Las cañadas reales sorianas ofrecen al caminante cientos de kilómetros de recorrido en estrecho contacto con el medio natural, una vez que la trashumancia casi ha desaparecido
Texto: A. Allende
La imagen del pastor que se recorta en el horizonte de los páramos castellanos, con las ovejas pastando en los rastrojos, es posiblemente una de las más características de la región, aunque cada vez resulta menos usual. Una estampa que ha mantenido la esencia a lo largo de los siglos. La misma que aún conservan las cañadas reales, viejas vías de comunicación por las que cada vez transitan menos rebaños, pero que todavía llenan de sosiego al caminante. Las cañadas han cambiado en gran medida de finalidad, la de servir de ruta segura para trasladar el ganado desde los pastos de verano en el norte a los de invernada más al sur. El ferrocarril fue la puntilla.
Hoy se han convertido en una red de caminos perfecta para quienes buscan un viaje sin aglomeraciones y en constante contacto con la naturaleza. La magia continúa intacta. Los senderos atraviesan bellos espacios naturales y tan pronto pasan por un chozo de pastores o una tenada como por delante de la portada románica de una iglesia. La monotonía no es una opción.
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En la mancomunidad de Tierras Altas de Soria rememoran con orgullo lo que la trashumancia ha supuesto para el desarrollo de la comarca. Aún quedan en la zona cuatro pastores que hacen el camino con sus ovejas, de manera que pasan la mitad del año en Extremadura. La fiesta, a finales o mediados del mes de junio, comienza con la salida de las ovejas por la cañada desde la capital soriana.
Dos días de camino al ritmo que marca el rebaño, hasta llegar un año a Oncala y otro a Los Campos, dan para disfrutar del recorrido. Incluso para dormir al raso pastoreando el ganado. Una vez en el lugar de destino -siempre en sábado- comienza la fiesta. Música, comida y bebida. Los pastores separan y cuentan el ganado, hay concursos de esquileo, demostraciones de cómo se cocinan las migas pastoriles… El momento más emotivo es la entrega de placas a los pastores que cumplen 80 años de edad, como reconocimiento a una vida duro trabajo. Al día siguiente el gentío ya no está, pero la cañada sigue viva.
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