El ilustrador Francisco Tapias es un artista todoterreno, un habitual de la movidilla cultural de Castilla y León, un esteta que analiza la realidad circundante y le da nueva forma a través de su pincel. A ser posible con música pop de fondo…
Este habitual de las tiendas underground, que hoy vuelca su saber hacer en la arqueología, se ha embarcado en uno de los proyectos que probablemente le hayan dejado un poso más amargo. Ha participado junto a otros ilustradores en el libro ‘Dolor y memoria’, que reúne diez narraciones sobre abandono, soledad, miedo y muerte. Y olvido.
Son diez historias sobre víctimas del terrorismo, una palabra que por fortuna cada vez se escucha menos. A cambio, las sensaciones que este cómic despierta son las de solidaridad y empatía, dos términos que no deberían desaparecer del diccionario, porque son las que nos hacen humanos.
-¿Cómo llegó a convertirse en ilustrador?
-Comencé a dibujar de manera profesional al mismo tiempo que estudiaba en las Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, allá por 1995. Desde entonces aproveché cualquier oportunidad para realizar casi cualquier trabajo vinculado con la imagen gráfica: desde murales de gran formato hasta diseño corporativo, pasando por caricaturas, retratos, ilustración editorial y sobre todo cómic, muy habitualmente de temática histórica.
También he disfrutado dedicándome a la docencia no reglada de estas mismas disciplinas para, finalmente, centrarme en el campo de la ilustración científica aplicada a la arqueología.
-¿Qué papel ocupa la ilustración dentro de las artes?
-Resultará poco sorprendente que un ávido consumidor de historietas, libros y, por interés laboral, artículos técnicos en materia arqueológica pueda contestar sin empacho que la ilustración es la categoría del arte por antonomasia, la que realmente me desvela y regocija, el componente gráfico que complementa o realza tantas áreas del ámbito visual que es prácticamente inabarcable, además de omnipresente hoy día.
Por el contrario el mundo del cómic, recurriendo a una manida frase hecha, es un moribundo con una salud de hierro: goza de gran visibilidad pero carece de una industria que lo respalde.
-¿Cómo se pusieron en contacto con usted para elaborar ‘Dolor y memoria’?
-Fran Saure, el editor, con el cual había tenido el placer de colaborar en otras ocasiones, contactó conmigo para ofrecerme participar al dibujo de algunos de los relatos de las víctimas y, tras unas breves charlas, no tuvo muchos problemas en convencerme para ‘subir al barco’.
Fue una de esas propuestas que se aceptan orgánicamente, por pura empatía con las desgarradoras vivencias de estas personas, sin más cavilaciones.
-¿Y cómo fue el proceso de creación?
-El proceso fue el habitual dentro de este tipo de cómic: Aurora Cuadrado, la guionista, adaptó los relatos de las víctimas condensándolos en cuatro páginas por cada una de las vivencias y me proporcionó ambos textos, es decir, el guion formal de la historieta (distribución de las viñetas, su descripción, textos que las acompañan…) y el relato en primera persona, de puño y letra, de las personas que sufrieron los atentados, más extensos y que inspiran al primero.
Con esta base literaria paso a realizar un ‘story board’, que dicho menos pedantemente es una planificación a modo de guía, muy esbozada, de cada una de las páginas que luego, dibujaré con mayor esmero, la documentación apropiada, a todo color y con los textos incluidos con la rotulación definitiva.
-¿En qué se diferencia elaborar un cómic de ficción y hacer uno de ‘no ficción’, con personas -y víctimas- de carne y hueso?
-En una obra de ficción obviamente no tienes que ‘cargarte al hombro’ tanta desdicha y sufrimiento. Resulta más llevadero tratar de narrar historias sin un trasfondo real que te desgarre.
Por ello, anímicamente al menos, este encargo ha supuesto un plus de dificultad: has de hacer llegar sus palabras con imágenes sin devaluar su relato, así que espero sinceramente no haberme alejado de dicho propósito.
-Otro punto a tener en cuenta, aunque más técnico que anímico, es el de la documentación.
-Aunque me preocupo por que todo encaje coherentemente dentro de un marco temporal concreto, estoy más obsesionado con no incurrir en anacronismos que en plasmar hasta el más nimio detalle de continuidad cronológica en la historieta.
Por poner un ejemplo, creo que no afecta a la historia relatada si cambio un modelo de coche, de teléfono o de ropa por otro muy parecido que también existiese en la época, aunque las más de las veces paso de puntillas sobre estos aspectos y eludo problemas de documentación no recargando de detalles superfluos los dibujos. Sopeso que ello además redunda en la fluidez del cómic.
-¿De qué capítulos del libro se ha encargado usted? Porque sus propias vivencias habrán desempeñado un papel en el proceso creativo.
-He realizado los dibujos del capítulo correspondiente tanto a Marta Buesa Rodríguez como al de Antonio Miguel Utrera, victima en los atentados de los trenes de Atocha.
Me acuerdo perfectamente del día del atentado que sufrió Fernando Buesa (padre de Marta) y Jorge Díez (su escolta). Era por la tarde y estaba frente al televisor. Aunque ignoro qué estaban emitiendo en aquel momento, un especial informativo cortó el programa y avanzó el vil asesinato: en pantalla un plano un poco elevado de calle con humo todavía, mucha agitación y unos contenedores de basura reventados de fondo. Podría ser cualquier calle que conozco.
Fue una sensación de impotencia idéntica a la que sentí de niño, en 1990. Entraba al colegio, había gran revuelo en el ambiente y un compañero de clase me dijo que en el portal de su casa había tirado “un señor cubierto con una sábana”. En la Calle Turina, muy cerca de mi casa los Grapo mataron a tiros a un hombre, militar, como mi padre.
-¿Ha tratado directamente con alguna de las víctimas?
-Lamentablemente no he tenido ocasión de tratar con las personas que aparecen reflejadas en el cómic. Espero que más adelante y, sobre todo, porque las circunstancias actuales lo permitan, tenga el placer de hablar con ellas en persona. Me gustaría saber su opinión, su enfoque y consejo. Seguro que aprendo.
-¿Cuál fue su principal reto a la hora de trasladar al papel las sensaciones que experimentaron, o que suponemos experimentaron, las víctimas?
-Con una temática tan lacerante para los que lo vivieron en carne propia a la hora de dibujar estas historias mi principal desvelo era efectuarlo de una manera lo menos gratuita posible, sin amarillismos, eludiendo en la medida de lo posible aquellas sobrecogedoras escenas que desgraciadamente veíamos tan habitualmente en la televisón de los años ochenta y noventa.
La crudeza está adherida inherentemente al relato, pero puede ser redundante mostrarla tal cual. Por ello he optado por apelar al lector más sutilmente y sugerir todo este desgarro psicológico por medio del color, adaptándolo en cada viñeta al momento, al instante aciago por medio de tonos contundentes y violentos cuando la ocasión lo precisa, en oposición de otros más templados y relajados para instantes del relato más amables.
Otro recurso que he usado a menudo para significar la violencia y su impacto ha sido mediante la fractura de la propia viñeta a modo de rotura de cristal, rompiendo el equilibrio natural de lectura e intentando, o al menos esa ha sido mi intención, modificar una secuencia a priori ‘encarrilada’ y estable pero que, como veremos en el cómic y su relato, nos empujará y desequilibrará por mor de acompañar al momento psicológico o físico del protagonista en su trance.
-El cómic ha coincidido en el tiempo con numerosas series relacionadas con el terrorismo en el País Vasco. ¿Le han influido de algún modo?
-Soy consciente de las producciones que sobre el tema se han venido realizado actualmente, aunque desgraciadamente no he tenido ocasión de visionarlas, así que no, no me han influido.
Confío ponerme pronto al día con todo este material, aunque lo que sí he podido constatar es un cierto acercamiento del medio a esta temática. Ya hay varios cómics que abordan el asunto y me congratula saber que algo se ha despertado, que conservamos la sensibilidad. Poco a poco.
-Desde su punto de vista, ¿puede el arte contribuir a rescatar del olvido a las víctimas de la intolerancia? ¿Puede ayudar a despertar la empatía entre las personas, hoy que tantas barreras parecen abrirse entre personas, entre colectivos…?
-No me cabe duda. ¡Por disciplinas artísticas no será! Una labor así, realizada con tacto y firmeza, es ideal para un medio, -y ahora barro para casa- como el cómic, el cine, la novela, la escultura, el ensayo o la música.
Voluntad hay. Esperemos que el receptor, y por receptor entendamos aquellos colectivos aletargados actualmente, la comparta.
Texto: Ricardo Ortega