Ricardo Ortega
Hay que llegar a Ciudad Rodrigo desde el oeste, como un invasor portugués, para captar el espíritu, los valores estéticos de esta localidad fortaleza. Deberíamos contemplarla así, desde poniente, para entender su disposición, su carácter defensivo, el concepto de baluarte.
Por algo alguien dijo que no hay guerra, antigua o moderna, que no haya dejado su huella en la piedra imponente de este conjunto urbano, considerado de forma popular como heredero de la romana Mirobriga.
En realidad hay disputa sobre la ubicación real de aquella ciudad de hace 2.000 años, pero lo que no tiene vuelta de hoja es que sus vecinos llevan prendido como una medalla el gentilicio de mirobrigenses.
Su casco histórico es una de esas cicatrices de forma estrellada que salpican el entorno de la Raya con Portugal, desde Tuy hasta Badajoz. Un recordatorio perenne de la belleza que pueden alcanzar las infraestructuras militares, sobre todo cuando han perdido su función y ya no hay motivo para defenderse de nadie.

Si acaso, la defensa debería ser frente al turismo masivo, pero no es el caso de Ciudad Rodrigo. El recinto amurallado es conocido en toda España por el Carnaval del Toro, cuando la localidad se llena hasta reventar, aunque la visita es recomendable a lo largo de todo el año. Al menos si se pretende realizar con el sosiego necesario.
Ser una ciudad de frontera obligó a levantar murallas defensivas en el siglo XII por orden de Fernando II de León: dos kilómetros de muralla de cal y canto, que en la actualidad forman la defensa interior. Del siglo XVIII son los elementos exteriores en forma de dientes de sierra, característicos de esta arquitectura militar de frontera.
Cruzada la muralla, nos deleitaremos con la arquitectura (civil y religiosa) levantada en la tradicional piedra arenisca. En gran medida es fruto de la edad dorada vivida por la ciudad en el siglo XVI, cuando la estabilidad política y la recuperación económica fueron la base de una intensa actividad constructiva.
Atrás quedaba la grieta abierta por el conflicto entre Carlos I y los Comuneros, cuando las familias de la ciudad quedaron divididas en dos bandos. La ciudad también debió superar duras pruebas, como en la Guerra de la Independencia, cuando sus muros debieron hacer frente a dos asedios, uno por cada bando. Las cicatrices de la metralla siguen siendo visibles en su patrimonio, como en la torre de la Catedral de Santa María.
El templo, románico en transición al gótico, es digno de ser visitado como miembro que es del denominado románico del Duero, junto con la Catedral Vieja de Salamanca, la catedral de Zamora y la colegiata de Toro. En 2006 acogió una edición de Las Edades del Hombre.

Tampoco podemos pasar por alto elementos patrimoniales como el castillo de Enrique II de Trastámara, construido en el siglo XIV y que hoy acoge el Parador Nacional de Turismo, el patio del palacio de Águila o el Palacio de la Marquesa de Cartago.
En 1944 Ciudad Rodrigo fue declarada conjunto histórico-artístico gracias a su muralla, catedral, palacios e iglesias. También cuenta con el ayuntamiento, la capilla de Cerralbo, el palacio de los Castro, el palacio de los Águila, el palacio de la marquesa de Cartago o la casa de los Vázquez. El casco histórico cuenta hoy con la categoría de BIC.
Otras joyas mirobrigenses son:
Casa de la Cadena: casa señorial del siglo XVI. Ha sufrido diversas reformas al ser usada desde la Guerra de Sucesión como cuartel.
Casa de los Vázquez: casa señorial del siglo XVI, de estilo gótico. Restaurada en 1923 con elementos del convento de San Francisco. Actualmente alberga las instalaciones de Correos y Telégrafos.

Antiguo convento de las Franciscanas Descalzas: edificio de 1739. Su construcción se atribuye a Manuel de Larra Churriguera. Actualmente residencia geriátrica Obispo Téllez.
Iglesia de San Pedro y San Isidoro: con orígenes en el siglo XII, época de la que conserva un ábside románico mudéjar. Reformada en los siglos XVI, XVIII y XX para albergar los panteones familiares de familias nobles mirobrigenses.
Plaza de Herrasti: se encuentra en el extremo noroeste del recinto amurallado, junto a la catedral. Se nombró así en honor al general Andrés Pérez de Herrasti, defensor de la plaza durante la Guerra de la Independencia. La plaza incluye la tumba del guerrillero de la Guerra de la Independencia Julián Sánchez ‘el Charro’.
Iglesia de San Andrés: de origen románico, es la más antigua de la ciudad, junto con la iglesia de San Pedro. En su interior destaca el retablo, obra de Miguel Martínez de la Quintana, y dos cuadros barrocos: Virgen con Niño y San Juanito jugando con Jesús.
La visita a Ciudad Rodrigo es mucho más, lógicamente, y no recorrer a conciencia sus murallas y sus calles sería equivalente a no haber estado en ella. Como no haber disfrutado de la gastronomía local, con productos vernáculos como el farinato acompañado por huevos fritos, las patatas meneás, la chanfaina o el hornazo.
En cualquiera de los casos, Ciudad Rodrigo se merece una visita lenta, pausada. La intensidad nos llegará por otro lado: por el valor incalculable de esos tesoros que nos asaltan a cada paso.