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Castilla y León se ancla al futuro

La comunidad autónoma ha celebrado su día sin sobresaltos, pero con un debate de fondo sobre la historia común y la realidad institucional. Un breve análisis histórico y cultural puede aportar argumentos a la discusión, y sobre todo nos sirve de excusa para recordar los tesoros que nos hacen ricos solo por residir en una tierra que sigue en el diván

Ricardo Ortega

Castilla y León ha celebrado una nueva edición de su día, el 23 de Abril, sumida en la crisis global generada por la pandemia, con una ciudadanía que se lo piensa dos veces antes de darse un abrazo, con serias dificultades económicas y con numerosas trabas a la hora de realizar la actividad de ocio más popular, que todavía no es Netflix y sigue siendo el encuentro social en bares y restaurantes.

Mientras pergeñamos planes para ver cómo salimos de esta, desde el punto de vista individual y también colectivo, estamos ante una buena ocasión para analizar el carácter de Castilla y León, sus entrañas, y también eso que nos empeñamos en llamar sus señas de identidad.

comuneros

La imagen que a menudo proyecta la comunidad es la de una gran planicie, que se viene a corresponder con la submeseta norte o con la cuenca del Duero, pero bien mirado son las alturas las que definen a esta tierra que sobrevive sin himno, sin capital oficial y hasta sin gentilicio (la RAE aboga por ‘castellanoleonés’, mientras políticos y periodistas se empeñan en desglosar ‘castellano y leonés’).

La cordillera cantábrica al norte, el sistema central al sur, la rocosa frontera con Portugal al oeste y la Demanda al este suman esas elevadas barreras que confieren a Castilla y León parte de su sobriedad, su cierto grado de aislamiento, a salvo de numerosas borrascas llegadas desde el Atlántico, y a veces también un poco al margen de las otras tormentas, las de tipo político.

catedral

MIRANDO AL CIELO
En esos espacios se localizan algunos de los grandes tesoros naturales de la comunidad, como ha reconocido la propia Unesco en el sistema central (los montes de Valsaín y las sierras de Béjar y Francia), la Cordillera Cantábrica (los valles de Laciana, Omaña y Luna, además de los Picos de Europa y los Ancares) y la frontera con Portugal (la conocida como Meseta Ibérica).

Con todo, al hablar de alturas no se pueden dejar de lado otros picos elevados, como son las agujas de las once catedrales, en su mayoría góticas, que nos dejan testimonio de la pujanza de estas tiendas durante la Edad Media. O la estatura del Cristo del Otero, erigido por Victorio Macho junto a Palencia en 1931 y que pretendía ser un faro de la cristiandad en plena Tierra de Campos. Son ejemplos del empeño humano por lanzar un mensaje hacia lo trascendente a través de una arquitectura ambiciosa, que tantos tesoros nos ha dejado.

Patrimonio histórico y natural forman ese paisaje con el que identificarse, incluso del que sentirse orgullosos, y sin embargo la principal aportación de estas tierras al acervo de la humanidad se generó en el día a día más mundano, en aquella nebulosa que se extendió por Europa y el Mediterráneo con el desmoronamiento del Imperio romano.

Segovia-Catedral

A la fragmentación política le siguió la lingüística, de modo que en el siglo VIII el latín se había disgregado en mil pedazos. A la lengua romance que continuaron hablando los mozárabes en territorio musulmán se sumaban las primeras versiones del gallego, el asturleonés, el navarroaragonés y el catalán. Al mismo tiempo, en una diminuta área extendida entre el norte de Burgos, el sur de Cantabria y el oeste de la actual Álava comenzaba el balbuceo de un primer castellano, la lengua que hoy se cuenta entre las más habladas del mundo, en competencia con el inglés y el chino mandarín.

UN IDIOMA PARA UN TERRITORIO
Todavía son muchos los libros de texto que sitúan el primer castellano escrito en las glosas emilianenses, que se conservan en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla, y queda mucho trabajo pendiente para arrojar luz sobre los descubrimientos de filólogos e historiadores, según los cuales los documentos conservados en San Millán de la Cogolla -sin restarles un ápice de valor- tienen más de romance navarroaragonés que de castellano.

Un siglo antes de que se escribieran esos párrafos en romance, otros monjes habían intercalado palabras castellanas, las primeras que se conservan, en la iglesia de Valpuesta, en el norte de Burgos. En relación con los cartularios, aún​ conservados en esa localidad de las Merindades, el director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, Gonzalo Santonja, se refiere a un latín “tan alejado de la rectitud, que presentaba un estado tan evolucionado o corrompido”, que se puede concluir que se trataba de “una lengua latina asaltada por una lengua viva, de la calle”, que se cuela en estos escritos.

Valpuesta

Comenzaba una larga andadura hasta que Alfonso X ‘el Sabio’ dio al idioma carta de naturaleza, al incluirlo entre las lenguas publicadas y, por lo tanto, cultas. El primer libro impreso en español apareció hacia 1472 y veinte años después Antonio de Nebrija elaboró, en Salamanca, la primera gramática española. Era el primer tratado sobre una lengua europea moderna.

Desde entonces, la relación entre el territorio y su idioma principal (hay otros, como el gallego, el asturleonés o una cierta presencia del euskera en los confines burgaleses entrelazados con el País Vasco) no ha dejado de alimentarse y crecer.

Algunos hitos de esa relación son el Cantar de Mio Cid, la presencia de Miguel de Cervantes en Valladolid (y su supuesto origen sanabrés), las palabras que nos regalaron santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, Salamanca como escenario de ‘El Lazarillo de Tormes’ o ‘La Celestina’, Unamuno y Antonio Machado, o el papel de Miguel Delibes en la segunda mitad del siglo XX.

LAS MASCARADAS
Castilla y León no tiene que bucear mucho para toparse con sus raíces, con un sustrato común que identifique a sus habitantes. Estos elementos salen a la luz a poco que se recorran sus caminos. Así ha sucedido con el fenómeno milenario, precristiano, de las mascaradas de invierno, que la Junta pretende declarar BIC con carácter inmaterial.

Desde el Ejecutivo regional se subraya que la transmisión oral, las acciones que se representan, los personajes que intervienen, la indumentaria y los objetos utilizados convierten a este fenómeno en manifestaciones culturales de alto valor patrimonial; diversas manifestaciones culturales que se celebran en comunidades rurales, en las que la máscara es el elemento definitorio del personaje ritual, que interactúa con vecinos y visitantes.

IDENTIDADES CRUZADAS
Se comprende la dificultad del legislador a la hora de redactar un Estatuto de Autonomía para una tierra compleja, de identidades cruzadas, a la que en ese documento se define como “comunidad histórica y cultural”. El Estatuto dice que “surge de la moderna unión de los territorios históricos que componían y dieron nombre a las antiguas coronas de León y de Castilla. Hace mil cien años se constituyó el Reino de León, del cual se desgajaron en calidad de reinos a lo largo del siglo XI los de Castilla y Galicia y, en 1143, el de Portugal”.

Complejidad identitaria que viene a sumarse a la amenaza de la despoblación, hoy rebautizada como reto demográfico, con unos medios de comunicación nacionales que en ocasiones ofrecen una mirada condescendiente sobre una comunidad donde lo rural posee un fuerte peso específico. Como si contar con gran parte de la población en localidades de menos de 15.000 habitantes supusiera una rémora.

Más bien al contrario, contar con un medio rural aún vigoroso es una garantía de que se conservan y se conservarán una forma de vida y un paisaje: un seguro a todo riesgo para que determinados espacios dispongan de personalidad propia, en contraste con la creciente urbanización de occidente, donde todas las ciudades parecen, en el fondo, la misma. ¿Merece o no la pena seguir apostando por Castilla y León?

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