No hay más remedio que dar la razón a los palentinos, que desde siempre se han referido a su catedral como ‘La bella desconocida’. Un proyecto trata de hacerle justicia y reconocer sus valores estéticos, cuyo repaso ofrece un viaje en el tiempo desde los romanos hasta el siglo XXI
Ricardo Ortega
A orillas del río Carrión, dominando la ciudad de Palencia, se alza la imponente figura de la Catedral de San Antolín, cuya belleza exquisita y enigmática suele ser olvidada en catálogos y guías viajes. Conscientes de esa ausencia injustificada, los palentinos se refieren a la catedral como ‘La bella desconocida’ y la reivindican por sus valores. Quizá la mejor definición sea la que la describe como “un cofre de sí misma, severo y opaco al exterior de las calidades artísticas que atesora”. Así se la retrata en el material divulgativo del proyecto cultural ‘La bella reconocida’, desarrollado por la Consejería de Cultura y Turismo, junto al cabildo, con el objetivo de reparar la injusticia y abrir el templo a las visitas. La fábrica es tan imponente en volúmenes como visualmente austera al exterior, con un interior exquisito y tal vocación hacia la ciudad que se abre a ella hasta en cinco monumentales portadas.
El solar catedralicio es un espléndido testigo de la historia de estas tierras, desde los vestigios de construcciones romanas hasta las últimas aportaciones del siglo XX. Como si de una matrioska se tratase, la sucesión de edificios ha ido envolviendo a los precedentes, a veces haciéndoles pagar un muy alto precio. Sus orígenes se encuentran bajo tierra, sobre las cenizas de la ‘civitas’ refundada por los romanos tras la destrucción de la ciudad arévaca de Pallantia (actual Palenzuela) en el año 72 de nuestra era.
Fue en siglo VII cuando se alzó una primera catedral visigoda, de la que resta la cripta, que sería ampliada cuatro siglos después con el primer balbuceo del románico. El edificio fue sustituido por el templo gótico, el tercero más grande de la península. Su lento proceso constructivo evidencia titubeos arquitectónicos y ricas creaciones en sus tres fases: la inicial, que concluye la cabecera, entre 1321-1423; la del cambio de proyecto, de 1423-1485, y la final, de 1485 a 1523. Este camino del gótico al renacimiento nos deja ante una colección exquisita de obras de arte en piedra, hierro y madera: trascoro, portadas, retablos, púlpitos, rejas y puertas.
La primera piedra del templo gótico fue colocada en 1321, cuando las grandes catedrales ‘francesas’ de Burgos y León se encontraban prácticamente concluidas y el estilo comenzaba a hispanizarse. El momento histórico, con el reino de Castilla sumido en una profunda crisis, hipotecó las pretensiones iniciales. Las obras avanzarían con desazonadora lentitud y no será hasta las dos primeras décadas del XVI cuando el edificio alcance la apariencia actual. Su riqueza artística invita a visitarla con sosiego, en un fascinante viaje por el tiempo.
La mejor perspectiva
Desde la amplia plaza de la Inmaculada se obtiene la mejor perspectiva del conjunto, con un recorrido visual de oriente a poniente, nos traslada también en el tiempo y el estilo, desde la cabecera gótica hasta el contemporáneo remate de la fachada de los pies. Merece la pena detenerse en la soberbia cabecera, máxima concesión al gótico clásico que declara la ambición del edificio iniciado a principios del siglo XIV. Aún en pie el viejo templo románico, por aquí se inició la construcción de la gran catedral, aunque la campaña se detuvo al llegar al antiguo transepto, donde se abren la puerta de los Novios y la del Hospital.
Ya decíamos que la catedral se muestra a la ciudad por cinco portadas, situadas en sus dos transeptos y a los pies. La dualidad de fases constructivas plenamente góticas se traduce en las cuatro monumentales portadas de los costados. De ellas, la principal es la de Santa María, al sur, también llamada del Obispo, pues por ella accedía el prelado en las grandes ceremonias. Cinco arquivoltas apuntadas rodean la imagen de la Virgen con el niño, entre dos rosetones calados y tímpano ya plateresco. Sobre ella, en el centro del arco conopial se ubica la estatua de san Antolín, patrono del templo. Los apóstoles de las jambas son ya renacentistas (1607), como los tres escudos episcopales. Junto a la cabecera se abre la del Salvador o de los Novios, en honor al enlace que aquí celebraron, en 1388, Enrique III y Catalina de Lancaster. La unión ponía fin a la guerra civil que asoló Castilla. El tímpano liso con tres peanas vacías se rodea de cuatro arquivoltas apuntadas y arco conopial ornado de cardinas.
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