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Fariña: un maridaje histórico con el lineal

La alianza de décadas entre Bodegas Fariña y Mercadona para democratizar el vino de calidad en España

María Álvarez

El vino es paciencia, arraigo y, a veces, una audaz visión de negocio. La historia de Bodegas Fariña es un testimonio de ello. Nacida hace 82 años en Casaseca de las Chanas, en la Tierra del Vino de Zamora, es una de las empresas familiares que forjaron la identidad de la Denominación de Origen Toro. Manu Fariña, director general adjunto y tercera generación, lo resume en una filosofía de trabajo: “cerrar el círculo”.

Un concepto que va de la cepa al consumidor, cultivando nuestras propias uvas, controlando la uva de nuestros viticultores, elaborando con excelencia y vendiendo con marca propia.

El punto de inflexión llegó en los años 60 y 70. Mientras gran parte del mundo rural de la Tierra del Vino se vaciaba, el padre de Manu Fariña, tras formarse en enología, decidió romper con el pasado de vinos a granel. Su propuesta fue revolucionaria: embotellar en origen y poner una etiqueta.

Aquella apuesta se centró en la vecina comarca de Toro, rica en viñedo y viticultores. Allí nació el Gran Colegiata Reserva, un vino que cambió la percepción de la zona. Adelantando la vendimia para reducir el grado alcohólico, priorizando la fruta y la calidad.

“Creemos que el vino tiene que ser algo accesible a todo el mundo, que permita disfrutar a todo el mundo y que quede valor añadido en el territorio”, explica Manu Fariña.

Esta visión de calidad accesible es el nexo que explica la alianza a largo plazo con la gran distribución.

Más de 30 años de confianza en el lineal

En el complejo tablero de la industria alimentaria, la relación entre un pequeño productor familiar y un gigante de la distribución como Mercadona puede parecer improbable. Sin embargo, para Fariña, la colaboración arrancó discretamente a principios de los años 90, cuando la cadena de supermercados apenas crecía en la Comunidad Valenciana.

Hoy, la gran distribución y la alimentación representan cerca del 25% de la facturación de Fariña, y Mercadona se ha consolidado como uno de sus principales clientes. El acuerdo es una demostración de cómo la marca del distribuidor puede impulsar la calidad del origen.

Actualmente, Fariña elabora dos referencias con DO Toro para la cadena, bajo su marca Dama de Toro:

Dama de Toro Roble: Un semicrianza de cuatro meses en barrica. Es un vino frutal, suave y de alta calidad, diseñado para que “todos los consumidores puedan disfrutar casi en cualquier momento”.

Gran Dama de Toro Reserva: Procede de viñedos más viejos, buscando mayor concentración y complejidad. Está pensado para “momentos un poquito más especiales”.

El volumen que fluye entre Zamora y las tiendas de Mercadona es significativo: entre 1,2 y 1,5 millones de botellas anuales. Lo más importante es la proyección: el Dama de Toro Roble pasará de estar en 160 a estar en 850 tiendas y el Gran Dama de Toro Reserva se ampliará a 300 puntos de venta.


El proyecto con Mercadona es “un proyecto conjunto de trabajo hacia la calidad, hacia vinos de calidad, hacia más valor añadido para todos…”, afirma Fariña.

La exigencia de la calidad estable

Trabajar con la gran distribución implica someterse a la más alta exigencia. No se trata solo de producir volumen, sino de garantizar una estabilidad inquebrantable en la calidad, año tras año. Es una lección que Fariña ha aprendido y que considera una virtud.

La principal demanda de Mercadona, y la más difícil para un productor agrario, es la regularidad.

“El consumidor va todos los días a por el mismo y nota cualquier variación. Hasta tal punto que cuando hay variaciones de una añada a otra, en alguna ocasión recibimos alguna llamada porque el cliente ha notado esa diferencia”, reconoce.

La bodega, además de contar con certificaciones internacionales como IFS y BRC, pasa auditorías internas de Mercadona al menos una vez al año. Estos controles corroboran que cada botella cumple con los altos estándares sanitarios y de calidad.


La ventaja para la bodega es doble. Por un lado, la exigencia impulsa la mejora continua de sus procesos. Por otro, el volumen estable de ingresos que proporciona la cadena permite a Fariña “hacer planes de expansión, de crecimiento, de salida a otros mercados, con más tranquilidad”.

Es una relación en la que el origen no sacrifica su identidad. “Es esencial que se entienda con quién se está trabajando. Nosotros no somos una multinacional de un fondo de inversión. Somos una PYME pequeña, arraigada en el mundo rural”, explica.

El valor añadido


La calidad comienza en la tierra. Los vinos de Fariña beben de la singularidad de la DO Toro: suelos pobres en la meseta, un clima continental extremo con inviernos fríos y veranos cálidos, y la joya de la corona, la uva Tinta de Toro. Esta variedad, que logró resistir el ataque de la filoxera en muchos de sus viñedos, se ha ido seleccionando a lo largo de generaciones.

Aunque la zona ha sido conocida durante siglos, Fariña y otras bodegas han tenido que adaptarse al gusto moderno: suavidad, fruta y amabilidad, sin perder el carácter de la tierra. “Nosotros no hemos cambiado nada de lo esencial, el suelo es el mismo, la viña es la misma, el clima es el mismo. Solo hemos cambiado un poquito lo que hace el ser humano: decidir hasta dónde hacemos ese contacto con las pieles, el uso de la barrica… Pero el resto estaba todo aquí, y ese es el cambio fundamental, pero sobre todo entender al consumidor qué es lo que quiere”, analiza.

Democratización de la calidad


La colaboración Fariña-Mercadona es, en última instancia, una historia sobre la democratización de la calidad. La distribución hace posible que el esfuerzo de una PYME en el mundo rural, arraigada en la Tinta de Toro y con décadas de saber hacer, se convierta en una referencia diaria para millones de personas.

Una demostración palpable de que la tradición puede ser también sinónimo de innovación, y que el vínculo directo entre el origen y el lineal es esencial para la salud de toda la industria.

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