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Mil historias en torno a una iglesia encastillada

Hinojosa del Campo nos recibe pródiga en atenciones, con una naturaleza exuberante y una clase magistral sobre guerras, patrimonio y despoblación. Un viaje que valdría la pena repetir cien veces para respirar el aire purificado por el Moncayo

Ricardo Ortega

Qué buena época es el verano para tomar nuestro vehículo, de dos o cuatro ruedas, a motor o a pedales, y acercarnos a territorios recónditos, poco poblados pero vivos, como la comarca soriana del Campo de Gómara.

En este territorio que supera los mil metros sobre el nivel del mar estaremos más a salvo de los calores que en la ciudad o la playa. El Moncayo siempre está presente, tanto por su imponente silueta como por el viento del norte, el Cierzo, que llega helado cuando este monte totémico se cubre con su manto de nieve.

Nos reciben pequeños bosques de encina, quejigo y roble, y algunos fresnos. Los suelos son pardos, a veces rojizos, y la toponimia nos regala sonidos como Aliud, Almazul, Almenar, Bliecos, Buberos o Cabrejas del Campo. Tomemos nota también de los nombres de Candilichera, Carabantes, Deza, Quiñonería o Tajahuerce.

Nos encontramos en la denominada Ruta de los Torreones, que recorre gran parte de la provincia para recordarnos que este territorio fue disputado por cuatro realidades políticas: los reinos de Castilla, Navarra, Aragón y los diferentes reinos musulmanes. “Estamos hablando de un territorio que era tierra de nadie, de ahí que fuera habitual la construcción de iglesias-fortaleza”, nos cuenta Juan Carlos Cervero, al que podríamos considerar cronista oficial de Hinojosa del Campo, una localidad que encierra buena parte de las cualidades de este territorio.

El papel de la trashumancia

Juan Carlos es una enciclopedia andante y está entre los mayores expertos de genealogía soriana, con una huella que se puede seguir en internet. Un estudioso cuyas horas de trabajo robadas al sueño le han permitido, entre otras cosas, colaborar con el madrileño Hospital Ramón y Cajal para indagar en el carácter hereditario de la enfermedad de Parkinson.

Sus investigaciones permiten escribir una historia diferente de la provincia. Descubrir el origen de apellidos tan abundantes como Delso, que procede de un señor que llegó desde la localidad navarra de Elzo, y analizar las claves de la diáspora soriana.

El hilo del que va tirando le lleva hasta el sur de España. Muchos sorianos que dirigían el ganado en la trashumancia sabían leer y escribir, por lo que, una vez en tierra meridionales, eran contratados como maestros de la aceituna. Pero la Mesta desaparece en el siglo XIX y muchos de ellos permanecen en regiones como Andalucía, como demuestran los censos de la época (y los apellidos actuales).

La diáspora ha seguido y, sin ir más lejos, Hinojosa del Campo cuenta con 26 vecinos empadronados, con una edad media bastante elevada. Eso sí, “pueblos como el mío nunca han estado tan vacíos, pero tan bien cuidados”, destaca Juan Carlos.

Castros pelendones

Una de las herramientas contra la despoblación no hay que inventarla, sino que ya existe. Es la agricultura, que se hace más rentable cuando se dispone de agua para el regadío. La Junta ha apostado por la transformación en regadío de la zona de la Comunidad de Regantes de La Asomadilla, 500 hectáreas regadas a partir de cinco pozos.

Curiosamente, el estudio de impacto ambiental para este proyecto permitió detectar yacimientos prerromanos, probablemente castros pelendones, y hallar otros restos, como puntas de flecha, indicativos de las guerras que aquí se libraron en diferentes momentos de la historia. Como la recordada batalla de Araviana, que en 1359 enfrentó al rey castellano Pedro I el Cruel y al aragonés Pedro el Ceremonioso, con derrota para el primero.

Ese carácter militar destaca en el patrimonio histórico de Hinojosa del Campo, “una de las tres Hinojosas que hay en la provincia”, con un antiguo torreón árabe, hoy convertido en torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Fue modificada por los cristianos en el siglo XII, una vez que la frontera musulmana retrocedió, en parte de su interior y en una de las esquinas. También se le añadieron las campanas.

Un ábside recrecido

La otra torre, que destaca sobre el conjunto del pueblo por su considerable altura, es de origen cristiano y fue realizada por el recrecimiento de los muros del ábside románico. De hecho, conserva la característica forma semicircular a lo largo de toda su altura, siendo plana por el lado de la nave de la iglesia.

Por lo tanto, se trata de una iglesia encastillada con dos torres, si bien Juan Carlos nos cuenta que el pueblo creció y fue necesario ampliar el conjunto. Por eso la torre cristiana no coincide con lo que debería ser el ábside de la fábrica actual, declarada BIC en 2016.

Nuestro guía nos acompaña por el casco urbano y nos muestra la antigua posada, de la que hay noticia escrita a principios del siglo XVII y que servía de fonda en la ruta que unía Madrid y Francia, probablemente a través de Navarra.

El edificio ardió en varias ocasiones y ya hay documentos del siglo XVIII que nos lo describen. Ya en 1860, se nos dice que se trata de una “casa-posada sita al pie del antiguo camino de Madrid a Pamplona, que lleva en renta Martín de Marco, tiene de superficie 256 metros y 56 centímetros, linda al noreste y sur con la calzada del pueblo y al oeste con el camino real. Consta de planta baja principal y desván; en esta planta se encuentran todos los departamentos necesarios de la posada”. La construcción, tanto de la casa, como de la caballeriza y cochera, “es a cal y canto con aristones jambos y dinteles de sillería y su estado de conservación es bueno”.

Una mirada a poniente

También debemos acercarnos al Puente de la Reina, que ya recibía ese nombre hacia 1630, año en el que se firmó un protocolo para su reforma. Con ese dato, se puede especular sobre su origen medieval o quizá romano, puesto que una calzada romana atravesaba la comarca y cruzaba el río Rituerto, como nos recuerda Juan Carlos.

“Se trata de un puente pequeño, pero con un suelo de piedra que arranca muchos metros antes de llegar al río; probablemente porque era una zona inundable, como lo es hoy en día”, recalca.

Terminamos nuestra ruta en el mirador que dirige nuestros ojos hacia poniente, levantado en el lugar donde un día estuvo la ermita de San Cristóbal. Retumban en nuestros oídos los sonidos de mil batallas, de la Mesta, de la naturaleza acogedora, y nos conjuramos para seguir visitando comarcas como esta del Campo de Gómara.

Reportaje gráfico: Juan Carlos Cervero

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