Edu Mongil
27, número divino para la música, es una edad que marca una barrera invisible entre la juventud y la vida adulta, un momento para el que no siempre se está preparado. En medio de la extraña supervivencia a ese día a día de los veintisiete se encuentran los miembros de Karavana, que hicieron una parada este sábado en la sala Porta Caeli de Valladolid para presentar su segundo trabajo, ‘Entre errores y amores’, un canto a (sobre)vivir, disfrutar y reflexionar sobre las consecuencias del desfase cuando se van quemando años.
El trío formado por Gonzalo, Emilio y Jaime se han convertido en una de las bandas de pop-rock más disfrutables de la escena indie, y sus conciertos son un éxito de energía y conexión con el público. Son la voz de esa generación que no sabe si reventarse aún más hasta los afters con los ‘Mismos Vicios’, o dejar de salir ‘Martes, Sábados’ y el día que se tercie para asumir que llega ‘El Final’ de esta etapa y empezar a “centrarse”.
Esas tres canciones que incluyeron en su repertorio pucelano reflejan parte de su filosofía en letras, sonidos y propuesta actual. Y es que, como dicen, “hacerse viejo” no les “suena bien” después de atravesar el famoso ‘Verano de los 27’, cifra simbólica que obliga a pensar en lo que hay más allá y adivinar -si es posible- qué es lo verdaderamente importante de la vida.
Las guitarras con riffs pegajosos, los estribillos coreables y las experiencias en las que los de su quinta pueden sentirse plenamente identificados son el menú que ofrece Karavana. Un menú que entra de maravilla en sus directos, pero que tiene la pega de que se hace escaso de tiempo y temas para el amplio repertorio que poseen.
Aun así, desde la primera canción, la homónima de su disco, la joven audiencia que llenaba Porta Caeli ya estaba entregada al trío, algo que hizo imposible no conectar al instante. Los pogos ya eran inevitables con Resaca Pop y se volvieron enormes en ‘Tití me preguntó’, el clásico de Bad Bunny del que han hecho una versión divertídisima e ideal para degustarla en vivo. Y es que a eso se va los conciertos de Karavana, a saltar, sudar, gritar, y pasarlo bien. Que no es poco.
Hubo tiempo para bajar el pistón con Cariño y sus referencias a esos días vacíos con “ganas de hacer nada”; para rescatar temas de otros discos, como ‘Madrid’ -parece que ya no les gusta tanto salir por la capital-, o para rendirse al hedonismo extremo -e ilegal- de ‘Quién quiere más’, un brutal trallazo de rock oscuro con traje electrónico que recuerda a Prodigy o a lo mejor del Columpio Asesino.
Pero si una banda ha marcado a Karavana son los ‘Strokes’, el grupo que da título a la canción que les dio a conocer, la que cierra todos sus conciertos, y con la que se desgañitan rajando de la “música de mierda” que ponen en los garitos de fiesta. Una preocupación que ya parece de otro tiempo para un trío al que ahora le inquieta más la manera de estirar la juventud de ese verano eterno que jamás debería terminar para nadie. Porque si algo dejó claro el directo de Karavana en Valladolid es que si el final de ese estío infinito nos pilla bailando con nuestra gente en uno de sus bolos, siempre podremos decir que ha sido un epílogo de lo más entretenido.