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¿Por qué le debe preocupar al sector productor el despilfarro de alimentos?

Pocas cosas son más insostenibles que tirar alimentos y recursos escasos, caros y vitales

José María Santos

Según la FAO la suma de las pérdidas de alimentos (producidas entre el campo y la distribución) y el desperdicio (en fase minorista y consumidor final) asciende a 1.300 millones de toneladas anuales; es decir un tercio de la producción mundial anual. Sólo en la fase de desperdicio se tiran a la basura el equivalente a 1.000 millones de raciones de comida… ¡cada día! (1) 

De ese volumen de pérdidas y desperdicio de alimentos (en adelante PDAs), corresponden 90 MTm anuales a la UE y 8 a España (2).

Aunque la mayoría de los estudios suelen cargar la responsabilidad sobre el consumidor final, el despilfarro se produce a lo largo de toda la cadena alimentaria (gráfico nº 1 y 4).

Gráfico 1. Distribución del despilfarro de alimentos en la cadena alimentaria. Datos UE.

En la fase de producción, el análisis del Grupo Operativo EIP-AGRI (3) apunta a que supera el 10% de la producción agrícola europea. El publicado por WWF (4) lo sitúa en un 40%, lo que añadiría 1.200 MTm a los 1.300 MTn iniciales. Entre ambas estimaciones se sitúa el 23% (gráfico nº 2) y el 32% (gráfico nº 1)

Gráfico nº 2.-Distribución de las pérdidas de alimentos en la cadena alimentaria por continentes.   Fuente: Instituto de Recursos Mundiales. Datos FAO

Qué supone para el productor

El despilfarro de alimentos implica desperdiciar los recursos utilizados para su producción: 1.400 M Hectáreas de tierras productivas, 250 km3 de agua dulce (el consumo de agua de todos los hogares del mundo) y millones de barriles de petróleo. Además de generar 3.300 M Tm de CO2 (el tercer emisor tras EEUU y China).

La valoración económica de las PDAs a nivel mundial asciende a 680.000 M$ en países industrializados y 310.000 M$ en países en desarrollo (datos FAO). Si consideramos los efectos indirectos, deberíamos añadir 700.000 M$ en costos ambientales y 900.000 M$ en costos sociales. En total, la factura alcanza la mareante cifra de 2,6 billones de dólares anuales. Sólo en la UE los costes asociados a las PDAs se estiman en 132.000 M€ al año.

Actualmente el sector agroalimentario se encuentra en una encrucijada. Se le exige que produzca más cantidad para atender una demanda creciente, empleando menos insumos (suelo, agua, fertilizantes, fitosanitarios, energía, etc…), con menores impactos y a precios más bajos.

Ante estas exigencias, el productor se ve obligado a intensificar su producción, incrementando las dosis de insumos o adquiriendo costosas tecnologías que no siempre están al alcance del agricultor. Esta intensificación presiona a estos recursos escasos y cada vez más caros, incrementa los problemas medioambientales (erosión del suelo, contaminación de aguas o emisión de GEIs) y pone en riesgo la producción en el futuro, incluso a corto plazo.

Es más, si dejáramos de producir lo que se tira, el sector lograría con facilidad los aparentemente “inalcanzables” objetivos de sostenibilidad que plantea la estrategia “Del Campo a la Mesa”.

El sistema alimentario basa su eficacia (que no su eficiencia) en un volumen de producción abundante, al menor coste posible y en un precio barato para el consumidor. Todo ello presiona al productor, que se ve obligado a reducir su renta si quiere ser competitivo. En demasiadas ocasiones, aboca al abandono de la producción, con las nefastas consecuencias que acarrea.

El despilfarro de alimentos también implica el desprecio del trabajo del productor (algo que debería doler a cualquier profesional) y la desvalorización del propio alimento.

En definitiva, toda esta dinámica no beneficia al productor. Quizá haya otros que ganen con la sobreoferta que presiona los precios, con la venta de más insumos o la especulación de los alimentos rebajados a “commodities” en las bolsas de futuros.

Causas

Sería muy largo relacionar las causas que provocan este problema a lo largo de toda la cadena, pero sí podemos mencionar algunas de las más importantes: inadecuado almacenamiento; transporte o procesados excesivos; roturas de la cadena de frío, confusión entre fechas de caducidad y consumo preferente, especulación y/o cambios en los mercados; compras superiores a las necesarias, falta de reaprovechamiento en cocina, rechazo de productos por estética o sobrantes en la restauración, entre otras.

En la fase de producción, obviando las mermas inevitables producidas por plagas o clima, se producen perdidas por cuestiones de mercado (caída de precios), sobreproducciones para cumplir con contratos, innecesarios condicionantes estéticos, o en el caso más extremo, recurrir a la destrucción de producciones por falta de mercados o para mantener los precios.

Gráfico nº 4.-Pérdidas de alimentos por tipo de alimento. Datos FAO

Prevención y concienciación

Tras este problema subyace una falta de conciencia de su gravedad y la necesidad, urgente, de tomar medidas para prevenirlo, en la que tiene mucho que hacer y exigir el sector productor.

Para prevenirlo es necesario actuar en los primeros eslabones de la cadena, si es posible en la fase de producción, donde aún no se han añadido los costes de transporte o manipulación. Y en todos los casos, hacerlo siguiendo la jerarquía de aprovechamiento (gráfico nº 3).

Gráfico nº 3.- Jerarquía de aprovechamiento de alimentos

El despilfarro a lo largo de la cadena termina perjudicando al propio productor, que debe hacer valer su trabajo y sus productos. Una de las causas es el precio final de los alimentos, que sólo supone un 17% de la renta familiar de un consumidor medio (datos INE 2022), lo que conlleva una depreciación de su inestimable valor real. Es decir, induce a confundir valor y precio.

Ley sobre Prevención

Tras el verano, el Parlamento debería reactivar el debate sobre la Ley de Prevención de Pérdidas y Desperdicio de alimentos (PDAs), que estuvo a punto de ser aprobada en la anterior legislatura. A la vista de este breve análisis, esta norma debe ser ambiciosa para estar a la altura del reto del despilfarro de alimentos.

Para ello debe centrarse en la prevención de las PDAs (y no en la gestión de los excedentes/residuos), medir cuantitativa y cualitativamente qué sucede en cada eslabón de la cadena (desde el sector productor al consumidor final), analizar las causas que generan esas pérdidas y desperdicio y plantear medidas que eviten el derroche de alimentos y recursos.

El sector primario, agricultores y cooperativas, deberían ver en esta normativa una buena oportunidad para defender su trabajo y la valoración correcta de los alimentos que produce, y así contribuir a la eficiencia del uso de los recursos y a la sostenibilidad de sus explotaciones (que la propia Administración, la sociedad y el mercado le están exigiendo).

En resumen

Al sector productor sí le debe preocupar el despilfarro de alimentos en toda la cadena, incluyendo la fase de producción, a fin de poder seguir produciendo alimentos y hacerlo de forma más sostenible ecológica, económica y socialmente.

Como se expone en www.DespilfarroAlimentario.org, nos hemos acostumbrado a disfrutar de alimentos sanos, nutritivos, seguros, variados, accesibles y demasiado baratos. Por eso se debe concienciar a la sociedad de que los alimentos son un milagro al que demasiados no tienen acceso, tanto en los países enriquecidos como en la mayor parte de un mundo malnutrido (2.000 M de personas no disponen de una alimentación adecuada, de los que 900 M sufren hambre). Desde esta perspectiva, el derroche de alimentos, en cualquiera de sus formas o fases, es una auténtica aberración. Y, además, insostenible.

Autor:

José Mª Santos Rodríguez. Ingeniero Técnico Agrícola, Responsable del Área de Agricultura e Innovación de URCACYL y promotor de DespilfarroAlimentario.org

Referencias

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