Todo recuerda a la presencia latina en esta localidad del oeste burgalés, desde la trama urbana hasta la escultura dedicada a César Augusto. El visitante debe permanecer atento, porque Sasamón sabe más de lo que cuenta. Bajo sus calles descansa la Segisama celta y romana
Ricardo Ortega
Treinta kilómetros al oeste de Burgos, en medio del inacabable páramo burgalés, junto al río Odra y a un tiro de piedra del Camino de Santiago, la localidad de Sasamón yace tendida en la llanura, pero no está muerta: como mucho, sestea mientras se resiste a crecer a la sombra de la capital porque se niega a convertirse en ciudad dormitorio.
También porque construir edificios de más de dos alturas sería faltar al respeto a Santa María la Real, el templo gótico, de fábrica imponente, al que los vecinos se refieren desde hace siglos como la Catedral. No anda desencaminada la tradición popular, ya que se trata de una iglesia de porte catedralicio que, además, se empezó a construir en el siglo XII por la presencia en la localidad de una sede episcopal.
Las guías y folletos turísticos callan sobre un detalle nada baladí: Santa María la Real es un templo mutilado. Cuenta con cinco naves en la cabecera del templo, pero sólo tres desde el crucero hacia los pies. Las dos partes de la iglesia están separadas por un grueso muro desde que, en la Guerra de la Independencia, las tropas francesas se dedicaron a expoliar obras de arte y a quemar archivos y templos; parte de la iglesia y del claustro ardieron y se derrumbaron.
Pero la historia de Sasamón se remonta mucho más allá. Como mínimo hasta el periodo celtíbero, cuando la localidad fue bautizada como Segisama, ‘el más fuerte’, por los turmódigos. En el emplazamiento se asentó una legión romana (Legio IV Macedonica) al mando de Octavio Augusto, que trataba de someter a los cántabros. Desde la localidad se divisa la Peña Amaya, el límite sur de este grupo de pueblos.
Los principales restos romanos son una parte de la calzada que unía Zaragoza (Caesar Augusta) con Astorga (Asturica Augusta), dos puentes y el mosaico de la Cabeza de Neptuno. También estelas funerarias, monedas y objetos privados que se pueden contemplar en el museo que ocupa una parte de la iglesia. Aunque, como sucede en otros pueblos, buena parte de este patrimonio está bajo tierra: bajo el actual casco urbano hay restos de edificaciones, así como muros aprovechados en construcciones posteriores. Dicen los vecinos que en trasteros y bodegas todavía son visibles muchos de esos elementos.
En todo caso, la presencia romana se ve claramente en el trazado urbano. Sus calles principales coinciden plenamente con el ‘cardus’ (vía que fija el eje norte-sur) y el ‘decumanus’ (este-oeste) de los hijos de Rómulo y Remo.
En el centro del pueblo, en la plaza de Segisama -presidida por el César Augusto de Salaguti, el artista local-, corren la antigua cloaca magna y parte del acueducto de ladrillo. Es una lástima que no se pueda disfrutar del teatro dejado por los romanos, cuyos restos -apenas parte de la ‘scaena’ y una conducción de aguas- reposan en un montículo al sur de la población.
Lo mismo se puede decir de otros restos, esta vez medievales: los de la iglesia de San Miguel de Mazarreros, en el extremo opuesto de la localidad. De este templo tardorrománico solo se conserva el pórtico. Tan sorprendente como ver este elemento arquitectónico en medio del campo es comprobar el eco de la voz propia sobre la arquivolta.
Está alejado un kilómetro del núcleo urbano y se trata del único resto que pervive de la antigua iglesia de Mazarreros, el pueblo convertido en despoblado en el siglo XV. Cerca de este monumento se encuentra el río Brullés, cuyo cauce ayudan a salvar tres puentes medievales de origen romano: el Puente de Trisla, el de Puente Nueva y el de San Miguel. Un recorrido por ellos constituye otra poderosa razón para detenerse en este pueblo que a primera vista muestra mucho menos de lo que tiene.
No conviene dejar para el final de la visita un vistazo al crucero tardogótico conocido como Cruz del Humilladero o Cruz de la Calzada, por encontrarse junto a la vía romana. Protegido por los muros de la ermita de San Isidro, este símbolo religioso hace que el turista se quede pasmado por sus proporciones -más de seis metros de altura- y por la calidad de sus imágenes, antaño policromadas y que hacen referencia a la salvación del hombre, desde el pecado original hasta la coronación de la virgen María. Una joya que hace justicia a los tesoros que alberga la localidad.
Un vecino se encarga de abrir el templo en temporada alta, mientras que el resto del tiempo una cancela impide el paso. En cualquier caso, la reja no impide contemplar esta espléndida cruz renacentista.
La historia de Sasamón está marcada por el declive que experimentó la vía que utilizaban los peregrinos medievales en su camino hacia Santiago: la que aprovechaba la calzada romana XXXIV, Astorga-Burdeos, que aún en el siglo XI unía Deobrígula (Tardajos), el propio Sasamón, Dessobriga (localidad situada entre Osorno y Melgar de Fernamental) y Lacobriga (Carrión de los Condes).
Fue Alfonso VI quien decidió potenciar la ruta que circula más al sur, que hoy se denomina el Camino Francés. En la actualidad son varias, por cierto, las iniciativas desarrolladas para recuperar la Vía Aquitania, como se denominaba a la antigua calzada, como ruta de peregrinación.