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Cuando ser cofrade es una forma de vida

José Miguel Román lleva saliendo en procesión durante más de 60 años y ha pertenecido a la directiva de la Junta de Cofradías durante 25 años -presidiéndola en 16 de ellos-; una trayectoria llena de vivencias y sentimientos que afloran ante el inicio de la Semana Santa vallisoletana

Edu Mongil

La Semana Santa son tallas, devoción, sentimiento, religión, capirotes, música y tradición. Pero detrás de eso está el pegamento que une todo, que son los cofrades. En cada persona que decide salir en procesión hay una historia diferente, genuina e intransmisible compuesta por sensaciones, años y vivencias. Y cuando llevas décadas viviendo la pasión, esas experiencias son casi infinitas. Ante la llegada de estos días tan especiales, Más Castilla y León se ha sentado a charlar con José Miguel Román una figura más que autorizada para hablar de todo lo que supone la Semana Santa de Valladolid para un devoto.

Desde niño, Román ha estado vinculado a la cofradía del Santo Sepulcro, que tiene su sede en la iglesia de San Benito, ha presidido la Junta de Cofradías vallisoletana a lo largo de 16 años, y a ha sido secretario de la entidad durante otros 9. Ya retirado de sus atribuciones, aún mantiene viva la llama ante la edición que está a punto de comenzar.

José Miguel nació en 1951, en la vallisoletana calle de Santo Domingo de Guzmán, “una calle muy semanasantera, y yo creo que eso pudo influir bastante”, en el seno de una familia con tradición cofrade. “Desde muy pequeño siempre he sentido la curiosidad porque mi círculo ya me hacía sentir la devoción por las imágenes, y al final, como en todo, te acabas agrupando con gente que siente lo mismo que tú”.

José Miguel Román posa junto al Monumento al Cofrade

Según Román el papel de los allegados es fundamental para desarrollar la pasión, porque “si no tienes un círculo cercano que te lleve a tener vivencias personales o familiares al final se puede acabar dejando”.

Una de las principales preocupaciones que tienen las cofradías es la de atraer a la gente joven. La labor de los círculos juveniles está ayudando, y hay un número de altas mayor que hace unos años, pero sigue costando bastante. “La sociedad cada vez es más laica, y la religión ha dejado de ser una asignatura más para que se viva en familia. Cuando la sede canónica es una parroquia, esas cofradías pueden tenerlo más sencillo si son avispados”, opina Román, que considera que el factor económico también juega su papel: “Salir en procesión cuesta un dinero. Si tienes la suerte de pertenecer a una saga familiar es más fácil, porque los hábitos son caros, aunque haya cofradías que tienen bancos para prestarlos”.

¿Se puede vivir la Semana santa durante todo el año?

Cada cofrade tiene una experiencia respecto a la Semana Santa muy diferente. Están los llamados “cofrades de acera” que se acercan a la pasión solo los días señalados, y aquellos que están implicados de una manera permanente. En el caso de las personas que adquieren responsabilidades como Román, la Semana Santa dura casi todo el año. “En mi caso, cuando estaba en la Junta de Cofradías siempre tenías que estar pendiente de ver lo que se va a hacer y cómo. Promoción, difusión, organización de actividades culturales, conciertos… Solo nos relajamos los tres meses de verano”, admite Román

Además de distinciones a nivel temporal, también hay diferencias en la vinculación de los cofrades en otros aspectos, incluida la fe. En la trayectoria de Román ha llegado a conocer cofrades no practicantes o incluso no creyentes, para lo cual tiene una explicación clara. “La Semana Santa es una mezcla de cultura, arte y religiosidad popular. Hay personas que igual no siguen la fe como indican los mandamientos, pero precisamente por eso, cuando llegan estos días los pueden llegar a sentir más profundamente que gente que va a la iglesia más habitualmente”.

Cuando se habla sobre qué es lo que ha cambiado a lo largo de los años en la Semana Santa de Valladolid, a Román se le viene una palabra a la mente: respeto. “En los años 60 o 70 se tapaban las imágenes en las iglesias, no había cine, los bares cerraban las puertas… se ha ido evolucionando y eso no es malo, pero sí que se ha perdido un respeto. Ahora la gente no tiene problema en cruzar por el medio de una procesión, o molestar a los cofrades al hacer una foto. Eso ha cambiado mucho”, lamenta.

Procesión del Domingo de Resurrección 1976. Fotografía propiedad de Luis C. Rodríguez.

Respecto a otros aspectos no tan negativos, el ex presidente de la Junta de Cofradías , señala que las bandas de música de las cofradías han crecido muchísimo en cuanto a nivel y que los recorridos procesionales han cambiado. “Ya casi no quedan procesiones por los barrios. Ahora se busca más la zona de San Nicolás, la Catedral, la antigua judería. En mi calle, Santo Domingo de Guzmán o en la cercana Expósitos no había procesiones, pero lo que sí había era un bullir de gente que se acercaba a la zona porque eran los únicos días que se abrían algunos conventos de clausura y se podían ver las imágenes que estaban allí. Ahora todo es más accesible”.

Vivencias que perduran para siempre

Durante tantos años de trayectoria es imposible que no surjan anécdotas de todo tipo. Desde pequeñas manías a recuerdos que permanecen imborrables en la memoria. Al contrario que otros cofrades, José Miguel Román no es una persona especialmente supersticiosa. Su único ritual antes de procesionar es permitirse un tiempo de oración previo. “Pero realmente siempre pedía para que todo saliese bien en general, no tanto por mí”. Román sí que ha conocido a cofrades que, por ejemplo, colocan el hábito de una determinada forma antes de ponérselo, u otros que dan un número exacto de besos a los crucifijos que llevan colgados al cuello.

Aunque si tiene que señalar una vivencia que le ha marcado por encima de otras es la que experimentó junto a Santi Capote, presidente de la Cofradía del Discípulo Amado un Lunes Santo. En ese año, la esposa de Capote había fallecido, y él quería que la procesión del Jesús de Medinaceli fuese un homenaje para ella. Justo antes de salir comenzó a llover con fuerza, por lo que Román, entonces presidente de la Junta de Cofradías, planteó la suspensión, a lo que Capote le contestó que no iba a ser necesario, porque esas gotas de lluvia tan solo eran las “lágrimas de tristeza” de su mujer por no poder estar presente. Y, contra todo pronóstico, la lluvia paró, por lo que la procesión se celebró, y un emocionado Capote pudo rendir el merecido homenaje a su mujer.

Román también recuerda con emotividad un año que la Legión decidió salir a procesionar bajo la lluvia, lógicamente sin pasos, para rendir homenaje al pueblo de la ciudad de Valladolid, o la vez que Concha Velasco sacó fuerzas de flaqueza para dar un inolvidable pregón de Semana Santa con la voz rota por culpa de una fuerte gripe.

¿Y por qué es tan especial la pasión en Valladolid? Román tiene claros los motivos. El primero es la imaginería. “El nivel de las tallas no se puede ver en ningún lugar del mundo”. También el marco donde tienen lugar las procesiones le resulta incomparable. “Ver una procesión de noche por una calle estrecha como Expósitos es una experiencia increíble, la zona de San Pablo, cuando las tallas desfilan por la Plaza Mayor en la Procesión General…”, comenta con fervor Román, que aun así señala un momento concreto que le causa especial impacto: “Cuando ves a la borriquilla con todos los niños desde el balcón de la iglesia de la Vera Cruz en Platerías es imposible no emocionarse”.


Fotografía principal propiedad de la Cofradía del Santo Sepulcro

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