Los encuentros comerciales de Medina del Campo otorgaron a la ciudad un lugar de cabecera en la economía mundial, espíritu reflejado actualmente en el Museo de las Ferias de la localidad
Ricardo Ortega
Hay muchos museos que se parecen entre sí, mientras que, por el contrario, otros son únicos en su género. A este último grupo pertenece el Museo de las Ferias de Medina del Campo, que pretende reflejar la importancia que las actividades comerciales han tenido y tienen en el progreso de la economía, la cultura y el arte.
Su guion expositivo es el mundo de las ferias internacionales celebradas en Medina durante los siglos XV, XVI y parte del XVII, explicado a partir de tres grandes capítulos: ‘Las ferias de mercaderías’, ‘Ferias y finanzas’ y ‘Simón Ruiz: mercader, banquero y fundador’. Un extraordinario conjunto de obras de arte, objetos históricos y documentos mercantiles y financieros, todos ellos originales de aquella época, forman su colección permanente en la que destacan piezas de grandes autores como Egas Cueman, Adriaen Isenbrandt, Marcellus Coffermans, Juan de Juni, Juan Pantoja de la Cruz, Francisco Rincón o Pedro de la Cuadra.
La Fundación Museo de las Ferias gestiona, además del museo, varios conjuntos documentales entre los que cabe destacar el Archivo Simón Ruiz, máximo exponente de los archivos comerciales de la España del siglo XVI, y el fondo histórico del Archivo Municipal de Medina del Campo. Su Patronato está formado por el Ayuntamiento de Medina del Campo, la Diputación de Valladolid, la Junta de Castilla y León y la Universidad de Valladolid.
Las ferias de mercaderías
Las ferias de Medina del Campo nacen en los primeros años del siglo XV bajo el señorío del Infante Fernando de Antequera y desde sus primeros tiempos alcanzan un gran desarrollo. Primero el mercado de la lana y luego el comercio de paños, lienzos, sedas, encajes y bordados hacen de Medina el centro castellano más importante de contratación textil.
Otro de los mercados más importantes que va a aparecer en las últimas décadas del siglo XV es el de libros impresos; su etapa de mayor florecimiento se produce entre 1540 y 1590, desapareciendo en la primera década del siglo XVII. Muy relacionada con el comercio del libro, se desarrolla en la villa una importante actividad impresora.
El activo comercio de obras artísticas a lo largo del siglo XVI, queda de manifiesto en las numerosas piezas de importación que aún se conservan en muchas ciudades castellanas. Fundamentalmente procedentes de los Países Bajos, Alemania e Italia, llegan cargamentos de pinturas, esculturas, tapicerías o estampas, cuyo mercado tiene en nuestra plaza uno de los más importantes lugares de compraventa y distribución de la Península. También se comercian refinadas obras de marfil y lacas namban llegadas a los puertos de Sevilla y Lisboa a través de las grandes rutas de la Carrera de Indias o el Galeón de Manila.
Mención aparte ha de hacerse del comercio de piezas de platería, en su mayor parte de carácter religioso, procedentes de los principales talleres españoles y europeos, especialmente italianos y franceses.
Ferias y finanzas
A partir de los años finales del siglo XV, las ferias mercantiles de Medina son declaradas ‘Ferias Generales del Reyno’; es decir, se convierten también en ferias de pagos, dedicándose los últimos días de cada edición (en mayo y octubre desde su creación, y en febrero, junio y octubre desde la reforma de 1583) a los negocios financieros y dinerarios: créditos y préstamos, cambios de moneda, compensaciones, pagos de letras de cambio… operaciones todas ellas que se realizan en relación directa con otras grandes ferias europeas como las de Amberes o Lyon. Este extraordinario desarrollo otorga a la villa un lugar de cabecera en el mundo de las finanzas internacionales.
Aparecen los hombres de negocios y los representantes de las grandes compañías comerciales de todo el continente, introduciéndose novedosas técnicas financieras aparecidas en las ciudades italianas en los últimos siglos medievales, lo que facilita los negocios a gran escala.
Los “bancos” u oficinas de los hombres de negocios disponían de una “mesa de cambios” con “jetones” o fichas contadoras, sin faltar otros instrumentos como las balanzas con “dinerales” para efectuar el peso de las diferentes monedas, juegos de ponderales anidados, etc. Las anotaciones directas de las transacciones se hacían en primer término en un libro “borrador” para, acabada la jornada, ser pasadas a limpio en el libro diario o “manual”; por último, la contabilidad de la compañía se registraba, por el “debe” y el “ha de haber”, en el libro mayor o de caja (de estos y otros libros de cuentas se exponen originales procedentes del extraordinario Archivo Simón Ruiz).
Simón Ruiz: mercader, banquero y fundador
En la figura de Simón Ruiz se encarnan las características descritas en los dos capítulos anteriores ya que se reúnen en su persona: primero, el comerciante que se inicia en la compraventa de mercancías y, pocas décadas después, el destacado hombre de negocios con intereses en toda Europa y América, que llega a realizar préstamos a la Corona.
Nace en 1525 en Belorado (Burgos) y se establece en Medina del Campo hacia 1550 como mercader de paños, comerciando al por mayor con géneros de importación procedentes de Nantes y toda la Bretaña francesa, logrando una considerable fortuna que le permite iniciar una segunda etapa profesional orientada a las finanzas.
Desde 1591 se dedica casi exclusivamente a la construcción de un gran hospital, su postrera obra de mecenazgo. Con rango de Hospital General, en él van a integrarse la veintena de albergues y hospitales existentes. Se edifica entre 1592 y 1619 según el proyecto del jesuita fray Juan de Tolosa y en su traza queda patente la influencia de los modelos clasicistas de la tratadística italiana, la vinculación a los arquetipos arquitectónicos de la Contrarreforma (sobre todo los del llamado “estilo jesuítico”) y la presencia cercana y poderosa de El Escorial.