Camila y Cecilia son dos abejas obreras, para su desgracia. Ambas hubiesen querido ser reinas, pero no les dieron la opción al nacer.

Camila se dedica a recolectar néctar y polen para la colmena. Cecilia cuida a las larvas y limpia las celdas. Así lo llevan haciendo desde que tienen uso de razón.
Ambas conviven en la misma celda. Es un habitáculo hexagonal, sin grandes lujos, como los del resto de sus compañeras. Solo la reina tiene un espacio más amplio y singular. Cada semana tienen que pagar a Froilán por el alquiler de su cuarto. Froilán es un zángano. Nadie recuerda haberle visto trabajar, como ocurre con el resto de su linaje. Sin embargo, la reina les permite vivir de lo que recaudan, en base a una antigua ley que nadie recuerda haber votado.
Con la llegada del otoño el polen y el néctar escasean. Además, la reina empieza a poner menos huevos en esa época, lo que hace que no sean necesarias tantas cuidadoras para las larvas. La misma mañana, por estos motivos, le reducen la jornada de trabajo a Camila y despiden a Cecilia. La última reforma laboral de la colmena evita que haya ningún tipo de indemnización para ellas.
La cuota del alquiler les ha ido subiendo de forma casi exponencial. Con excusas variopintas, su casero ha incrementado cada vez más las cantidades de polen necesarias para poder seguir viviendo en su celda. Se han planteado mudarse, pero todos los zánganos han seguido la misma dinámica en cuanto a precios. Ambas ven día a día como la cantidad de polen que almacenan en un rincón del cuarto es más y más pequeña.

La tarde de nochebuena les llega una carta de Froilán a su celda. En ella se les explica que la deben abandonar esa misma semana. El propio cartero les deja caer que no son las primeras en recibir la misiva; se sospecha que el zángano quiere empezar a alquilar sus habitáculos a abejas suecas, ya que estas pueden pagar en unas semanas el mismo polen que las locales en un año.
El día de la ejecución del desahucio llega. A Camila le pilla en el trabajo, ya que no puede permitirse abandonar ni unas horas su puesto. A Cecilia la encuentran en el interior de la celda sin vida, tras haberse clavado su propio aguijón.
Cerca de 20.000 abejas obreras son desahuciadas ese mes. La mayoría muere por el frío y por ataques de otros insectos, pero unas cuantas consiguen sobrevivir refugiándose en el interior de un roble hueco.
La misma noche que llega al roble, Camila toma la palabra.
—Yo hablaré con los osos —dice—. Ya no son momentos de medias tintas.