El templo de Burgos está considerado como uno de los mejores ejemplos del gótico del siglo XIII. Es la única catedral española declarada por méritos propios Patrimonio de la Humanidad. Cuenta con obras de la familia Colonia, Juan de Vallejo y Gil y Diego de Siloé
La asociación de ideas es automática. Catedral y Burgos son términos complementarios. Casi se podría decir que uno y otro carecen de significado pleno si no se conjugan. Las enhiestas agujas góticas levantadas por Juan de Colonia, que se proyectan como si quisieran atravesar el cielo después de 79 metros de impulso, componen la imagen paradigmática de qué es una catedral con todas las consecuencias. Y el respaldo de la fachada principal apuntala esta idea.
La Unesco le dio la catalogación como Patrimonio de la Humanidad en 1984 como uno de los mejores ejemplos del gótico del siglo XIII. Es la única catedral española que tiene esta calificación por sí misma, sin estar ligada al conjunto urbanístico y arquitectónico que la rodea. También es Monumento Nacional. Se comenzó a levantar, con piedra caliza procedente de la cercana localidad de Hontoria de la Cantera, en 1221. Sigue patrones franceses, aunque incorporó modificaciones de relevancia en los siglos XV y XVI, que afectaron a las agujas de la fachada principal, la capilla de los Condestables y el cimborrio del crucero.
Estos cambios introdujeron elementos del gótico avanzado, que a la postre le han dado al impresionante conjunto una silueta que le hace fácilmente reconocible. Otras obras acometidas durante el siglo XVIII en la fachada principal, la sacristía y en la capilla de Santa Tecla son las últimas que afectan de manera significativa al templo. Así, a pesar de que el estilo de la catedral es el gótico, en el interior también son reconocibles otros elementos decorativos renacentistas y barrocos.
Cimentada en un templo románico, el aspecto exterior está capitalizado por la esbeltez de sus agujas y el majestuoso cimborrio levantado por Juan de Vallejo, en el siglo XVI, en el lugar de una tercera torre que se derrumbó. Por otra parte, el interior no defrauda las mejores expectativas de los amantes del arte religioso. Una extensa y meritoria colección de retablos, sillerías, capillas, vidrieras y sepulcros como el del Cid y su esposa hacen que el tiempo de la visita transcurra en un suspiro.
En la catedral se pueden ver obras de los arquitectos y escultores de la familia Colonia (Juan, Simón y Francisco) y del arquitecto Juan de Vallejo. También los escultores Gil y Diego de Siloé, Felipe Bigarny, Rodrigo de la Haya, Martín de la Haya, Juan de Ancheta y Juan Pascual de Mena cuentan con piezas suyas en el templo, además del rejero Cristóbal de Andino, el vidriero Arnao de Flandes y los pintores Alonso de Sedano, Mateo Cerezo, Sebastiano del Piombo y Juan Ricci. A muchos museos les gustaría contar con un patrimonio artístico de tanta relevancia con este.
Suntuosidad funeraria
Mención especial merece la Escalera Dorada de Diego de Siloé, que salva el fuerte desnivel que hay entre la planta de la catedral y la puerta norte como consecuencia de la ubicación de esa pared, anclada en el cerro. Está inspirada en el proyecto de Bramante para el Cortile del Belvedere en Roma. Los antepechos en hierro repujado y dorado, con un minucioso trabajo de medallones, son obra del rejero francés Hilario.
Con un panorama así resulta difícil, sobre todo en una primera visita, concentrar la atención solo en algunos de los elementos más destacados. La capilla de los Condestables sí llama poderosamente la atención del visitante. De estilo gótico flamígero y con trazas de un incipiente renacimiento, este recinto funerario es el más lujoso de la catedral. La arquitectura es obra de Simón de Colonia, con un retablo mayor de Diego de Siloé y de Felipe Bigarny. La Purificación de la Virgen ocupa todo el primer cuerpo, con esculturas de tamaño natural.
Un clásico popular de la catedral es el Papamoscas, un autómata situado sobre un reloj y que abre la boca al mismo tiempo que mueve el brazo derecho para accionar el badajo de una campana a las horas en punto. Situado en lo alto de la nave mayor, tiene aspecto mefistofélico y sujeta una partitura con la mano derecha. Está datado en el siglo XVIII. Los grupos de visitantes que observan boquiabiertos, mirando hacia arriba en espera de las señales horarias, conforman una de las estampas características del templo burgalés.