Si hay una estación del año que de verdad le ‘saca los colores’ a Castilla y León, esa es sin duda el otoño, el periodo en el que la naturaleza aprovecha al máximo la paleta de colores para deslumbrar a cuantas personas se detengan un minuto a contemplarla. Es el tiempo de sacar el chubasquero del armario, de deleitarse al caminar sobre un lecho de hojas caídas, de abrir el caballete para plasmar en un lienzo el contraste cromático. Quien más quien menos, siempre hay quien detiene la marcha para inmortalizar, con la cámara o con el teléfono móvil, la frondosidad de un bosque o la profundidad de un valle. Es la estación que mejor permite conocer la verdadera identidad de la comunidad autónoma, que es la de su diversidad, como bien saben los viajeros, los artistas, los entendidos en vino, los etnólogos.
Todos ellos, al igual que los cocineros, los historiadores o los aficionados a la micología, podrían trazar un mapa de Castilla y León para interpretar, desde el punto de vista de sus conocimientos y experiencias, la idiosincrasia y el potencial de su territorio. Y es que no hay una sola manera de contemplar esta región, pero tampoco nueve, una por provincia, porque la realidad ha demostrado ser de una complejidad tan extraordinaria que debemos acercarnos a ella atendiendo a cuestiones de carácter horizontal, compartidas por las diferentes comarcas. Esa es la perspectiva verdaderamente rica, y culta, y humana, que se hace presente en las páginas de esta publicación.
Es otoño, y resulta obligado analizar la realidad micológica en una comunidad autónoma que cuenta con más de 400.000 hectáreas reguladas para la recolección, y cuya biodiversidad hace que existan decenas de especies de hongos comestibles. Es un acierto que Castilla y León haya regulado un sector como el de las setas a través del proyecto Micocyl, en cuyo marco los aficionados de siete provincias -todas salvo Palencia y León- deben obtener los permisos correspondientes.
El ejemplo también se encuentra en la exposición de Las Edades del Hombre, que en 2016 celebra su edición número 21 con un escenario que será todo un homenaje al denominado Románico del Duero. En este caso también al vino, como corresponde a una convocatoria que se desarrollará en la comarca de Toro. Este territorio zamorano acoge, por tanto, la muestra de arte sacro más importante de España, que supone un gran escaparate cultural y turístico para la comunidad, además de un fuerte impulso económico para los municipios que la albergan.
Intur, en noviembre, es una buena ocasión para echar ese vistazo horizontal al sector de la cultura y el turismo de Castilla y León. La misma que ofrecen algunos de los personajes que pueblan las páginas de Argi, como los bodegueros Carlos Moro y Marcos Yllera, responsables de proyectos empresariales innovadores y asentados en diferentes comarcas vitivinícolas de Castilla y León. También es representativa la mirada del músico y folclorista Paco Díez, que desde la pequeña localidad de Mucientes ejerce la tarea ciclópea de preservar tanto las manifestaciones musicales tradicionales como los instrumentos que las hacen posibles. Diferentes perspectivas para abarcar una comunidad poliédrica que es un saco sin fondo de tesoros culturales, gastronómicos y estéticos.