San Salvador de Cantamuda, en el norte de Palencia, cuenta con una de las construcciones románicas más hermosas de este estilo arquitectónico. Se distingue de otros templos en la zona por la espadaña que se alza con más decisión que ninguna
La colegiata fue fundada por la condesa de Castilla doña María Elvira, y permaneció como patronato real hasta 1223
Es difícil abstraerse en Castilla y León, aunque todo se reduzca a solo una asociación mental instantánea, del apellido ‘palentino’ con cualquier referencia al románico. Y es que este estilo que se generalizó por toda Europa durante los siglos XI, XII y parte del XIII -sobre todo en España, Italia, Francia y Alemania- reúne muchas nuestra de especial valor en Palencia. Las iglesias rurales son multitud.
En el centro geográfico del parque Fuentes Carrionas y Fuente del Cobre, a quince kilómetros de Cervera de Pisuerga hacia Piedrasluengas y Potes, levantaron la rotunda colegiata de San Salvador, en San Salvador de Cantamuda. Ocupa un lugar predominante en la localidad, a la que basta con acercarse para divisar enseguida su enorme espadaña con dos tramos con hueco para cuatro campanas y que remata hacia el cielo de manera triangular. Esta enhiesta espadaña que se alza al cielo en el municipio de La Pernía singulariza el edificio respecto al resto de los románicos en la zona.
En altura no puede, a pesar de todo, competir con los 1.170 metros de altitud de Peña Tremaya, que otea desde cerca. El bosque fósil -con especies vegetales fosilizadas con más de 350 millones de años-, el roblón de Estalaya cerca de Vañes -de diez metros de perímetro en su tronco-, los pastizales de la montaña, los acantilados calizos y los ciervos que allí ramonean atisban la colegiata con cierta envidia de su belleza. El embalse de Requejada, que retiene allí próximo el agua del Pisuerga, apenas dispone este año de líquido. Está casi vacío. La elegante y sobria construcción románica es la esmeralda que pone la guinda en este entorno natural de enorme belleza.
La declarada como BIC en 1993 se asienta en una amplia campa con el arroyo de Lebanza próximo y el camposanto a las espaldas. No es fácil aparcar allí mismo, pero sí resulta posible hallar un hueco no muy lejos. La persona que hoy mantiene abierta la colegiata a las visitas recibe con una sonrisa afable. Reta a los niños a que identifiquen el animal que muestra uno de los capiteles. Es posible recorrer el singular edificio en todo su perímetro con absoluta comodidad por la pradera. Son varios los turistas que hacen primero la visita al exterior tomando fotos.
Buena fábrica y con tres ábsides
La planta es de cruz latina, de una sola nave, con crucero y cabecera rematada por tres ábsides semicirculares. El central es el mayor de ellos. Tiene tres lienzos y una sencilla moldura situada bajo el nivel de los ventanales. Los canecillos, al contrario que algunos de la cornisa de la cubierta principal, carecen de decoración. El ábside norte tiene un solo ventanal por los dos del lado sur. La portada es apuntada y con tres arquivoltas. Una segunda portada mira a poniente, debajo del elaborado ventanal para enmarcarse en gran moldura de medio punto que llega hasta el arranque de la espadaña. Todo el conjunto se asienta al prado como si se asiera hundiendo los dedos en la tierra.
En un interior sobrio, destaca la mesa de altar con columnas románicas de fustes labrados. La columnilla del lado sur, en el cuerpo inferior, presenta una graciosa cara esculpida poco debajo del capitel de lacería. El templo tiene una fábrica excepcional central, con ventanales y capiteles de mucho valor.
La colegiata fue fundada por la condesa de Castilla doña María Elvira, mujer del conde Rodrigo Guntis y sobrina de Fernando I. Por ello fue patronato real hasta 1123, cuando Alfonso VII la entregó a los obispos palentinos al mismo tiempo que el señorío eclesiástico de Polentinos. En la lauda sepulcral se puede leer una inscripción en latín que, traducida, dice: “Alma piadosa, creador da el perdón a quien descansa en la muerte. Siervo de Dios habrás querido esperar. Domingo a las seis de la tarde. Abad Diego”. Se considera que la edificación actual es de 1185, cuando Alfonso VIII crea el condado de Pernía a favor del obispo don Raimundo.
Es este monarca quien confirma las donaciones, incluyendo además la villa. En el siglo XIII, el entonces monasterio de San Salvador se convierte en colegiata de canónigos para mantenerse así muchos siglos. Ahora, además de iglesia parroquial, es lugar de referencia para cualquier amante del románico que se acerque al norte de Palencia. Un territorio en el que la naturaleza y el paisaje reúnen alicientes más que sobrados en cada estación del año. Lo mismo sucede con la gastronomía, que atesora tradición y sabor.