Bien comunicada por carretera, empapada de historia, con seis museos y cabeza de una comarca donde el arte medieval adquiere niveles extraordinarios. Sin duda, Villadiego es una parada obligada en tu camino
Hay lugares que van dejando pistas. Migas de pan que te indican el camino de su historia, el porqué de su existencia. Villadiego es uno de ellos. Capital de la comarca burgalesa de Odra-Pisuerga y rodeada de pueblecitos, cada uno de ellos con su tesoro inesperado, a medida que te acercas al corazón de su casco urbano ves palacios, heráldica, arquitectura popular castellana, y hasta algo de modernismo. Más de mil años de historia condesados en armonía en un mosaico patrimonial que comparten aproximadamente 1.500 habitantes.
1ª pista para visitar Villadiego: piérdete en sus detalles
El pasado de Villadiego no se esconde, pero tampoco te saluda extrovertido. Para entenderlo debes saber dónde mirar. Fíjate en cada una de sus construcciones, modernas y antiguas, pues en alguna contemplarás elaborados escudos de piedra que señalan la heráldica de las familias protoburguesas que residieron aquí en su época de mayor esplendor.
La villa nació en la Alta Edad Media, concretamente en el siglo IX, en aquellos lejanos tiempos del Reino Astur en que la corona residía en Oviedo y Alfonso III impulsaba la repoblación de los territorios situados al norte del Duero. Su fundador sería el conde Diego Porcelos, quién dejaría como legado imborrable su propio nombre para denominar a la “Villa de Diego”.
Así, mientras el condado de Castilla se desarrollaba hasta convertirse en un gran reino, Villadiego también crecía, y pronto se transformó en un importante nudo comercial entre los llanos cerealísticos de Tierra de Campos y la montaña de Palencia, Burgos y Cantabria. Familias adineradas construyeron sus palacios, con sus escudos, y una nutrida población judía llenó sus calles.
La villa fue tomando forma y emergieron sus monumentos más emblemáticos. De románico poco queda en su casco histórico, más que una portada en el lado sur de la iglesia de San Lorenzo. El resto de su patrimonio religioso gira en torno al gótico y renacimiento, como es la iglesia de Santa María, rematada en su interior por bellas bóvedas estrelladas, o el convento de San Miguel de los Ángeles, con una hermosa iglesia gótica del siglo XV.
Pero más que la huella religiosa, lo que hace verdaderamente inolvidable a Villadiego es su Plaza Mayor porticada, con sus famosos soportales doblados. Muy inusuales en la arquitectura castellana, permitían refugio y fresco a los mercaderes desde su construcción y hasta los albores del siglo XXI. Ahora son territorio de las terrazas de los bares, y un punto perfecto para hacer una pausa y digerir todo lo visto.
Segunda pista: #lavilladelos6museos
Es muy poco habitual que un pueblo con 1.500 vecinos tenga nada más y nada menos que seis museos. Seis espacios de muy dispares temáticas, pero con una característica cada vez más necesaria para la divulgación del patrimonio: la interactividad en todos ellos. “El visitante no solo conocerá todo lo que Villadiego tiene que ofrecer, sino que interactuará con todo ello y sin duda vivirá una experiencia inolvidable.”, comenta Celia Varona, técnico de turismo del pueblo.
Y aunque existe un horario de apertura de los museos, “es conveniente que las visitas que se realicen con cita previa”, avisa Celia. “Así nos aseguramos el abarcar todos los espacios y que, si viene alguien con algún tipo de necesidad, inquietud o característica concreta, también nosotras podamos adaptarnos al visitante y ofrecerles lo mejor de Villadiego”, añade.
Dentro de esta selección de 6 museos hay platos para todos los gustos. Para los amantes de la naturaleza está el Centro de Recepción de Visitantes del Geoparque Las Loras, una primera toma de contacto fauna y flora, geología, patrimonio, cultura y desarrollo de todo este enclave natural. Otra visita obligatoria es el entramado de los Museos del Arco, ubicado en dos de las edificaciones más emblemáticas de la villa como son las antiguas cárceles y una casa tradicional de esta zona. Este está formado a su vez por otros dos museos, uno etnográfico y otro de pinturas, con cuadros y obras de gran valor.
Algo más alejados del centro de la villa tenemos que alejarnos un poco más para descubrir el Centro de Interpretación del Cómic Fabulantis. Este centro pertenece al proyecto turístico las Cuatro Villas de Amaya y es un caramelito para jóvenes y adultos amantes del tebeo tradicional, como el Capitán Trueno. Además, y como colofón, el Museo de arte sacro de Villadiego que se encuentra en la iglesia de San Lorenzo es un lugar idóneo para aquellos amantes de las antigüedades religiosas.
Tercera pista: No olvides los pueblecitos a su alrededor
Villadiego es el corazón de una comarca, la de Odra-Pisuerga, salpicado de pueblos, la mayoría por debajo del millar de habitantes, con iglesias que son verdaderas joyas del arte gótico y románico. Y es que en un perímetro de 30 kilómetros alrededor del pueblo podemos encontramos con tan abrumadora exposición de arte medieval, que bien merece hacer noche, o noches.
Obras románicas encontramos en Arenillas y Boada de Villadiego, Villanoño, Villaute o Villahizán de Treviño, entre otras muchas. Luego, la pujanza de esta comarca en los siglos posteriores al románico causó que muchas de sus iglesias fueran reconstruidas en un gótico puro que en el resto de España tuvo muy poco desarrollo en áreas rurales. Los templos de Villegas, Grijalba o la maravillosa iglesia de Santa María la Real de Sasamón son, sin lugar a duda, ejemplares góticos extraordinarios.
“Tomar las de Villadiego”
La localidad burgalesa fue, además, un importante núcleo judío durante la Alta Edad Media, concebido como un lugar seguro para para esta población en una época de persecuciones antisemitas. Todo gracias a la carta-encomienda otorgada por el rey Fernando III el Santo y ratificada por su hijo Alfonso X prohibiendo su apresamiento y señalando penas para los que les hicieran daño o sometieran a vejaciones.
De aquí, es desde donde nace el dicho popular “tomar las de Villadiego”: huir de un lugar para refugiarse en otro. Esta expresión aparece en grandes obras de la literatura española, como La Celestina o El Quijote, pero también es común oírla en el hablar popular y en América Latina.