Nuestros antepasados devoraban a sus semejantes en festines sangrientos. Así se desprende de las excavaciones desarrolladas en Atapuerca desde hace más de un siglo, aunque fue en 1992 cuando los descubrimientos realizados en esta sierra burgalesa pusieron del revés el conocimiento sobre la evolución humana. La trinchera abierta para construir un ferrocarril que resultó ruinoso enmarca hoy una de las propuestas turísticas que asombran al mundo
Ricardo Ortega
Apenas a catorce kilómetros de Burgos, el viajero inquieto tiene al alcance de la mano la posibilidad de revivir una doble aventura, a cuál más asombrosa: la de la vida -y la muerte- de homínidos que habitaron la zona hace un millón de años y la de aquellos estudiosos que, ayudados por el azar, descubrieron unos restos que cambiaron para siempre el estudio sobre la evolución humana.
Nos encontramos ante lo que apenas es una ligera elevación del terreno, que el viajero poco atento difícilmente se detendría a observar. Incluso se antoja generoso calificar de sierra a esta leve cadena elevada sobre trigales, y sin embargo en ella se encuentra un verdadero imán de visitantes, procedentes de los cinco continentes.
Hablamos de la Sierra de Atapuerca, cuya toponimia de resonancia universal nos hace recordar que bajo una capa de caliza y arenas se encuentra el yacimiento arqueológico más relevante de la Península Ibérica, y quizá de Europa. Los restos que aquí descansan, y que serán desenterrados aún a lo largo de más de cien años, son excepcionales por la abundancia de registro fósil y por su buena conservación, pero sobre todo por su relevancia científica.
No es de extrañar que los yacimientos de Atapuerca susciten el interés de decenas de miles de personas todos los años. El visitante no solo camina muy cerca de donde lo hicieron nuestros antecesores a lo largo de milenios. También conoce de primera mano cómo fue el proceso para descubrir la importancia de los restos aquí depositados: desde las primeras exploraciones y la grieta abierta por el ferrocarril minero de la Demanda, que tantos restos dejó al descubierto, hasta el año 1992, cuando lo que queda de aquellas cuevas habitadas se convirtió en epicentro mundial de los estudios sobre la evolución.
La visita da comienzo en el Centro de Recepción de Visitantes de la localidad de Atapuerca, centrado de forma especial en los valores medioambientales y los vestigios culturales más recientes. Allí el visitante recorre las reproducciones de cabañas, enterramientos, dólmenes y especies ya extinguidas. También aprende cómo nuestros antepasados disparaban el arco o conseguían lanzar la jabalina a muchos metros, con lo que se convertían en eficaces cazadores. Y guerreros. Incluso aprenderá los secretos para dominar el fuego.
Siempre en grupo, la visita continúa en el Aula Arqueológica Emiliano Aguirre, en Ibeas de Juarros, cuyo contenido se dirige a difundir el conocimiento científico de los yacimientos. Es de este segundo centro de recepción de donde parten los autobuses con destino a los yacimientos, a apenas tres kilómetros.
El grupo de visitantes, protegidos por cascos de forma obligatoria, recorre apenas medio kilómetro por la Trinchera del Ferrocarril, pero tienen la ocasión de asomarse a los tres sitios arqueológicos más sobresalientes que probablemente conozcan en sus vidas.
El yacimiento de la Sima del Elefante es el primero de ellos. Constituye una galería kárstica de más de 15 metros de altura y 18 de anchura máxima. Es una cueva colmatada de sedimentos, que quedó descubierta cuando se hizo la trinchera a finales del siglo XIX. Los 21 metros de potencia de sedimentos abarcan todo el periodo de ocupación humana de la sierra correspondiente al Pleistoceno. Sus niveles inferiores son los más antiguos de toda la sierra y se encuentran situados incluso 3,5 metros por debajo del nivel actual de la trinchera, con una edad superior al millón de años.
En algunos restos óseos de animales se han encontrado marcas de corte producidas por el contacto del instrumento lítico y el hueso en el momento de la descarnación, por lo que se pueden deducir ciertos aspectos de la alimentación de aquellos homínidos.
El Complejo Galería fue el primer yacimiento excavado de forma sistemática de los atravesados por la trinchera. Se trata de una galería subterránea que se abre al exterior por una chimenea en forma de sima. La entrada se encontraba en la zona izquierda, conocida como Covacha de los Zarpazos.
El hundimiento del techo fue lo que formó la chimenea, que se convirtió en una trampa natural donde caían (o eran empujados por los cazadores) numerosos animales, después aprovechados por los humanos y otros carnívoros. Allí se han localizado hasta trece suelos distintos de ocupación humana, en los que se han hallado numerosas herramientas líticas del periodo Achelense con restos de ciervos, caballos, bisontes y rinocerontes. También se ha encontrado un fragmento de cráneo perteneciente al Homo heidelbergensis.
El gran descubrimiento
De los tres yacimientos visitados, el de la Gran Dolina es el tercero y más conocido; no en vano en él aparecieron los primeros restos de la especie Homo antecessor, uno de los pobladores más antiguos de Europa y el gran descubrimiento realizado en Atapuerca. Tiene 18 metros de sedimentos que recorren una secuencia temporal desde hace un millón de años hasta hace 200.000. Se han encontrado útiles de piedra con antigüedad de un millón de años y el estudio de los huesos revela huellas de herramientas humanas; es decir, se determinó que estos antiguos habitantes de la Gran Dolina practicaban el canibalismo.
El público guarda numerosas dudas sobre Atapuerca y esta visita es una buena ocasión para despejarlas. Una de las más recurrentes es la de por qué se da en esta zona tal concentración de restos, y en tan buen estado de conservación. La respuesta es compleja y se asienta en la condición de Atapuerca y sus alrededores como parte del denominado corredor de la Bureba, importante e histórico paso entre el valle del Ebro y la cuenca del Duero, que ha sido utilizado desde siempre como paso principal hacia el interior de la península ibérica. Y no solo por los humanos y sus antecesores, como se explica durante la visita, sino por las diferentes especies animales y vegetales. No se puede olvidar que una de las principales calzadas romanas pasaba por aquí, al igual que el Camino de Santiago o la carretera Madrid-Irún.
La razón de que esos restos estén tan bien conservados radica en la existencia de un complejo kárstico con multitud de cuevas, muchas de ellas abiertas al exterior. Por estas aberturas se han ido depositando diferentes sedimentos a los largo de los años: tierra, polvo, polen, restos animales… hasta llegar, en muchos casos, a colmatar las entradas. Esto ha permitido la conservación de restos y fósiles de homínidos en las numerosas cuevas bajo los bosques de Atapuerca, protegiéndolos de cambios bruscos de temperatura y humedad.
El visitante también conoce que fue en el siglo XIX cuando se realizaron las primeras expediciones científicas con motivo de los restos humanos más recientes, pero no sería hasta finales de ese siglo cuando el azar entró en juego; la excavación de una trinchera para el ferrocarril que debía unir la Demanda con Burgos dejó al descubierto los restos humanos más antiguos de Europa: la curiosidad y el trabajo de los científicos hizo el resto para que Atapuerca sea hoy un referente universal para estudiosos y visitantes.