos bárbaros.
Un asedio de veinte años
No es casualidad que el Alto del Cerro acogiera una de las principales ciudades de la mitad norte de Hispania. Este cerro fortificado fue la capital de un ‘conventus’ jurídico que englobaba gran parte de las actuales Cantabria y Castilla y León. Suponía un punto intermedio en la vía que iba de Asturica Augusta (Astorga) hasta Caesaraugusta (Zaragoza), con Tarraco (Tarragona) como destino final, y sus murallas fueron escenario de importantes hitos en la historia de Roma.
Amparado por ellas, el político y militar Quinto Sertorio resistió durante veinte años a Pompeyo, quien destruyó lo que existía de la ciudad en el año 72 antes de nuestra era. Más tarde, Clunia se fundaría ‘ex novo’ en la época del emperador Tiberio. En algún momento entre los imperios de este y de Claudio I se convirtió en capital del ‘conventus’.
Clunia adquirió el rango de colonia romana y el epíteto de Sulpicia tras autoproclamarse emperador en ella el general Servio Sulpicio Galba, quien se había refugiado en ella durante la revuelta contra Nerón; allí tuvo noticia de la muerte de este y de que había sido elegido emperador.
El apogeo de la ciudad se extendió durante los siglos I y II, y durante su época de máximo esplendor llegó a tener unos 30.000 habitantes. Con la crisis del siglo III se produjo una despoblación paulatina del núcleo urbano, y a finales de esa centuria la ciudad fue atacada y parcialmente destruida por pueblos bárbaros. Su devenir corrió paralelo al del resto de la península: fue conquistada por el general bereber Ṭāriq ibn Ziyād en el año 713 y repoblada por los castellanos en 912, pero emplazando la localidad en la actual Coruña del Conde.
Las ruinas ya no llamaron la atención de los investigadores hasta el siglo XVI y las excavaciones sistemáticas solo llegarían en el XX. Gracias a los arqueólogos, hoy Clunia ha vuelto a incorporarse a la historia.
—