Rafael Varón. ArkeoClio
Decía el tango que 20 años no son nada. Quizá mil conlleven el olvido, pero solo a veces. Si uno deja las cosas apuntadas es posible que ese milenio sea más fácil de recordar, aunque en algunas ocasiones…

Hace mil años un recaudador de impuestos pasó por algunas aldeas de las fronteras que habito. En los casos que les voy a contar cobraba una reja de hierro por cada 10 vecinos -más o menos 50 personas-; de otras pequeñas localidades se llevaba un andosco -un ternero-.
Este tipo pasaba por casi 300 aldeas y las piezas de metal eran el pago mayoritario, así que la planilla en la que llevaba las cuentas se llamaba -se llama- ‘De Ferro in Alava’, conocido para aquellas personas que se acercan a la investigación de esa época y en este espacio como ‘La Reja de San Millán’. Este tributo era para el monasterio de La Cogolla -en La Rioja- y está fechado en 1025.
Como esto no era una leyenda medieval hace unos años un equipo de profesionales de la historia prepararon una nueva edición del ‘Libro Becerro de San Millán de la Cogolla’, que recoge este documento y otro buen número más. Esta documentación nos ayuda a comprender qué estaba pasando en torno a los lugares en los que este cenobio tenía intereses. La publicación ha trascendido al papel y se ha convertido en un enorme esfuerzo digital que recoge imágenes de aquellos textos, trascripciones, crítica, índices toponímicos y onomásticos, geográficos y etcétera no pequeño de informaciones. Un trabajo inmenso.
“La Reja” recoge, al menos, 4 poblaciones que hoy forman parte del término municipal de Miranda de Ebro y, por lo que sea, no parece que seamos muy conscientes de que este sería un buen momento para celebrar esos cumpleaños.

Revendeca/Revengay Olhaerrea/Herrera ya desaparecieron, pero Irzu/Ircio y Bardahuri/Bardauri persisten en el tiempo, casi como la aldea de Astérix. Luchan por mantenerse vivos como pedanías de una ciudad que parece darles de lado.
Sin embargo, aún los estragados por el tiempo siguen ahí. Revendeca puede haber aparecido en las fuentes históricas alrededor del año 750, cuando Alfonso I de Asturias decidió discutir con sus vecinos musulmanes a pie de pista y salió en tromba más allá de Pajares y descabezó algunos núcleos entre Galicia y La Rioja. Pero Revenga -y otros muchos sitios- permanecieron más allá de su supuesta destrucción, y ahí está en 1025, motejado como aldea en la orilla derecha del Ebro.
Este enclave desapareció: no superó alguna crisis, y seguro que parte de su población se estableció en Ircio o Miranda. Parte de sus gentes y de sus formas de vida aparecieron en una excavación arqueológica preventiva al hacer un nuevo puente sobre el Ebro en el vado histórico de Arce-Mirapérez.
Olhaerrea lleva doblado en su nombre su dedicación en aquel siglo XI. Ola- como taller o ferrería en euskera, -herrera como redundancia de actividad en romance castellano. Hay que creer que este punto se dedicaba a la explotación y primera transformación de las venas de hierro que pudo haber en esta parte de los Montes Obarenes, pegados al Ebro.
Y tuvo epígonos. En este bellísimo entorno natural hay un trío de joyas. Una escondida en forma de cuevas artificiales de más que probable origen altomedieval; una visible, aunque poco accesible que toma forma en el monasterio camaldulense de Santa María de Herrera, con una historia muy interesante, y con un uso religioso actual -clausura masculina- que para mí es un misterio. La última joya es una explotación salinera de interior que merece mejor destino que desaparecer entre la desidia y una naturaleza imparable.
En algún momento de esta historia Ircio no paró, creció, y supo construir una población hermosa sobre otra más antigua. Y en otro momento de crisis levantó la ermita de San Roque dedicada a asistir a los enfermos de la peste. A sus vistas del final del Alto Ebro, y puerta a muchos lugares, se ha sumado un vector de modernidad: un museo del ferrocarril que mejora netamente la visita a este rincón.

Y Bardauri, oigan. En el siglo XI quizá fue la posesión de una persona que dejó su nombre escrito en euskera, Bard-, y motejo al lugar de villa –uri. Y se vino a establecer en una de las salidas de la Cuenca de Miranda hacia La Rioja. Este recorrido se quedó marcado en el tiempo por la construcción de una iglesia dedicada a una santa con devoción de quienes peregrinaban a Santiago, Marina, que todavía conserva algunos restos románicos que nos llevan al siglo XII.
Todas estas notas ya habían sido escritas -Cantera, Peterson, Vélez- y uno no ha hecho más que juntarlas un poco deseando que hayan servido para distraerles durante la toma de un café, o aliviando la espera en el dentista.
Personalmente me encantaría que, además, alguien con posibilidades aceptase el reto de organizar alguna charla, o algún acto, en memoria de aquellas personas que habitaron y habitan estos lugares, nos cuenten cosas de su pasado que alumbren cómo es su presente y, en el culmen de nuestra felicidad, nos ayuden a preparar el futuro.